Hoy amanecí con una rara tristeza, era como si hubiera perdido algo mucho muy importante, no sólo para mí, si no para el mundo entero, pero paradójicamente, una paz espiritual me llenaba plenamente.

A pesar de todo, la mañana era mucho muy hermosa, el viento soplaba suavemente entre las copas de los pocos árboles, haciendo más llevadero el cálido clima urbano y llevándose momentáneamente el nefasto calor que durante la noche, no nos había dejado dormir.

Junto con el canto de algunos pocos pajarillos, el sol comenzó a levantarse, iluminando tímidamente el cielo con matices de colores, que hasta la fecha, no había visto en un amanecer, quizás, porque la prisa de cada mañana, no me permite un segundo para voltear al cielo.

Los tonos amarillos de los rayos solares, se entremezclaban caprichosamente con el aún grisáceo azul del cielo y el blanco de las nubes, que con formas caprichosas, se dejaban alegremente traspasar por esos aún tímidos rayos, mientras el viento las iba arrastrando hasta formar figuras cada vez más definidas, sin perder el encanto del capricho natural de cada forma.

Era hermoso ver aquella amalgama de colores entremezclados en un mismo cielo a tan temprana hora, donde, sin líneas definidas, se delimitaban matices mágicos indescriptibles.

La tarde me trajo otra sorpresa. Nunca antes, se me había ocurrido voltear al cielo a esas horas, ya que el fuerte sol, lo hacía casi imposible, pero aún fascinado por la visión matutina, casi sin pensarlo, en un momento de descanso de la faena diaria, se me ocurrió voltear a verlo.

El astro rey, estaba en todo su esplendor, quemante e hiriente a la vista, así que tuve que entrecerrar los ojos para poder mantener la vista en todo lo alto. a pesar de mi encandilada visión, pude ver nuevamente fusiones de colores que nunca hubiera imaginado que se pudieran lograr con el simple azul del cielo, el blanco de las nubes y el amarillo intenso del sol, esta vez, para mi sorpresa, pude ver figuras bien definidas, como si hubieran sido arrancadas de una acuarela magistralmente pintada.

No podía perderme la puesta solar. De seguro sería tan maravilloso el cielo como lo había sido por la mañana y la tarde. Esta vez, lo haría cómodamente y sin prisa alguna. Saqué una silla a la cochera de mi casa y una cerveza bien helada en mano que me daba la ilusión de mitigarme el calor. Ya sentado, encendí el enésimo cigarrillo del día y después de dos bocanadas mentoladas, fijé mi vista en el poniente.

Creerán que estoy loco, y quizás no se equivoquen, pero juro que vi en el cielo colores que nunca hubiese pensado que se pudieran dar en tal lienzo natural.

El azul celeste, casi se había perdido por completo, en cambio, preciosos matices de rojo, ocre y naranja, plasmaban al óleo un maravilloso crepúsculo tan cambiante como hermoso. Colores como el rosa, el verde e incluso el morado, se derivaban de él caprichosamente, entre las sombras de algunas nubes aún blancas, de formas cada vez más definidas a la vista, o a la imaginación, según la capacidad de cada observador. Líneas rectas y tajantes de rayos solares, cruzaban el cielo de lado a lado rompiendo la continuidad de alguna que otra pequeña nube dispersa. Para rematar, miles de aves volando y emitiendo sus alegres cantos, daban con su bruna silueta un contraste magistral. Poco a poco, todos estos colores, se fueron oscureciendo conforme el sol se diluía entre los edificios de mi ciudad, hasta que sólo quedó la blancura de la luna y el brillo de algún puñado de estrellas como único contraste.

¿Cuantas veces, quizás, ese mismo espectáculo se había presentado sobre mi cabeza y nunca me había detenido a verlo?. ¿O será acaso que Marcos Huerta juega ya en el cielo con su paleta de colores y su característico capricho policrómico, queriendo decirnos silenciosamente a quienes le añoramos, que su genialidad sigue viva?.