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¿Donde estás gusanito?

LA CAJITA DE CAÑA

Después de jugar a colgarse de las anillas que había junto al tobogán, Roxana salió al parque situado justo debajo de su casa y corrió en dirección al portal.

Mamá abrió la puerta, y Papá la esperaba con una sorpresa.

Primero abrazó a Roxana y luego le dio una pequeña caja hecha de caña que había traído de un país lejano.

-Mira lo que hay dentro -dijo.

-¡Qué caja tan bonita! saltó emocionada Roxana, y se puso más contenta aún al ver lo que había en su interior-: ¡Es un gusano de seda! ¡Viva!

-¡Qué bien, como el que viste en la tienda de animales! -dijo Mamá.

-Falta una semana para que el gusano empiece a tejer el capullo -comentó Papá-. Hasta entonces, tienes que darle hojas de la misma clase que está comiendo ahora.

-Ya lo sé. Son hojas de morera -explicó Roxana.

Los tres observaron al gusano, que se movía lentamente, sin parar de comer.

-Creo que voy a dibujarlo, ¿vale? -dijo Roxana enseguida, pues le gustaba mucho pintar y colorear.

-¡Fenomenal! -exclamó Papá-. Si lo haces antes de que forme el capullo y se convierta en mariposa, te regalaremos un estuche nuevo de rotuladores.

-Pero tendrás que dibujarlo a partir del lunes, porque vamos a estar fuera el sábado y el domingo -señaló Mamá.

-Vale, ya veréis qué bien lo hago -afirmó Roxana un poco pensativa, sin estar muy segura de lo que decía.

UN GUSANITO DIFÍCIL DE DIBUJAR

Nada más salir del colegio la tarde del lunes, Roxana dejó la mochila en casa y se bajó al parque a jugar con sus amigos.

Así que se olvidó de que quería pintar el gusano.

Cuando lo recordó, dejó de jugar y corrió a su casa. Allí se sentó en el suelo de su habitación, dispuesta a dibujar, aunque ya era tarde y tenía poco tiempo.

Además, no sabía cómo empezar, y se lo dijo a Mamá.

Ella, para que hiciera bien el dibujo, le aconsejó:

-Observa con atención las partes de su cuerpo y dibújalos por trozos.

-Vale -asintió Rosaxa.

-Fíjate -señaló Mamá con el dedo-:

Esa es la cabeza, con ojos, dos antenas y las mandíbulas. Detrás de la cabeza van tres anillos con patas, ¿las ves?

-Vale -dijo Roxana.

-La otra parte del cuerpo -siguió Mamá mientras recorría con su dedo al gusano- tiene cinco pares de patas. Pero no funcionan como patas.

Son ventosas y le sirven para sujetarse a las hojas. Y esos puntos negros a lo largo del cuerpo son agujeritos por los que respira. ¿Vale?

-Vale.

Cuando Mamá salió de la habitación, Roxana empezó el dibujo.

Pero el gusano se deslizaba y se retorcía a la vez que iba devorando una hoja. Y así, ella no podía dibujarlo a gusto.

-Come un montón. ¡Jo, nunca para de moverse! -se quejó Roxana después de un rato.

Y como ya era el momento de la cena, dejó de dibujar, aunque no había avanzado casi nada.

RUIDOS RAROS

La tarde siguiente, Roxana se entretuvo también en el parque hasta que, de golpe, pensó en el dibujo y corrió a casa.

Pintó algo, pero enfadada y mal porque el gusano se retorcía, comía y crecía, y no había manera de dibujarlo.

El miércoles, y el jueves, le pasó igual. Salía del colegio, jugaba en el parque y luego le quedaba poco tiempo para dibujar. Y, encima, no había forma de que el gusano se estuviera quieto.

Y el viernes, cuando Roxana volvió del parque, Papá entró en su habitación, miró el gusano, miró el dibujo y dijo:

-Si no me equivoco, con el color que tiene y lo grande que está, mañana empezara a tejer. ¿Piensas que podrás terminar antes el dibujo?

Yo creo que sí, aunque ya lo tendrías hecho si no hubieras jugado tanto en el parque.

Roxana se enfurruñó cuando su padre le dijo esto. A este paso, no le iban a regalar el estuche de rotuladores. Aunque, si hacía el dibujo a toda prisa....

Nada más irse él, Roxana oyó un ruido raro, como el de su reloj despertador, que provenía de la cajita de caña.

-¿Qué dices, gusanito? -bromeó mientras lo miraba-. ¿Qué haces?

Él estaba enganchando un hilo dorado a una hoja de morera. El hilo le salía por un agujero junto a las mandíbulas.

-¡No! ¡No tejas el capullo todavía! ¡No me va a dar tiempo a terminar de dibujarte! -chillo fastidiada Roxana, y llamó a Papá para enseñarle lo que estaba pasando en la caja.

-¡Vaya! -dijo Papá-. Se ha adelantado en empezar su transformación.

