Voy a escribir en voz baja.
Léeme con el pensamiento puesto en un susurro, y acomódale la voz un poco grave, no mucho, que te cuento lo que se vela y se encierra debajo de las camisas, más adentro.
Con sólo tocar su mano, ay amigo, las cosas.., las cosas eran otra cosa.
Y andar.
Bajar la calle de su cintura era montar dos corazones de sangre galopando hasta la boca.
Qué gusto de mar tenía, qué gusto de mar, Dios mío.
Y respirar.
Respirar el aire como si alguien quisiera cortarlo y ese aliento, urgente y frenético, fuera el último que respiráramos.
Y qué te cuento, con un beso.
Con un beso apenas rozado, alegría, las cosas, te repito, las cosas dejaban de ser las cosas, tienes que saber cómo te digo.
Y mirar.
Mirar yendo con ella. Los colores pardos y ceniza que tiene la tierra donde nunca puso antes su luz el día, se volvían fulgor de fiesta, rayos de sol y luna.
Y dormir.
También dormir era distinto. Dormir siguiendo el compás de los latidos en su ritmo, otra vez cálido y materno, libre de dolor y de anoranzas.
Sólo con saberla, oye, saberla sin más, las cosas, no sentía dónde andaban.
¿Las cosas?. ¿Las cosas digo?.
Ay, compañero, con sólo tocar su mano, ni siquiera reparaba en que existieran las cosas.
Perdoname te ruego, pero tenía que contárselo a alguien.