A veces la vida real es la más terrible de las historias de terror, la historia relatada a continuación es producto de la ficción, pero muy bien puede ajustarse a hechos conocidos por nosotros.
Edmundo Góbitan era el nombre de aquel escritor de seres de ultratumba, escritor de cuentos de criaturas inexistentes, que adquirían vida de su pluma incansable pero fatalista, porque en la mente de Edmundo existían solo espíritus negros asechando a las sombras de la noches, incubos que al abrigo de callejones pestilentes mutaban en terribles bestias sedientas de sangre, a medida que tecleaba en su vieja computadora las criaturas más inverosímiles tomaban cuerpo e iban generando situaciones que dejaban en ascuas al más insensible de los lectores. Así nació “el taranto”, especie de hombre araña que mordía a sus victimas inyectándole un fluido mortal que disolvía las entrañas del desafortunado, el cual después de morir en medio de terribles dolores servía de alimento al monstruo, el virus, el elevador de la muerte y muchos otros relatos se peleaban en la nutrida biblioteca del escritor tratando de demostrar cada uno a su manera que era más perverso que el otro.
Edmundo vivía en un pequeño cuartucho rentado en la segunda planta de una casona vieja, la única ventana de la habitación daba a un callejón parecido al de sus cuentos, oscuro y pestilente, pero por doscientos pesos al mes era más que justo y no aspiraba a más.
Una noche en que Edmundo escribía un cuento sobre monstruos citadinos para un guión de televisión oyó un ruido en el callejón y se asomó a la ventana, en medio de la oscuridad pudo observar un grupo de tres hombre que febrilmente realizaban alguna tarea arrodillados en el suelo tapizado de cartones viejos y latas de todo tipo, todo estaba oscuro y una leve niebla disimulaba la vista plena de aquellos cuerpos, Edmundo hurgó entonces entre sus cosas y se hizo de una pequeña linterna con la cual alumbró hacia el grupo, estos sorprendidos en su faena se pusieron repentinamente de pie, dejando caer pequeños objetos de sus manos, Edmundo dirigió la linterna hacia el piso pudiendo divisar lo que parecía el cuerpo desnudo de alguien, así que emitiendo un estridente grito puso en fuga al trío de desalmados, bajó inmediatamente al callejón armado de un pedazo de tubo y al llegar a él notó que uno de los malhechores he había devuelto y estaba junto al cuerpo tembloroso de la victima, una niña de aproximadamente 15 años totalmente desnuda y que sangraba profusamente por la boca y la entrepiernas, el hombre al ver la silueta de Edmundo blandió un largo cuchillo y de un solo tajo cortó la garganta de la adolescente perdiéndose a continuación en veloz carrera entre las sombras de la noche, en vano trató Edmundo de ayudar a la niña, en vano fueron sus gritos de auxilio, los vecinos temerosos asomados a sus ventanas no quisieron saber ni hacer nada hasta el día siguiente, cuando uno a uno fueron juntándose para averiguar que había pasado en el callejón, y que hacía Edmundo Góbitan caminando calles abajo a altas horas de la madrugada pidiendo auxilio con un bulto extraño entre sus brazos.