Roxana agachó la cabeza, pero Papá le hizo mirar el gusano y siguió hablando:

-No tienes que ponerte triste. Es muy bonito ver cómo teje el capullo, se hace crisálida y luego sale convertido en mariposa.

-Es que yo quería que me regalaseis el estuche de rotuladores ¿vale? -dijo ella con gesto de rabia.

-Pero si aún puedes acabar el dibujo. Solo le faltan un par de toques, y colorearlo. ¡Te va a quedar estupendo! -dijo Papá sonriente.

 

EL JUEGO CON LA HOJA DE MORERA

El caso es que, esa tarde, el gusano tejía y tejía el capullo, de forma que Roxana se puso cada vez más nerviosa y fue incapaz de terminar el dibujo.

Durante la cena estuvo tan callada que Mamá le preguntó:

-¿Qué te pasa? ¿Te duele algo?

-¡Que no! -respondió enfadada ella-. ¡Estoy bien! ¡No me pasa nada! 

Mamá la miró muy seria y en silencio.

Roxana se portó todavía peor con Papá.

No quiso contestarle cuando, mientras tomaban el postre, le preguntó si el gusano ya había tejido el capullo y si ella tenía hecho el dibujo.

Como vieron que se comportaba tan mal, la enviaron a la cama.

Sin decir ni buenas noches, Roxana obedeció, y eso que los viernes por la noche le encantaba quedarse  a jugar un buen rato con Papá y Mamá.

Entró en su habitación, apagó la luz para que ellos pensasen que iba a dormirse enseguida y encendió la linterna.

Luego cogió la caja de caña y se sentó en la alfombra.

Estaba rabiosa de verdad por no haber terminado el dibujo.

Enfocó la luz de la linterna en el capullo. Era transparente. Dentro, el malvado y traidor gusano dormía bien quieto, quieto..., no como cuando ella lo dibujaba.

Roxana puso morro, dejó la linterna al lado de la cama y cogió la hoja de morera en la que estaba prendido el capullo.

Sin dejar de mirar al gusano, mordisqueó una punta de la hoja para ver a qué sabía.

Luego se puso a jugar con ella. La tiraba al aire y la cogía con las dos manos. Una de esas veces aplastó la hoja sin querer, y el capullo se abrió para dejar al gusano al descubierto.

En gusano no se movía.

Roxana asustada, dejó la hoja en la alfombra. Pensó que el gusano se había muerto y que jamás lo vería convertido en mariposa, con la de veces que la había imaginado volando por la casa.

Muy angustiada, apagó la linterna y empezó a gemir y a llorar en la oscuridad.

Lloró y lloró..., hasta que se quedó dormida.

 

¿DÓNDE ESTÁ ROXANA?

Dos horas más tarde, Mamá y Papá pasaron por la habitación de Roxana para darle un beso y contemplarla dormida.

Sin encender la luz, solo con la claridad que entraba desde el pasillo, vieron que no estaba en la cama.

Papá miró por el otro lado de la cama y debajo del canapé.

-No está -dijo algo intranquilo.

Mamá recogió la linterna y metió en la caja de caña la hora de morera y el capullo deshecho con el gusano dentro.

-A ver si se ha metido en el armario. Le gusta esconderse ahí -dijo mientras ponía la linterna y la caja encima de la mesa.

Miraron en el armario y en el hueco bajo la mesa, pero no:

Roxana no estaba en la habitación.

-¿Dónde puede haberse metido?

-se preguntó Papá.

Preocupados, pasaron al estudio de pintura de Mamá, situado junto a la habitación de Roxana.

-A ver si ha entrado aquí para buscar... yo qué sé qué -dijo Mamá.

Registraron todo el estudio.

-Tampoco está aquí -dijo Papá, ya bastante nervioso-.

Solo queda mirar en la cocina, en el baño y en nuestra habitación, aunque es imposible que no la hayamos visto ni oído al pasar.

-Estará escondida por ahí -dijo Mamá-, y no me parece bien que juegue a estas horas, cuando debía estar durmiendo.

Se equivocaba. Después de mirar en la cocina y el baño, la encontraron dormida en la cama de ellos.

-Tirita -dijo Papá mientras la cogía en brazos con mucho cariño-. Ha cogido frío.

-No la lleves a su habitación -añadió Mamá, y acarició y besó a Roxana.

-Mamá... -susurró ella, sin abrir los ojos-. Quiero dormir con vosotros, ¿vale?

La dejaron en la cama, bien tapada.

Luego, cuando se tumbaron a su lado, volvió a hablar en susurros:

-He tenido un sueño especial. Estaba con el...

No puso seguir contando. Se quedó dormida profundamente .

 

LA FIEBRE Y UN SUEÑO FENOMENAL:

El sábado por la mañana, Roxana se despertó pálida y con temblores. Preguntó por qué estaba en la cama de sus padres y se durmió de nuevo.

-Con la fiebre, no sabe lo que dice -dijo Mamá-. Anoche debió de coger frío jugando en el suelo y por eso se vino a nuestra cama. Si más tarde no le baja la temperatura, llamaremos al médico.

