CHIQUI
--Sr. No tiene una moneda que le sobre, estoy juntando
para comprar leche para mi hermanito, sabe.
Habló despacio, en su carita se reflejaba la tristeza y su vergüenza, sus ojitos, ya secos de lágrimas incomprendidas, me miraban temerosos por una acostumbrada negativa, por un desprecio cotidiano. No tenía la altura que a su edad debería tener, de cabellos ensortijados y desprolijos, apenas un sucio y raído abrigo sobre su remera que en un tiempo fue blanca cubría su cuerpo, acaricié su cabecita, un nudo me cerraba la garganta, saqué un billete y se lo di, abrió grande sus ojos, me miró, se abrazó a mi cintura y un gracias emotivo apenas murmuró.
--Gracias señor, repitió.
Se fue empujando su destartalado carrito, cubierto de botellas, cartones y otras cosas. Que grande será el pecado concebido para tanta injusticia recibida.
--Escucha pibe.
Grité para que me oiga.
-- Pasa mañana que te voy a juntar algo de ropa, ¿queres?.
--Si Sr, sabe la falta que nos hace.
Contestó con la alegría dibujada en el rostro.
--Como te llamas.
--Claudio Sr. Pero me dicen chiqui.
--Bueno chiqui, mañana te espero.
--Hasta mañana Sr. contestó.
Y se fue con sus trastos silbando contento. Del viejo baúl saqué la ropa de chicos que había quedado, conseguí de amigos y familiares otras tantas cosas, doblé todo cuidadosamente y en un bolsillo de un pantalón que a ojos vista calculé que le quedaría a chiqui, coloqué un billete de veinte pesos, este, más todo lo conseguido lo coloque en dos viejos bolsos. Ya estaba echo, me sentía satisfecho, era en parte como mitigar mi porción de culpa por ser parte de una sociedad que nada hace por esos pibes, que en vez de disfrutar de una niñez lógica, se ven obligados por necesidades a deambular por las calles a merced de inescrupulosos, y lo que es peor, a merced de la vida que les toca vivir.
Al otro día, cuando salgo de casa, lo veo sentado en el cordón de la vereda.
--Que haces chiqui, ¿ porque no llamaste?
--No quería molestar Sr.
Entré, tomé los dos bolsos y se los coloqué en su destartalado carrito, aun vacío.
--Lo que no te sirve, dáselo a algún amigo.
--Si Sr. Gracias, gracias.
Repetía mientras empujaba su carrito, y como el día anterior, se fue silbando contento, creo que más contento, un poco más tal vez .
Me quedé pensando, cuantos chiquis habrá dando vueltas por las calles sin esperanza alguna, ellos no saben de alegrías, no tienen Papá Noel, ni tampoco Reyes Magos, no festejan cumpleaños, ni reciben regalos, son desechos de una sociedad injusta. Que pecado se les habrá conferido, para tanta injusticia recibida.
A la mañana siguiente, golpean las manos, salgo y en la puerta está chiqui, y en sus manos un paquetito.
--Hola Sr. como está.
Estaba peinado, limpio y vestido con ropa que se había llevado ayer.
--Mi mamá le envía esto, y le da las gracias por lo que nos dio, no sabe lo bien que nos vino a mi y a mi hermanito.
Depositó el paquetito en mis manos y se fue arrastrando su ya sabido destartalado carrito.
Una vez adentro, abro el paquetito, y veo un pequeño budín y un sobre, sobre este, un pedazo de papel blanco de almacén algo ajado, había algo escrito, me coloqué los lentes y leí, decía, con lógicas faltas de ortografía: gracias Sr. por la ropa que nos envió, les vino muy bien a mis hijos, pues poco tenían para ponerse, le mando este budín dulce que hice esta mañana, espero que le guste, gracias otra vez Sr. con un nudo en la garganta abrí el sobre, en el, otro papel similar al anterior escrito, y el billete de veinte pesos, el papel decía, esto lo encontró chiqui en un bolsillo de un pantalón, nunca un budín tan dulce, me supo tan amargo.