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Categoría: Terror

Hitobashira (Los pilares humanos)

Publicado por Erika GC



En la época feudal de Japón, construir viviendas y muros que fueran resistentes a los embates del clima, y también a la invasión de enemigos que quisieran entrar a entrar. Los daimyō, eran señores y dueños de numerosas tierras, en las cuales tenían a su servicio a decenas de campesinos.



Oshizu, era una mujer muy humilde que había nacido ciega. Se dedicaba a labrar la tierra como podía y a recoger lo que brotaba de ella. Su marido había muerto hacía mucho tiempo y vivía sola con su hijo en la más profunda miseria. Un día, escuchó decir que los obreros que estaban levantando el Castillo Maruoka, en donde habitaría el daimyō, estaban teniendo problemas para que los muros se mantuvieran estables. Así que decidió presentarse ante él.



—Mi señor —le dijo—, si me lo permite, yo le ofrezco mi vida para tranquilizar a los malos espíritus que están impidiendo la construcción de su fortaleza. Sacrifíqueme. Pero prométame a cambio que cuando yo muera usted tomará a mi hijo a su servicio y lo llevará a vivir a su casa.



El daimyō se lo prometió y la pobre mujer fue encerrada viva, en uno de los pilares que levantarían el palacio. Desde entonces, no hubo ningún obstáculo que le impidiera convertirse en uno de los más imponentes de la región.



Pero el daimyō olvidó su promesa y no fue a buscar al hijo de la campesina.



De un momento a otro, unas lluvias terribles comenzaron a solar sus tierras, ahogando sus cosechas y matando a sus animales. Eran las lágrimas de Oshizu, que afligida por ver a su hijo dejado a su suerte, había desatado una gran inundación.



Cuando lo ocurrido llegó a saberse en otros feudos, se dice que los señores medievales adoptaron la macabra práctica para conseguir que sus edificios fueran los más resistentes.



Tomaban a campesinos enfermos o al azar, a los que dejaban atrapados dentro de pilares donde morían lentamente, sin recibir la luz del sol. Otros eran enterrados en fosas que se cavaban justo debajo de la entrada a las grandes viviendas de los daimyō, garantizando que su portal siempre fuera respetado.



Una ola de terror se había desatado entre las clases inferiores, pues nunca tenían manera de saber quien sería el siguiente elegido para el terrible sacrificio.


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