El triunfo del presidiario.
En la fría mazmorra el prisionero se sentó sobre el suelo desnudo, se había despojado de todas sus ropas y tomando la posición del loto se dedicó a contemplar la pequeña y alta ventana por donde tímidamente se filtraban unos pocos rayos de sol, le era imposible asomarse por ella, ya que estaba a unos tres metros del suelo, y la debilidad por incontables meses de pírrica alimentación había hecho evidente mella en su humanidad restando la otrora fuerza viril de un hombre criado al aire libre. El tema de la culpabilidad del reo ya no era noticia en el pueblo, y a decir verdad ya a nadie le importaba que fuera o no así, al dictar sentencia la sala penal de aquel pequeño condado había sido inflexible ante las abrumadoras cantidades de pruebas de buena conducta del indiciado, su error había sido demostrado matemáticamente y eso era suficiente, bueno, no es el tema saber de culpabilidades o de arrepentimientos.
Afuera, los alguaciles trabajaban afanosamente para terminar la mazmorra antes del Viernes santo, había que evitar a toda costa que el reo fuera ajusticiado durante los días sagrados de la Pascua Cristiana, no merecía tal privilegio se decían entre ellos el cuarteto de sádicos hombres encargados de tan macabro objetivo, fabricar una horca alta, que pudiera verse desde las afueras mismas de aquel villorrio.
El preso cerró los ojos, su alma se convulsionaba ante la inminencia del óbito, temía más a las burlas del vulgo sádico y ávido de sangre que al proceso mismo del transito entre la vida y la muerte, a sus espaldas, los celadores de turno de mofaban del desgraciado, - que vainas pobre hombre, tanto joderte en la vida pa tene que acabá así – decía el celador que fungía de conciliador, - me voy a reír hasta que me duelan las tripas famélico miserable, trata de no morirte tan rápido, jajajaja – se burlaba otro celador seguido de un coro de risas indolentes.
El prisionero no oía, cerró sus ojos mientras se adentraba más y más en ese profundo túnel cuya entrada está justo detrás de los palpados, pasó con su espíritu a través de la pared de aquella cárcel, y caminó lejos, hacia los campos de verde pasto en los cuales correteaba tras los servatillos cuando era aun un imberbe, el sol se ponía, el ocaso teñía de rojo el inmenso cielo, y los pájaros volaban presurosos tratando de seguir al astro Rey, hasta las flores se aprestaban a recoger sus pétalos para entregarse a los brazos de Morfeo.
- Ponle otro clavo en el cadalso - gritaba el mayor de los alguaciles.
- Sígueme - le decía el Sol desde lo lejos al prisionero.
- Ajusta la soga - gritaba desde abajo otro funcionario
- Rompe el hilo – gritaban los pájaros que rasantes pasaban sobre la cabeza del espíritu desprendido.
¿Rompe el hilo, que es eso? Se preguntó el prisionero totalmente desvinculado de todo el rebullicio que a su alrededor se desarrollaba, desde adentro el de los burlescos, desde afuera el de los sádicos dispuestos a colgarlo ante de los días de la pasión.
Fue entonces cuando lo vio, frente a el un pequeñísimo remolino de grana y oro que giraba a una velocidad vertiginosa se iba agrandando hasta alcanzar una altura de tres metros desde el suelo, se disipó la luz trascendente y se dejó ver un varón altísimo, casi dos metros de altura, túnica blanca, cara radiante; el prisionero ante aquella visión calló de rodillas, más la aparición le dijo – Ante mi no tienes que arrodillarte, tus plegarias han sido oídas, y tu llanto ha tocado a las puertas del mismísimo Cielo, levántate, hoy te escoltaré al paraíso – Recordó el penado la noche en que después de terribles estertores por el hambre tanto tiempo acumulada, una visión divina vino a el, un hombre cuyo rostro irradiaba un amor insuperable te vio con ternura y le dijo: - Tu vencerás –
Trató de seguir el prisionero al ángel, pero algo le retenía, volteó a ver sobre su hombro y notó un fino hilo de plata que salía desde su espalda en dirección a la lejana prisión, el ángel también notó el fenómeno, que al parecer no le era extraño y desenfundando una pesada espada de fuego y luz de un solo tajo cortó el hilo.
En la prisión el jolgorio era intenso, rostros desfigurados por el alcohol y la sed de sangre se dirigían por los oscuros pasillos de la prisión a sacar al prisionero, armados con palos, correas de cuero mojadas, látigos y fuetes iban disfrutando profundamente del festín que iban a darse, ese hombre no llegaría al cadalso libre de una endiablada azotaina.
Al asomarse al otrora oscuro calabozo notaron el cuerpo rígido del condenado despidiendo una intensa luz dorada que iluminaba el ignominioso recinto, la cara del hombre ahora daba hacia las rejas y a su lado yacían los cuerpos de los celadores que habían tratado de tomar temprana partida de las torturas a que sería sometido el condenado, todos muertos, con caras de horror escalofriante, solo el prisionero mostraba una cara de apacible sueño, coronada con una placida sonrisa, y en lo más alto de la pared de aquel recinto, escrito con Oro y Luz la expresión: - Él ha vencido, y con él HE VENCIDO YO, Jesús de Nazareth.
Errar es de humanos. A veces el hombre aplica castigo cruel e inusitado por la ofensa que un error provoca. Allí siempre está Jesus que mirando la nobleza del espíritu de aquel reo, lo rescatará para bien. Si él perdona, porqué no hemos de perdonar en su nombre.