Papá, con un termómetro en la mano, contemplaba a su hija con cara de preocupación.

Roxana durmió todo el día. Solo abrió un poco los ojos cuando, a la hora de comer, la pasaron a su cama y le dieron zumo de frutas y también yogur.

Lo mismo le hicieron tomar por la noche.

-Creo que está un poco mejor -dijo Papá.

-Mañana hará como todos los domingos: querrá jugar, ¡y pobres de nosotros si no le hacemos caso! -sonrió Mamá.

Tal como había previsto Mamá, al momento de despertarse el domingo, Roxana subió la persiana de su habitación para que le entrase luz del día y comenzó a saltar y a bailar en la cama, gritando alegre a más no poder:

-¡He tenido un sueño fenomenal, muy largo y muy bonito! 

Cuando Papá y Mamá entraron en la habitación, Roxana tenía la caja de caña entre las manos.

-¿Habéis visto? ¡El gusano está vivo! ¡No lo maté! -canturreó contentísima.

Mamá y Papá se miraron extrañados.

Roxana enseñó a Papá el contenido de la caja.

-¿Cómo es posible? -se asombró él-

-¿A ver? -dijo Mamá, y también se sorprendió muchísimo-:

¡Oh! ¿Cómo es que el capullo está formado, con el gusano dentro ¡y vivo!, si la otra noche lo vimos roto y el gusano parecía muerto?

-Desde luego, hija, ¡que cosas pasan cuando tú estás de por medio! -añadió Papá.

-Es verdad, ¡me pasan cosas geniales! -rió Roxana-. He tenido un sueño mágico con el gusano y... ¡os lo cuento!, ¿vale?

UNA HISTORIA INCREÍBLE:

Mamá y Papá, sentados en la cama, esperaban muy atentos a que Roxana empezase a contarles el sueño.

-Me acuerdo de que creí que había matado al gusano -empezó a decir- y me eché a llorar. Lloré mucho , mucho, hasta que me dormí.

Entonces me puse a soñar con él. Al principio estaba muy quieto, pero enseguida empezó a moverse como siempre. Estaba vivo, y me miraba....

Sus padres  la observaban con ojos de asombro.

-Luego empezó a tejer -continuó Roxana-, y solo se paraba cuando me despertabais.

¡Pero yo tenía que volver a dormirme, para que siguiera tejiendo sin parar!

En mi sueño le decía: ¡Venga, gusanito, teje más deprisa!, y le daba un montón de hojas de morera para que comiera y se pusiese fuerte. Y él tejía y tejía.... hasta que de repente se paró, me miró ¡y me dijo que por fin iba a convertirse en mariposa! Pero no me dio tiempo a verlo porque me desperté antes. ¡Y ya está! ¿A que ha sido un sueño maravilloso? 

Papá y Mamá se miraron mitad extrañados, mitad sonrientes.

-¡Vaya historia tan sorprendente, hija! dijo Mamá.

-Es increíble y estupendo que hayas soñado algo así -añadió Papá con los ojos chispeantes-, y que el gusano esté ahí, vivo, dentro del capullo.

-¿Quién sabe si, cuando lo compraste en aquel país lejano, te dieron un gusano con dos vidas? -bromeó Mamá-. Lo que está claro, hija, ¡es que has tenido un sueño mágico!

-Pues claro, ¡justo lo que he dicho yo! -exclamó Roxana.

Y los tres se echaron a reír.

EL DIBUJO PERFECTO:

El lunes siguiente, Roxana acabó el dibujo y lo dejó sin colorear.

Y en las otras tardes de esa semana, después de jugar en el parque, contemplaba la transformación del gusano, que se iba haciendo crisálida.

Lo coloreaba poco a poco, con todo detalle y cuidado, pues tenía su imagen en la memoria, tan clara como si la viera en una fotografía.

-Es que me fijé mucho en él cuando lo vi en mi sueño, ¡ja, ja! -les decía Roxana a sus padres, y ellos se reían con ella.

La noche del viernes acabó de colorear el dibujo y les preguntó:

-¿A que es perfecto? ¿A que vais a regalarme el estuche de rotuladores?

Papá y Mamá estuvieron de acuerdo en que era perfecto y lo colgaron en el cuarto de Roxana y cerca de la caja de caña.

También estuvieron de acuerdo en lo del regalo.

La mañana del sábado, cuando Roxana se despertó, lo primero que hizo fue mirar el dibujo, y a continuación se levantó para ver el capullo.

Nada más tocar la caja, una mariposa salió volando de ella.

-¡La mariposa, la mariposa! -chilló Roxana, tan fuerte y escandalosamente que sus padres acudieron a todo correr.

La mariposa volaba por la habitación, y sus alas multicolores brillaban a la luz del sol.

Roxana comprendió entonces que lo mejor era que volase libre, y la dejó salir por la ventana mientras exclamaba a coro con Mamá y Papá:

-¡VALE, VALE, VALE!

 

Autor Pablo Barrena   

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