Berta nació en Munich, en los turbios años que se sucedieron a la Primera Guerra Mundial. Cuando tenía sólo once años le detectaron un cáncer en el brazo izquierdo, y su madre, para que no perdiera los ánimos y su bonita sonrisa de ángel, le regaló un piano de segunda mano. Berta se puso muy contenta y a partir de ese día puso un gran empeño en aprender. Cada día, hasta que las fuerzas empezaron a abandonarle, llenó la casa con las melodías de Mozart, Chopin y otros grandes. Se sentía tan feliz a pesar de su mal que no le importó siquiera que Alemania se sumergiese en otra guerra mundial.
Dos años más tarde, los médicos advirtieron que la niña sólo podría salvarse si se le amputaba el brazo, así que los padres de Berta, entre lágrimas, la llevaron al hospital. Berta también lloró, nunca más podría tocar el piano, pero en el fondo prefería seguir viva y con sus padres que oír una sola nota más.