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CONRADO

La carretera serpentea negra, perdiéndose en las brumas del intenso calor de mediodía y en el horizonte difuminado sobre una pronunciada curva, aparece, como de la nada, el Caminante.
Es un hombre alto de hombros ligeramente encorvados, pelo ceniciento recogido en una coleta apresurada y la mirada despierta en los ojos fruncidos evitando el resplandor hiriente. El calor, sin embargo, no parece hacerle mella y lleva el paso vivo de quién conoce su destino y tiene el tiempo escaso. Hoy ha de conseguir un alma y tendrá que hacerlo con discreción y diligencia. Se detiene unos instantes llevándose la mano a la frente a modo de visera. La carretera serpiente se adentra en una urbanización de casas ajardinadas. Un leve gesto de asentimiento y apresura el paso de nuevo, disponiéndose a cumplir con su misión.

Conrado está aliado con el éxito. Profesional de la publicidad, quedan lejos los días en que comenzó de ayudante en una pequeña pero próspera agencia. Sólo necesitó 3 años para formar su propio negocio: “Recursos e Ideas Propias, s.l.” Cuenta con una suculenta cartera de clientes y ha recibido múltiples reconocimientos y galardones. Tan bien le va todo, que apenas recuerda el robo de clientes que cometió en su primera agencia. El resultado de su vileza, cometida eso sí con gran habilidad, fue la ruina e infarto fulminante de su antiguo jefe.

