Cruel, muy cruel.
Las fiestas eran sólo para los grandes, a los niños no nos permitían adentrarnos en la espesura del bosque asustándonos con elfos y gnomos; y eso me tenía perturbado,vi cuando cerca de la medianoche en medio de la quietud fantasmal que algunos llaman beatífica, una vela se encendía y conducidos por su lumbre, como si fuera la estrella de Belén, se hundían en las sombras avanzando cuasi hipnotizados hacia el pino donde ellos creían reunirse en secreto y bebían y cantaban y bailaban, desde aquí sólo se escuchaban sus gritos, el entrechocar de jarros de latón y las chispeantes risas que despertaba el burbujeante vino del cura Perignon.
Yo miraba desde mi ventana y añoraba crecer para unirme a esa extraña jarana, pero los años pasaban lentos, muy lentos, demasiado para mi impaciencia y sentía en mi interior algunos inquietantes temblores a pesar que la primavera se hallaba aún lejana.
Esa madrugada iba a deslizarme amparado en la semipenumbra del amanecer para sorprenderlos y unirme a los festejos, pero considerando que aún teniendo cierta visibilidad las sombras del bosque seguían siendo amenazadoras, tomé el hacha con la que había estado tío Erwin enseñándome a cortar leña y presuroso me interné en la espesura.
La visión que observé al llegar resultó ser espantosa para mi edad, cuerpos desparramados por todas partes en posiciones grotescas, abrazados, retorcidos, manchados con comida como si hubieran estado tirándose con ella, olvidándose de la carestía que habíamos sufrido durante el transcurso de ese año infernal, en que la sequía había acobardado los trigales y nuestros animales habían caído extenuados sin encontrar con que alimentarse, y el brillo extraviado de algunas miradas que parpadeaban molestas al abrirse paso los primeros rayos del día.
La inquietud de mi vientre repentinamente se me había subido a la cabeza, todo parecía girar, un grito de furia se escapó de mi interior y los que despertaron, al ver mi iracunda figura vestida de calzones nocturnos blancos intentaron contenerme, yo respiraba como un buey, olía su egoísmo y más me exasperaba, todas esas botellas desparramadas y el gran ciervo a medio comer que aún permanecía en el asador, mezclados con el recuerdo de la hambruna pasada, me impulsaron a avanzar hacha en mano y a defenderme de tamaña impiedad, "que el cielo me juzgue", creí murmurar a cada golpe, con el filo y con el canto, como un dios vengador acabé con sus injustas vidas.
Al pie del pino más grande que utilizaron para congregarse habían armado un gran pesebre, lo habían creado a ocultas del buen cura Ormond por eso de que "no te harás imagen alguna de lo que está en el cielo", muñequitos de barro cocido representando asnos, ovejas, cabritos, pastores y hasta la familia santa, los recogí en una gran bolsa con la que tal vez trajeran provisiones y trabajosamente la arrastré fuera de ese círculo de terror.
Cuatro pequeños cervatos deambulando por el prado con la vista perdida, me olisquearon temerosos, corté una brizna de pasto y se las ofrecí en señal de amistad, a ellos también la vida los había defraudado, ya nunca más podrían oler a su madre, y yo sabía que ahora ella olía a carne asada. Desde esa mañana nos convertimos en compañeros inseparables. Luego con su ayuda ya que la bolsa me resultaba en extremo pesada, comencé a repartir los muñequitos, parecía que milagrosamente había la cantidad justa como para alegrar a cada niño de la aldea; el último fue para mi prima Alira, ella me miró y me dijo, - te queda hermoso el ropón rojo, primo Klauss, lo teñiste con salsa?- pregunta con ese candor infantil que yo ya había perdido, - no querida, en el lugar donde fabrican estos juguetes brilla el sol tan rojo que tiñe todo de alegría.- Fue la última cara feliz que vi. Luego enfilé hacia el norte, al frío mar de vidrio, en donde si tenía suerte mi fuego interior se templaría y mi inquietud natural se acallaría.
Todos los años para la misma fecha, grandes y pequeños se ocultan temerosos a esperar los juguetes.
Y yo galopo enfebrecido, ardiendo bajo mi ropa ensangrentada con la luna de fondo.
de principio confuso, pero rico en sensaciones, un muy buen cuento...podria volver a leer y recomendar,..