Un día muy frío, de esos días en que el sol brilla menos que de costumbre, como si quisiera congelar cada casa, cada calle, cada rincón de aquel pequeño pueblo que solíamos visitar en épocas de vacaciones, caminaban dos personas, un señor y su pequeño hijo de diez años que se dirigían por un camino bordeado de árboles y piedras de diferentes tamaños, a una pequeña fiesta del pueblo a presenciar el baile y el canto de un grupo de amigos que querían reunirse para divertirse y para festejar algún evento típico de la región. Cansados de tanto caminar y subir el escarpado camino montañoso, el señor sacó de una mochila que llevaba colgada en la espalda dos manzanas, una para comérsela él y otra para su hijo, y así iban masticaban los pedazos de manzana que crujían jugosamente en las bocas de ambos, quienes saboreaban con placer el dulzor de aquellos carnosos frutos. Una vez comidas las manzanas cada uno iba arrojando a un lado del camino las semillas sobrantes de cada manzana, el señor por el lado derecho y el niño por el lado izquierdo, y así poco a poco se fueron alejando por el camino.
Al pasar el tiempo, la húmeda tierra mojada por la lluvia vio brotar dos pequeños árboles de manzana, que con el pasar de los días, meses y años, se convirtieron en dos manzanos, que al igual que todos los manzanos al llegar su temporada, echaron flores y cada uno mostró una pequeña manzana, colgada delicadamente entre sus verdes ramas.
Las dos pequeñas manzanas se hicieron amigas, y como estaban solas en el camino, conversaban todo el día tranquilamente mientras iban creciendo. – Hoy estoy mas verde, decía una a la otra, recibiendo como respuesta: - yo también.
- Hoy siento que me estoy separando del tallo, seguía diciendo una manzana, mientras la otra le respondía: - yo también.
Así iban conversando cada día, hasta que una fresca mañana, una manzana le comento a la otra: – Estoy cambiando de color, ahora me estoy poniendo roja, y la otra manzana le dijo tristemente: Yo todavía sigo en mi verdor.
Amiga, ahora estoy más carnosa, perfumada y más colorada, como si estuviera bronceada - continuaba diciendo la feliz manzana - y la otra manzana seguía triste porque aún no había cambiado su verde color.
De pronto se quedaron calladas, ya que dos personas caminaban por el silencioso camino, eran un anciano y un señor, joven aún, que caminaban con cierta prisa hacia el pequeño pueblo. – Mira dijo el anciano crecieron las semillas de manzana que dejamos en el camino hace algunos años, - y ya tienen frutos – replicó el joven.
- Entonces tomemos las manzanas – dijo el joven… El anciano le indicó – Yo me comeré la manzana verde y tú te comerás la roja, como aquella vez. Y así cada uno tomó la manzana que le correspondía, y mientas caminaban por el camino, las dos manzanas sonreían al saber que ambas eran diferentes, que aunque nacieron y crecieron juntas eran dos manzanas diferentes y cada una tenía que ver la vida a su manera, con sus distintas texturas y sus distintos colores, pero que al fin y al cabo seguían siendo algo muy importante: UNA MANZANA... Y desde entonces las manzanas verdes y las manzanas rojas fueron amigas para siempre.
Este es un bello cuento, a mi me hizo reflexionar en la identidad propia que tenemos cada uno de los seres humanos, iguales pero a la vez diferentes, me deja una gran lecciones que podre trasmitir a traves de tu relato a mis hijas quienes siempre estan discutiendo cual es la mejor, esto me enseña que no hay mejor, sino diferente pero como las manzanas igual de buenas...