Como la devastadora marabunta, el improvisado ejército avanzó hacia la corte del rey asesinado cruzando las mismas tierras que atravesara el traidor en su huida de palacio. Pero al mismo tiempo que ellos, en otro lugar, un corcel blanco montado por un misterioso encapuchado se dirigía igualmente a la corte.
Veloz como el viento, el caballo cruzó las extensas e inhóspitas campiñas bajo un cielo infestado de negros nubarrones. Finalmente, al amanecer del día siguiente el encapuchado arrivó al castillo, y sin apenas darse tiempo a recobrar el aliento, pidió audiencia con el príncipe.
Fuertemente escoltado pese a los argumentos que había ofrecido, el forastero acudió a la sala del trono donde el heredero le aguardaba con gesto aburrido.
Después de hacer una reverencia, se quitó la capucha dejando al descubierto un rostro de mujer. Era la esposa del asesino traidor, que venía a prevenirles de la llegada del ejército.
Su alteza escuchó atentamente, y temiendo un baño de sangre, convocó a sus consejeros.
Dos horas después, la decisión del consejo era unánime: lucharían hasta la muerte defendiendo el castillo.

El negro cielo comenzaba a despejarse en beneficio del sol cuando las maléficas huestes del duque llegaron a las colinas que servían de frontera natural al castillo y sus alrededores. Comenzaron a subirlas, mientras pensaban en qué cara iban a poner los cortesanos cuando irrumpieran en él, pero cuando llegaron a la cima, los que pusieron cara de espanto fueron ellos.....
Una voz agria atravesó al aire como una flecha afilada y, en un instante, todas las tropas que protegían la vieja fortaleza echaron a correr hacia sus enemigos.
La batalla había comenzado.

Entre lanzas, caballos enloquecidos y espadas ensangrentadas uno de los soldados, inexplicablemente, se escabulló de la contienda, y tomando un caballo, huyó como alma que lleva el Diablo. Era el infante que, viendo que la derrota se acercaba a los suyos, prefirió salvar la vida al menos. Pero en un bosque cercano al lugar, el encapuchado, a lomos de su corcel blanco, logró alcanzarlo y le dio muerte sin contemplaciones.
Pocas horas después, las tropas del reino acabaron venciendo y los pocos supervivientes que quedaron del ejército invasor huyeron enloquecidos a las montañas. Los ganadores, llenos de euforia, regresaron a palacio y al día siguiente el príncipe regente fue coronado rey, casándose luego con la hija del duque.