Érase una vez una princesa que no quería ser princesa, atrapada en un cuento de hadas. Una princesa que no quería comer perdices de la felicidad con un príncipe de cierto tono azul elegido por un escritor de esos que escriben historias para que duerman los nietos de su padre. Odiaba los castillos, los protocolos, las ciudades amuralladas, los caballeros de serrín por cerebelo pidiendo su mano y su corazón asesinando dragones inofensivos. Odiaba que su padre fuese el rey y el juez de una ciudad vecina a Camelot., odiaba carecer de libertad, de vivir en un mundo de miedos medievales, de dioses malvados, criaturas mitad bestia, mitad humano. Demasiado sencilla para ser princesa de cuentos de hadas. su deseo salir del cuento, vivir en el mundo real, en el umbral del siglo XXI, ir al cine a comer palomitas, conocer príncipes por SMS's con un móvil de última generación, vestir con ropa de modistos gays, salir en la portada del HOLA, ver su biografía escrita por un "negro" en el escaparate de una librería, salir a beber, a fumar, hasta caer rendida en la cama de alguien, del que se enamore la mañana siguiente comiendo croassanes. Quería elegir su vida, escribirla ella, su sueño, su deseo, su esperanza. En secreto escribía un cuento de una princesa que no quería ser princesa de una ciudad vecina a Camelot, quería ser reina pero de la vida, quería salir del libro que duerme en la canbecera de la cama de los niños de pijamas de ositos y pokemons, pidiendo un deseo al hada madrina de turno. Y el hada madrina de turno apareció mientras escribia un cuento donde aparecía un hada madrina de turno. Y le concedió un deseo, sin pedírselo, de bondad infinita, irreal e improbable en la realidad, pero lo irreal y lo improbable es algo que en los cuentos ocurre a diario.
La princesa cayó en un sueño para despertar en otro, es decir deseprtó en la realidad. Ya no era la princesa de una ciudad vecina a Camelot, ahora era Marta, de un pueblo vecino a Fuengirola. No existían los castillos más allá de la cabecera de las películas de la productora que fundó un tal Walt Disney. Ahora sólo existian edificios de esos que hacen cosquillas a las nubes. Su padre, un carnicero de pueblo, pero tan estricto como si fuera rey de una ciudad vecina a Camelot. No existían dragones, ni sátiros, ni arpías, ni canes de tres cabezas, pero existían borraxos, neonazis, violadores, banqueros y políticos, que dan el mismo miedo. Los hombres quieres ganarse el corazón de sus damas en estúpidas peleas callejeras. Era el mismo mundo, pero sin perdices de la felicidad, y sin hada madrina de turno. Pero fuese como fuese, Marta era feliz, porque la princesa no quería ser princesa, y sí quería ser Marta. He aquí la felicidad.
Que lindo te expresas! como veras comence leyendo uno de tus escritos y ese me llevo al resto. felicitaciones.