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La niña pequeñita

Érase una vez que se era una pequeña niña que vivía en una casita muy pequeñita

. Tenía un pequeño papá, una pequeña mamá y un pequeño hermanito... Eran una familia muy muy pequeña pero que tenían lo más importante: un gran corazón.

Vivían en un pequeño pueblo, su casita era muy pequeña, su salón era pequeñito, y todos dormían en la misma habitación. Toda la gente del pueblo se reía de ellos porque todo lo que poseían era muy pequeño, su casa, sus ropas, su comida… todo era de tamaño reducido, y la gente se reía porque siempre decía que eran pobres, puesto que no tenían ahorros para comprarse cosas más grandes. 

Un día la niña venía del colegio con su pequeña mochila y se encontró una cajita que tenía un duendecillo. La niña se sorprendió de aquel hallazgo y se lo llevó a casa. Durante días compartió con el duende su pequeña casa, su pequeña comida y su pequeña habitación. El duende al ver tanta generosidad quiso obsequiar a la niña con un deseo. La niña lo pensó y pensó y se le ocurrían miles de cosas que podría desear, pero sólo podía pedir una; así que esperó hasta encontrar el mejor deseo que pudiera nunca haber deseado.

Mientras tanto la gente del pueblo seguí sin querer juntarse con aquella familia tan pobre. La mamá iba a comprar y ninguna vecina hablaba con ella, el papá iba al trabajo y no tenía compañeros y el bebé no podía jugar con ningún otro bebé en el parque y todo porque sus riquezas eran muy muy pequeñitas. Sin embargo, ellos eran felices a su modo, tenían todo lo que podían y disfrutaban de ello sin lamentarse.

Un día en el que el cielo estaba muy encapotado se desató una tormenta, comenzó a llover torrencialmente y un viento huracanado arrasó todas las edificaciones a su paso, los campos de cosechas quedaron desolados y el torrente de agua arrastró los coches de todos los vecinos del pueblo, todas las casas quedaron destrozadas. Todas menos una: la casita pequeñita de la familia pequeñita. Nadie podía creerlo pero la casita era tan pequeña que no supuso ningún obstáculo para el viento o el agua, como ocurrió con las casas de los demás habitantes.

El pueblo se sumió en una gran tristeza pues la riqueza que habían cultivado y edificado durante años había sido arrasada de repente en un abrir y cerrar de ojos. Todo el mundo se lamentaba y lloraba por las pérdidas; entonces aquella pequeña niña recordó que tenía un deseo aún que le había concedido su amigo el duende. Pidió que el pueblo volviera a ser como antes, que la gente volviera a tener sus riquezas y que en las mentes de la gente todo hubiera pasado como un sueño. Y así fue; al día siguiente el pueblo despertó como siempre había sido antes de aquel trágico día y las gentes no se acordaban de nada. Sólo hubo una niña pequeñita, con unos papas pequeñitos y un hermanito pequeñito que vivía en una casita pequeñita que sí supo lo que había pasado y tuvo la gran alegría de saber que todo era como antes gracias a su gran corazón.

Moraleja: No es más feliz aquel a quien la suerte no puede dar más, sino aquel a quien la suerte no puede quitarle nada.

Diana Hernández.

Datos del Cuento
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