Las garras del hastío me atrapaban aquel día con una rapidez sin igual. Cada palabra, cada minuto era un tormento y antes que la desesperación reinara en mí, comencé a buscar algo que me salvara.
Miré por aquí, miré por allá, hasta que los colores del ocaso tiraron el anzuelo. El rostro granate del cielo, el sol anaranjado entre las nubes, un quieto mar cobrizo en combinación con la negrura de las palmeras, que miraban hacia el horizonte, me hicieron víctima de la contemplación. No había brisa que trajera hasta mí el aroma marino, pero, con sólo respirar profundo, imaginariamente lo sentía.
Pronto, mil fantasías circularon por mi mente en ese paraje que sólo podía ser comparado con el edén.
El tiempo transcurrió como una ráfaga. Las voces a mi alrededor pasaron inadvertidas, hasta que el golpe de una regla me sacó bruscamente de mis sueños.
- ¡ Señorita !. ¿ Me puede decir que he dicho en todo este rato ?.
Quedé absorta. No sabía que decir. Ni siquiera una frase retuvo mi cabeza en los momentos de abstracción, y no me quedó más remedio que subir los hombros en señal de que no podía responder.
Todos mis compañeros se fueron y yo me tuve que quedar escribiendo mil veces:
" No debo mirar la portada del cuaderno, cuando el profesor está hablando ".