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Érase una vez una sardina llamada Cristina que vivía en las profundidades del Océano Atlántico, muy cerquita de las costas de un pequeño y bonito país llamado Galicia.
Cristina era muy presumida y sin duda la sardina más guapa y elegante de todo el océano. Sus trajes eran todos color plata y para las grandes ocasiones los tenía con lentejuelas. Tenía muchos amigos: el percebe Seve, el langostino Rufino, el besugo Hugo y el mero Pedro. Juntos les gustaba tomar el sol en verano y charlar en las tardes de invierno, en la orillita del agua. Juntos habían vivido muchas experiencias pero ninguna como la de aquella noche de noviembre que vamos a contar. - Amigos,- dijo Cristina - me voy a ir para casita. Parece que se aproxima una tormenta. Si queréis os invito a tomar un té de algas en mi casita. -¡Aceptamos! - dijeron todos a la vez. Cristina vivía en una casita muy bonita hecha de coral. Era la envidia de todos sus vecinos. El coral no se solía ver en esta parte del océano pero a ella, se lo había traído un marinero del que se había hecho amiga hace muchos años. Estaban ya todos sentados, disfrutando de su té, cuando se oyó un estruendo espantoso. -¡Ahhh!- gritaron todos - ¿qué habrá sido eso? -Por el ruido parece haber sido un barco muy grande- dijo Pedro, el mero. Rufino, el langostino, no paraba de moverse, estaba muy nervioso. -Habrá que subir a inspeccionar...- dijo Hugo, el besugo, que era el más curioso de todos. -Será mejor que esperemos a mañana - dijo Seve, el percebe más sensato. A Cristina se le ocurrió la idea de que se quedaran todos a dormir y así lo hicieron.... Pero al día siguiente no amaneció, algo muy negro cubría el agua y no dejaba pasar la luz. En la prensa ya explicaban lo que había ocurrido.Un barco llamado Prestige había sido el culpable. Después de lamentarse un buen rato, decidieron pensar en alguna solución. Fueron a hablar con Neptuno, el rey del mar, quien al enterarse de lo ocurrido se entristeció mucho. Pero él, como buen rey que era, tenía recursos para todo. Juntó a su ejército de calamares y les dijo: -Calamar Blas, pongo toda mi confianza en ti y en tus calamares, para que salvéis al mar, de esta horrible mancha negra que tanto me entristece. Los calamares de todo el mundo partieron hacia esa parte del océano, no sin antes despedirse de sus seres queridos. Estaban tristes pero el orgullo de salvar su mar les dio fuerza y coraje. Nuestros amigos, mientras aquello no se arreglaba, decidieron hacerle una visita a la trucha Pilucha, una prima lejana de Cristina y así, conocer a su amiga, la anguila Lina. Pilucha vivía en el río más próximo dirección Sur, no era tan amplio como el océano, pero era bastante acogedor. Cristina y sus amigos llegaron a casa de Pilucha el día de Nochebuena. Llegaron muy cansados pues el viaje había sido largo y agotador. -¡Prima!¡Cuánto tiempo! Estás tan guapa como siempre. Te presento a mi amiga Lina, la anguila. Lina era muy tímida y parecía que estaba escondiéndose todo el rato pero era muy amable y buena. Esa Nochebuena fue muy especial para nuestros amigos, era la primera que pasaban fuera de su mar, pero sabían que pronto estarían de vuelta, confiaban en los soldados calamares. Fue una Nochebuena muy muy dulce, porque en el río es todo más dulce que en el mar. Para los marineros de la zona, esas Navidades también fueron especiales, salían a pescar por la mañana y regresaban al mediodía. ¡Claro! Pescar en el río es más fácil que en el mar. Los calamares consiguieron salvar el mar y volvieron a sus casas con las bolsas bien llenas de "tinta". Es por eso, que desde esos días, los calamares tienen su tinta más negra que nunca. Y así es como se solucionó este gran desastre y como Cristina, la sardina, y sus amigos, aprovecharon la ocasión para pasar las Navidades en el campo, con la trucha Pilucha y la anguila Lina.Colorín colorado este cuento se ha acabado....
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