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Categoría: Terror

Demonios En Los Muros Del Jardín

El penetrante grito de Christina quebró el silencio de la cálida tarde de creciente oscuridad. Era hora de volver a casa y le era imposible salir de donde se encontraba, porque el rectangular espacio vacío del muro que servía como puerta del jardín de recreo -donde todos los días jugaba sola antes de la cena- había desaparecido.

El jardín era un recinto descubierto de lados cerrados, de orín en las esquinas y desconchones en paredes grises y sucias. En la parte superior de éstas afloraba una extraña maleza salvaje de un matiz de verde extremadamente oscuro, a medio camino entre la hiedra y la madreselva. Se alzaba como una segunda tapia casi medio metro más de altura y caía laxamente sobre los muros, como reclamando su derecho al libre y anárquico crecimiento. Sobre tierra suelta de río se levantaban tres aparatos de divertimento; un tobogán rojo, un par de columpios de neumático y una estructura semejante a un amenazante árbol negro de hojas de acero, por el que se podía trepar. Solo algunos hierbajos mal arraigados aguantaban en los laterales de la improductiva tierra a modo de césped. A la calle se accedía por una escalerita de cuatro peldaños de hormigón desgastado y barandilla oxidada. La escalera aún estaba, pero la puerta se había esfumado. En su lugar, la pared corría igual, sin cambio alguno.

La cabecita de Christina, siempre empapada de fantasmas, monstruos y terrores sin forma, advirtió un peligro oculto aparentemente banal y simple, como la llegada del coco o del hombre del saco. El peligro venía de las paredes, donde sombras furtivas se escurrían con risas tenues hacia la maleza y de nuevo a las paredes. Aquellas cosas la conocían. Con voces cavernosas la llamaban, muy suavemente, como el murmullo del agua de las mareas al chocar con la costa y desparramarse en las playas más al interior. Silencio. Otra vez las risas y los movimientos fugitivos, y de nuevo la monotonía de las llamadas, confundiéndose con el áspero viento que levanta remolinos de papeles en las calles.

Christina comenzó a llorar entrecortadamente sentada la rampa del tobogán. Quería volver con mama, sentarse tras cenar en la mesa de la salita y esperar la llegada de papá coloreando el cuaderno de pinturas, con un vaso de leche y una bandeja repleta de galletas a un lado. Y sobre todo quería no volver a pisar de nuevo ese parquecillo residencia de sus infantiles miedos.

Instintivamente secó sus ojos y subió corriendo a lo más alto del tobogán. Desde allí divisó a su madre entre la espesa maraña vegetal. Christina se colocó de puntillas gritando con toda la fuerza que le permitía sus pequeños pulmones. El sonido parecía no poder atravesar la pantalla verde que se erguía ante ella. Quedaba enganchado pegajosamente entre las hojas y solo una ínfima parte retornaba en forma de eco. Intentó sortear esa barrera saltando sobre la estrecha plataforma, pero la mala fortuna quiso que trastabillara con un ángulo y cayera rodando por el tobogán, golpeándose la cabeza con el duro borde metálico del final, quedando lacia e inerte sobre el suelo.

Y los invisibles demonios de los muros del jardín se lanzaron entonces en estruendosa desbandada, ávidos de consumir los pocos vestigios de vida que aún quedaran en el cuerpecito yaciente sobre la arena.
Datos del Cuento
  • Autor: Dvel
  • Código: 952
  • Fecha: 04-01-2003
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.32
  • Votos: 22
  • Envios: 3
  • Lecturas: 6414
  • Valoración:
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