Mas no es en el pasado donde tiene Conrado puesta la mente. Ahora mismo está más pendiente del “trabajito” que le están haciendo. Se encuentra en la cama totalmente desnudo y la morena que tiene la cabeza entre sus piernas no es su esposa, de hecho ni siquiera están en la cama en que duerme Conrado con su esposa. Está en casa de Eva, la morena atareada, y se siente en la gloria. Su esposa Julia, está en casa con sus tres hijos, el perro “Cerbero” y unos veinticinco carísimos peces tropicales. Conrado no ama a su esposa y en lo que respecta a sus hijos, los considera una obligación cumplida. Lo cierto es que el amor de su vida es su propia persona. Los demás merecen su atención en función del beneficio que les pueda extraer. Julia fue un buen negocio: su padre era el dueño de la agencia en que comenzó su carrera. Ella ignora que los actos de su marido provocaron la muerte de su padre, pero tiene motivos para no ser feliz. Tiene la sensación de haberse casado con un depredador y, lo más lamentable, es que se siente ya devorada y echada a un lado. Percibe que sólo su papel de madre y esposa acompañante impide que sea repudiada.
Eva su amante y mantenida, se sabe un instrumento que Conrado emplea cuando le viene en gana. Apenas se siente compensada por la casa y la generosa cantidad de dinero que Conrado le entrega todos los meses. Oficialmente figura como secretaria de dirección, pero su labor está siempre más cerca de la cama que de la mesa de trabajo. Eva no quiere pensar en ello, pero Conrado le da miedo. Sus ojos son glaciales y escrutadores y la única chispa de emoción que le ha visto es la que aparece en sus orgasmos, por lo demás silenciosos y con estremecimientos violentos y breves.
Conrado arquea la espalda y agita la respiración. Eva incrementa el ritmo y él por fin, se desfoga. Ella se echa a un lado. El se levanta y marcha al cuarto de baño mientras le ordena que se vista. Ahora cogerá su coche un magnífico deportivo italiano, Eva no recuerda exactamente la marca ni le importa tampoco, y se marchará. Eva suspira torciendo el gesto ante el amargo sabor que tiene en la boca. Él tiene una eyaculación generosa pero la amargura cenicienta que siente en el fondo de la garganta no se debe al semen de Conrado. Se viste deprisa y sale de la habitación. Lo mejor es que él no la vea. Ya no tiene nada que decirle y se marchará enseguida.
Conrado se mete en el coche y gira la llave del arranque. Está inquieto y no sabe por qué. Quizás Eva ya no le satisfaga. Tendrá que buscar otra mujer, una más joven piensa. Eva tiene 24 años y él 48, pero le gustan realmente jóvenes. Hace algún tiempo que viaja por ciertos países con la excusa de entablar contactos comerciales, pero su objetivo real son las jovencitas, niñas en realidad, que le acompañan al hotel con la infancia maquillada por el hambre y la desesperanza. Conrado no teme que le cojan. Los contactos adecuados y una buena cartera le mantienen a salvo. Sonríe y es como perro que enseña los dientes. Sí, piensa, Eva ya ha dejado de serle útil, tendrá que deshacerse de ella y eso le provoca una sensación levemente placentera. Gira el coche hacia la carretera solitaria y se prepara para acelerar a fondo. Le gusta su coche: una bestia mecánica fría y veloz. De pronto frena en seco. No sabe de dónde ha salido, pero frente al coche se encuentra un hombre que le mira fijamente. Se siente incómodo ante la mirada y eso convierte su sorpresa en irritación. Abre la ventanilla y asoma la cabeza sintiendo como el calor le da una bofetada en el rostro enjuto y pálido.
“¡Apártese! ¿Quiere que le atropelle?”
El hombre sonríe pero no se aparta.
-“Casi llego tarde Conrado” le dice con voz suave “¿Tienes prisa o es que Eva ya no te complace como antes?”.
Conrado frunce el ceño ¿le conoce? El rostro moreno con barba de tres días no le dice nada pero es obvio que el extraño sí le conoce. Le ha llamado por su nombre.
-“ No sé de qué me habla. Apártese o le pasaré por encima”
-“ Oh no, no creo que lo hagas. No por escrúpulos, eso me consta, pero podría abollar ese coche tan bonito y tú no quieres eso ¿verdad?. De todas formas, sólo quiero que me dediques unos minutos. Vengo a proponerte un buen negocio”.
¿Un negocio? se repite Conrado, menudo chiflado. Se asegura de llevar puesto el seguro de las puertas del coche y coge el móvil para llamar a seguridad. Ellos le pondrán en vereda. Les diré que me ha amenazado y que le den una buena paliza. Puede que hasta me quede a verlo. Sonríe de nuevo mientras marcha el número. Cuando se quiere dar cuenta el extraño ha abierto la puerta del pasajero y se sienta a su lado.
-“ Yo no haría eso” le susurra y le arrebata el móvil de las manos.
Conrado siente miedo. ¿Cómo ha entrado si ha echado el seguro? Tira de la palanca e intenta salir del coche. En vano. La puerta está fija y no consigue moverla.
-“ Escucha” se apresura nervioso, “tengo un montón de dinero en la cartera y te daré también el reloj, es de oro, y... llévate el coche ¿de acuerdo?”. Observa a su acompañante. Éste le mira con una leve sonrisa sarcástica y niega con la cabeza.
-“No Conrado, no quiero tu dinero ni tu reloj ni nada tuyo excepto una cosa, pero no estoy aquí para robarte como tú acostumbras a hacer. Estoy aquí para negociar. Quiero comprar algo que tienes y estoy dispuesto a pagarte bien”
¿Negociar?, Este tipo está realmente chiflado piensa Conrado. Decide seguirle la corriente. –“De acuerdo” asiente “vamos a mi despacho y hablaremos, si tu proposición me interesa llegaremos a un acuerdo y...”. Se detiene al oír la risa del otro.
-“No, no Conrado, no iremos a ninguna parte. Negociaremos aquí”.
-“No comprendo” balbucea Conrado. Mira de reojo hacia la casa con la esperanza de que Eva esté mirando y comprenda que ocurre algo extraño. Eva no está mirando. Está en la duchando frotándose la piel hasta enrojecer sin querer saborear las lágrimas que se mezclan con el agua casi hirviendo.
-“ Es de lo más sencillo. Mi, eh, jefe quiere presentarte una oferta y me ha encargado tu expediente. Intentaré llegar a un acuerdo que sea satisfactorio para todos o me iré sin más. Repito, lleguemos o no a un acuerdo, no volveremos a vernos ni te daremos otra oportunidad, ¿está claro?”.
-“¿Qué tengo yo que te pueda interesar?” Conrado se relaja un poco. La situación es muy extraña y el tipo más todavía, pero si quisiera hacerle daño o robarle, ya lo habría hecho en vez de hablar tanto. Por otro lado, no parecía estar borracho ni drogado.
-“ Queremos comprar tu alma Conrado”
-“¿Mi qué?” No puede evitar el tono burlón “¿Quién se supone que eres tú: el demonio?”
-“Te hablo muy en serio. Queremos comprar tu alma y estoy dispuesto a escuchar tu precio”
-“A ver si lo entiendo” se arrellana en el asiento y suelta el volante al que, sin darse cuenta, estaba aferrado con todas sus fuerzas. “Yo te vendo mi alma. Firmo un contrato con sangre y me condeno al infierno pero a cambio tú me entregarás lo que yo te pida”. Conrado enarca las cejas subrayando la frase con sarcasmo.
-“ Bueno, algo así. Pero bastará con que firmes con una pluma y en lo que se refiere al Infierno depende sólo de ti. Hay más espíritu en el ser humano que el alma que viene de Dios.”
-“Ya con que más espíritu... Bueno, de acuerdo. Venga te vendo mi alma pero a cambio quiero la inmortalidad”. Reprime una sonrisa. El chiflado es inofensivo y al final, está pasando un rato divertido.
-“¿La inmortalidad?. Lo siento, pero no puedo negociar con imposibles. Sólo puedo aceptar costes que sean asumibles, algo que esté al alcance del ser humano ya sea por su esfuerzo la fortuna o la combinación de ambos”.
Conrado se detiene pensativo. No acaba de aceptar la realidad de la situación, pero decide llegar hasta el final aunque sólo sea para quitarse de encima al hombre que se sienta a su lado.
-“De acuerdo. Quiero carisma y magnetismo personal. Que la gente se sienta atraída hacia mí. Quiero centrar la atención de todos y que se me escuche como a un iluminado”.
-“Mmm, bueno, supongo que ese es un precio que puedo considerar. Sólo te diré que no podré otorgarte la posibilidad del engaño. Serás un iluminado para quienes te quieran ver así y posiblemente, sean muchos, pero te advierto que habrá quienes sean capaces de ver más allá de tu fachada. Por lo demás, y si estás de acuerdo, podemos firmar el contrato”.
-“Me parece bien. Acabemos de una vez.”
El caminante saca un rollo de papiro del interior de su camisa. Conrado no deja de observar que a pesar del calor, el rollo está totalmente seco, como si el hombre fuese inmune al calor y no sudase. El Caminante le entrega el papiro par que lo lea:

