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Había una vez un hombre que vivía retirado en una pequeña casa a las afueras de un pequeño pueblo perdido por el que no solía ir nadie y en el que nunca pasaba nada. Sus escasos habitantes no sabían muy bien de dónde había venido aquel hombre, pero como a nadie molestaba, ninguno se preocupaba mucho por saber nada más de él.
El hombre misterioso era alto y delgado, y tenía una larga y tupida barba negra, los ojos color violeta y un pelo ondulado que le llegaba hasta la cintura. Solía vestir una túnica oscura ceñida con un cordón a la cintura. Tenía una manos enormes, bien cuidadas, aunque bastante peludas. Su olor recordaba a los campos en verano y su voz, melodiosa y profunda, agradaba a cuantos la escuchaban, lo cual era poco habitual, porque el hombre misterioso apenas se relacionaba con sus vecinos.
Un día llegó por aquel pueblo una mujer. Buscaba a un hombre. La descripción que le dio a los vecinos coincidía con la del hombre misterioso.
- En aquella casa de las afueras vive un hombre como el que dices -le dijo una señora.
La mujer se acercó hasta la casa. Encontró al hombre que buscaba.
- IIlustre hechicero Pórtentor, ¡gracias a los cielos, por fin os he encontrado!
- Princesa Aliana, ¿qué hacéis aquí?
- Necesito que volváis a mi reino y que ayudéis a mi padre. Está a punto de perderlo todo en la guerra contra los pueblos vecinos.
- Pero, ¿qué puedo hacer yo? Hace tiempo que el rey me desterró de su reino. No sé por qué no funcionaron mis pócimas.
- Ni mi padre ni su ejército tomaron jamás vuestras pócimas. Las descubrí hace unas semanas en la choza de la vieja curandera, esa que dicen que es medio bruja.
- ¡Maldita rata! ¡Ella robó los frascos!
- El caso es que yo he tomado uno de vuestros brebajes. Me siento más fuerte, llena de energía. Por eso he venido a buscaros.
- Volveré con vos. Pero no os prometo nada.
El hechicero Pórtentor y la princesa Aliana regresaron juntos, esperando lo peor. Pero cuando llegaron descubrieron que el rey había ganado la guerra y que todo estaba en paz. Los niños jugaban, los pájaros cantaban, los campos estaban verdes y los animales pastaban felices por el campo.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó la princesa a un campesino que encontró por el camino.
El rey repartió un jarabe milagroso que encontró escondido y entre todos hemos recuperado lo que era nuestro.
- ¿Qué jarabe milagroso, buen hombre? -preguntó el hechicero.
- Este, señor -respondió el hechicero, enseñando el frasco.
La etiqueta decía: "Jarabe de la esperanza".
- Parece que mi padre encontró también la guardia de la bruja. Tendréis que hacer más -dijo la princesa al hechicero.
- Princesa, me temo que esta no es más que agua con azúcar -respondió el hechicero-. El verdadero poder está en la etiqueta, porque la esperanza no se bebe, sino que sale de dentro.
Pórtentor regresó a sus antiguos aposentos en el palacio y la bruja fue condenada por uno de los peores delitos que se pueden cometer: robar la esperanza a los demás.
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