Marcia sentía que estaba acostumbrada. Las cóleras de su marido eran moneda corriente y, más o menos, las veía venir cada semana.
“Los hombres son así”, se decía a sí misma y trataba de que en esos términos lo entendiera su mamá, siempre preocupada por las marcas en su cuerpo.
No pensaba. Estaba demasiado atareada con sus cuatro niños y creía que las palizas, las peleas y las agresiones formaban parte del hecho de estar en pareja.
Tenía veinte y ocho años, dos hijos de un matrimonio anterior y dos más con el marido actual. Consideraba que su nuevo marido le había hecho un favor aceptándola con dos hijos y se lo agradecía no protestando por el maltrato recibido.
El era artista. Tocaba en una banda importante y ella estaba muy orgullosa por eso.
Volvía de madrugada, borracho y de mal humor pero ella lo esperaba pacientemente y le preparaba café mientras escuchaba la narración incoherente de sus logros en la banda.
Marcia sostenía, durante las discusiones con su mamá, que un artista era especial y ella tenía la obligación de contenerlo. -Después de todo, papá también te golpeaba y vos nunca hiciste nada para impedirlo, ni cuando nos tocaba a nosotros.
El tiempo fue pasando y los niños crecían pero eso no mejoró el humor de su marido sino que más bien lo tornó más previsible. Marcia empezó a cansarse de la agresión y respondió en consecuencia.
Pelearon cuerpo a cuerpo y la vajilla voló por la casa en presencia de los niños. La mujer golpeaba con ferocidad y esto aumentó el encono del marido.
Una atardecer de fin de semana el desastre se precipitó: mientras ella yacía en le piso, luego de un golpe especialmente violento, él la roció con alcohol y le prendió fuego. Marcia se levantó, enloquecida de miedo y dolor y hasta a su marido le pareció demasiado: intentó apagar el fuego pero sólo consiguió que marse las manos y los antebrazos. Para su mujer ya fue tarde. La ambulancia la llevó inconsciente y jamás despertó. Murió sin declarar, de todos modos, jamás lo hubiera hecho contra su marido.
Los hombres son así, ¿vio?