“El abajo firmante dona su alma al poseedor del presente documento a cambio de ser investido de la capacidad de atraer a los pobres de voluntad y guiarlos por la senda que elija mostrarles”

El documento es escueto y claro pero Conrado se gira asombrado, ¿cómo puede figurar su petición en el documento? No ha visto al hombre escribir durante el rato que han estado juntos. No puede evitar un escalofrío. Firma presuroso y el Caminante, sin despedirse siquiera, sale del coche y sin volverse, se pierde tras la pendiente de la carretera.
Conrado está con la mirada perdida cuando un motor que acerca. Los guardas de seguridad del complejo bajan la ventanilla y le dicen algo. No les oye. Baja su propia ventanilla y les interroga con la mirada.
-“Perdón señor, ¿se encuentra bien?”
-“Sí, claro que me encuentro bien y a ver si espabilamos que aquí se cuela cualquiera”.
No espera a oír la respuesta de los guardas. Arranca el coche y con un chirrido de ruedas, se marcha.
Los guardas se miran perplejos. Este tipo no está bien, comentan. Se tira media hora en el coche hablando solo y luego se larga como alma que lleva el Diablo. Uno toma el walkie-talkie y habla con la garita de la entrada.
-“Todo bien Adolfo. Lo más seguro es que el tío vaya colocado. Dadle las gracias al vecino que nos llamó y abrid la barrera o este tipo se la come”.

El Caminante alza la mirada al cielo. Musita unas palabras y siente las lágrimas recorrer su rostro.
-“ Padre, ya va siendo hora de que apartes de mi este Cáliz. Cada es más amargo y ocasiones hay en que ni tu Espíritu me consuela”.

El sol brilla con fuerza y castiga la tierra sin piedad y en el lugar del Caminante sólo queda un pequeño torbellino de polvo que enseguida, se asienta dejando la carretera solitaria y serpenteante a su solitaria suerte de nuevo.


FIN
Datos del Cuento
  • Autor: Joseph
  • Código: 9020
  • Fecha: 16-05-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.84
  • Votos: 37
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4232
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Finch
invitado-Finch 16-05-2004 00:00:00

Me gusta por el enfoque novedoso que ofrece sobre el mito de Fausto. Ver que es el propio Jesús quién busca las almas para salvarlas del Infierno es de lo más original. ¡Bien Joseph!

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