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Categoría: Hechos Reales

David, el pequeño ángel

La sombra de la muerte se precipitó tras el cuerpo de Ignacio, quien se había desprendido de lo alto del árbol; cayendo por la barranca. Mientras rodada sentía las punzadas de los filos de las piedras desgarrando su piel.

Allá, en el abismo, en la profundida, allá en donde la muerte pasó su lengua por todo su cuerpo quedó boca arriba, con una pierna torcida y todo su cuerpo cubierto por aquella alfombra de sangre. Apenas dejaba escapar un suspiro, luego quedó en blanco, permaneció tirado
allá abajo, mientras en los árboles un grupo de changos lo observaba con una risita burlona entre sus picos, en el cielo azul un ave de rapiña volaba en círculos y un escuadrón de pequeñas hormigas marchaba hacia su cuerpo.

David, el pequeño hijo de Ignacio trató de pararse de su lecho, pero era imposible, aquella masa de huesitos torcidos no tenía fuerza. Sus ojitos daban vuelta, estaba solo, su madre había salido al pueblo en busca de medicamentos para su condición, sentía como en su interior trataban de triturarlo los gases, no había comido en todo el día, pero en lo único que pensaba era en aquel grito de terror, sabía que era su padre, jamás podría olvidar sus gritos, sus maldiciones. Una galería se le presentó en su mente y pequeños cristales seco salían de sus ojos, rodaban por sus mejillas y expiraban.

_¡Maldita sea!,¿ por qué Dios me ha castigado así?¡Coño!Yo no merezco esto-gritaba endemoniado
el día que vio a su pequeño en el hospital.

Más tarde cuando llegó a su hogar comenzó a maldecir a Dios y a beber. En la noche regresó que se iba de culo, las piernas no lo sostenían, sus ojos parecían dos bolas de fuego, inrumpió violantamente a su hogar...

__¿Dónde estás, puta barata? Narcisa asustada, sostenía al bebé en sus brazos en el dormitorio.
Sintió terror y la fuente se rompió, una extensa lluvia salió de sus ojos, caían sobre el niño como si el mismo Dios lo estuviera bendiciendo.

Narcisa acostó al pequeño en la cuna, no se movía, apenas se notaba su rostro, ella lloraba más y más, estaba destruida pero era conforme, aquel pequeño tenía el mismo derecho a vivir, ella lo criaría como un especial tesosoro enviado por Dios.

Salíó a la sala, allí estaba el hijo de perra en medio de la misma. Torcido, echando baba y saliva por su boca, con un litro de ron en las manos y con el cierre de cremayera abierto y sosteniendo su pene con su mano derecha, le gritaba...

__¡Para eso quería bañarte!¡No te pego un botellazo en la cabeza porque no vale la pena!¡Asqueroso pene!¡Inútil!-el imbécil le vociferaba a su instrumento sexual como si este pudiera entender lo que la gritaba.

Entonces se acercó a su mujer y la cogió por el pelo, la arrastró con una mano mientras se impinaba el litro de ron.

_¡Para eso quería que te preñara!-gritaba el cerdo-

Y la lanzaba contra la cuna y no dejaba santo que no bajara del cielo. Luego se iba bajo el enorme árbol que habia frente al barranco y allí se quedaba dormido en su charco de vómito y con la peste a excremento que se le había salido de aquel cuerpo pestilente.

El pequeño David se retorcía, poco a poco fue
acercándose al borde de la cama. Como una débil culebrita, como un reptil se dejó caer al suelo.
Se arrastró hacia el sillón de rueda. Aquel cuerpito de 14 años parecía de ocho. Haciendo muecas con la boca, retorciéndose continuaba muy lento... estaba cerca del sillón, intentó subir a él, nunca lo había podido hacer solo, pero el pequeño no se rendía... era una fiera batalla que no estaba dispuesto a perder.

Mientras tanto, allá, ya se había reunido, no un escuadrón de hormigas, sino un ejército. Algunas impeccionaban el territorio, subían hasta las mejillas llenas de sangre, corrían sobre la nariz del viejo Ignacio. El resto esperaba la orden de atacarlo ferozmente, ya estaba el cuerpo rojizo, quemado por los látigos del sol, todavía el grupo de changos bromeaban en las ramas de los árboles, parecía que lo disfrutaban, habían sido testigos de la maldad de aquel ser, recordaban la ocasión en que mató dos de sus amigos, siempre que los veía les lanzaba piedras y maldiciones. Pero los pájaros prietos y churrientos no se iban del hogar... dos habían sobrevolado el cuerpo y dejado caer la bendición
sobre la frente del agonizante.

David logró subir al sillón, con dificultad salió del hogar por la rampa trasera. Se movió con lentitud hasta llegar debajo del árbol, no estaba lejos, unos pasos del balcón pero para él era como caminar una milla.

Hubo silencio, los changos callaron, pusieron las caras de serios y de admiración al ver al pequeño que buscaba a su padre. David miró al cielo y allí estaba el ave de rapiña que volaba en forma de círculos...su vista se clavó en el fondo del barracón, allá abajo estaba el cuerpo de su padre, la angustia invadió su cuerpo, no podía hacer nada, esperó unos minutos y decidió regresar al hogar.

Estaba muerto, no podía subir por la rampa, se dejó caer, se arrastró como una serpiente, allí
estaba el teléfono. Recordaba las enseñanzas de la madre, las veces que lo tomó en sus brazós y le enseñó a marcar el 9-1-1. Ya estaba cerca, pero no podía alcanzarlo... se movió hacia la cocina y pudo arrastrar la escoba, con dificultad tumbó el teléfono y logró marcar el número...

Las hormigas afilaban sus cormillos, los changos tenían una fiesta de risas, estaban que no cabían en sus alas negras, el ave se acercaba más, orbitaba con paciencia, ya Ignació no suspiraba, tenía una pierna en este mundo y la otra en las pailas del infierno...

__¡ho...la...pa...pá...pa...pa caaa...yó de
uun..unn ár...bol...-el pequeño lentamente pudo
indicar lo que había sucedido...

El día fusiló los minutos, las horas... los rayos candente del sol quemaban el cuerpo de Ignacio, las hormigas ya lo habían picado mucho,
estaba hinchado, los changos seguían su bachata,
volaban de una rama a la otra, el ave de rapiña afilaba su pico, miraba hacia la profundidad del barranco, las nubes miraban curiosas e Ignació dio señales de vida...

Cuando despertó a los cinco días estaba confundido, no recordaba nada, había recibido fuertes golpes en la cabeza... Sintió como un alfiler que penetraba sus espalda...movió su cabeza hacia todas partes... ahí estaba su mujer,
frente a él acariciándole la frente... Ignació
sintió de nuevo las punzadas de otro afilado
alfiler... su mirada se escapó de sus maltrechos ojos y fue a dar con la dulce sonrisa del pequeño ángel David.
FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.09
  • Votos: 45
  • Envios: 3
  • Lecturas: 4007
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Artemis
invitado-Artemis 26-10-2003 00:00:00

Señor J.L.S, lo felicito por su cuento! Ay, Dios mío cuando leo esas cosas me asusto, me deprimo, me impresiono, me da de todo.Mis respetos,nos vemos en mis pesadillas..y en mis sueños-

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