Parte I
La carretera polvorienta se estiraba hacia el horizonte lejano donde se divisaba una puesta de sol espectacular. Sobre el asfalto ardiente se distinguía una sombra solitaria, encaminada hacia el atardecer. Sentía el vapor que escapaba del suelo. Lo sentía en su piel, caliente también luego de un día de arduo caminar. Su travesía era una de incertidumbre. No sabía a dónde iba, cuánto quedaba, por qué caminaba, ni dónde se encontraba. Sólo sabía caminar. Había que caminar, continuar. No podía parar ni siquiera para descansar.
Sus ojos púrpuras descansaron sobre el horizonte. Ya el sol apenas se veía. Ya el cielo estaba mayormente oscuro. En ese instante el miedo la sobrecogió. Estaba sola, perdida en la nada y oscurecía deprisa. No quería parar pero hacía tanto que no descansaba. Se sentó, prometiéndose que sólo sería por unos minutos, a la orilla de la carretera desolada. Al hacer esto, su estómago se alborotó. Entonces recordó que tampoco había comido en tres días. Divisó a unos pies un arbusto de frutas que no conocía. Las bellotas rojas de este se veían maduras y su boca se hizo agua al pensar en el fruto invadiendo su paladar. Con locura comenzó a arrancar las frutas del árbol. La desesperación la llenaba. Sentía el jugo deslizándose por su barbilla dejando el área pegajosa y manchada. No importaba. Actuaba con sus impulsos y éstos le decían "come hasta la saciedad." Parecía un animal enloquecido mientras permitía que su glotonería se apoderara de sus acciones.
- No importa, - pensaba en voz alta, - todos somos locos.
Su comentario, dicho sin pensar, le recordó la razón de su estado presente. Ella sí estaba loca. Al menos así lo creía la sociedad. Era loca porque quería ser artista y huir con un músico a otro lugar lejos, muy lejos, en donde nadie los encontrara. Sí, un músico... el mismo que conoció en sus clases de piano. Con él quería fugarse a la lejanía. Loca...Era loca por no buscar el estatus social elevado, por buscar la felicidad en el arte en vez de en la medicina, las leyes, los negocios. Loca por hacer lo que verdaderamente quería.
-¿Qué importa si es o no músico?- le preguntó confundida a sus padres.
-No pueden vivir de la música. La música no traerá pan a la mesa.- contestó su madre exasperada.
-Si es tan malo ser músico, ¿por qué me inscribiste en esas clases de piano? - gritó indignada.
Nunca pensó a sus padres prejuiciados hacia los de posición social menor a la de ellos. Todas sus palabras y sermones de dar la mano al prójimo y a los menos afortunados... todo era mentira. Era hija de un par de hipócritas.
La situación fue similar cuando expresó en voz alta su deseo de ser artista.
-¡NO! ¡Es imposible! Una hija mía artista...¡Olvídalo! Vas a ser abogada, doctora o cualquier profesión adecuada para nuestra sociedad. No va a ocurrir. - balbuceaba su padre, tan furioso que se le dificultaba formar oraciones completas.
Su madre lloraba sin consuelo a la sombra de aquel hombre que maldecía todo lo que se le ocurriera y preguntaba al cielo qué había hecho él para merecerse tal castigo: una hija demente.
Dos días después, gracias a una "pequeña donación" de su padre, se encontraba amarrada a la camilla de un hospital psiquiátrico. Al principio quería llamar y pedir perdón a sus padres, olvidar su sueño y volver a casa, pero en aquel hospital aprendió las lecciones más importantes de la vida. Los días pasaban y en uno de ellos, con algo de pesar en el alma, se fugó. Aquel lugar la había cambiado. Jamás sería la misma.
En aquel manicomio aprendió que la verdad no existe. No hay tal cosa como la realidad. Es un estereotipo creado por la mayoría. Lo mismo sucedía con la locura; era simplemente lo que la mayoría establecía. Por eso era que antes pensaba mucho antes de decir o hacer algo. La razón y la lógica la guiaban. Ya eso había acabado.
Desde que vivió en el hospital decidió que actuaría de acuerdo a sus impulsos. Ya no se preocuparía por el resultado de sus acciones. Dejaría que las cosas siguieran su curso natural. No le explicaría a nadie el por qué de lo que hiciera. Aprendería a vivir como está establecido pero a la vez con su locura. Era la única manera de mantener su individualidad y ser respetada como cualquier persona "normal".
Normal... Antes decía esa palabra sin pensar. En tan corto tiempo había cobrado un significado muy diferente. Se había percatado que lo normal no existía.
Parte II
Despertó al sentir las gotas heledas en su cara. Se había quedado dormida a pesar de que prometió no hacerlo. Pero, ¿qué importaba? No se percató hasta unos segundos más tarde de la lluvia que poco a poco caía más fuerte. Entonces alzó el rostro al cielo y dejó que la lluvia la mojara, que la empapara entera. ¡Su sed! Había pasado tanto tiempo que ni la sentía. Abrió su boca y permitió que se llenara de ese líquido dador de vida. Se sentía satisfecha. El que la viera pensaría que estaba loca. ¡Qué gracioso...! Era verdad. En este mundo todos son locos. Sólo que lo esconden bajo las máscaras de la sociedad. Todo esto pensaba bajo la lluvia.
-¡Andrés! Mi amado Andrés...¿Dónde estarás? Donde sea, tócame una canción. Yo te cantaré.
Con eso comenzó a cantar. La melodía brotaba de sus labios con dulzura. Era una melodía que sólo ella conocía pues en ese preciso instante la había inventado. Pensaba en Andrés, su querido Andrés.
- Algún día nos encontraremos
en ese lugar que juntos creamos,
ese lugar en que podemos amarnos.
Te veré en ese lugar que sólo tú y yo conocemos
y por la eternidad allí nos quedaremos.
Nadie nos dirá qué está bien ni cómo actuar.
Como querramos nos podremos comportar.
En ese lugar con su demente libertad,
¡Sí!, la locura nos abrazará.
Hasta que llegue ese día allí te he de esperar.
Mientras danzaba y cantaba en la lluvia en medio de aquella tormenta, un rayo partió el cielo en dos. Fue una luz fulgurante que iluminó todo. El estrépito del trueno que siguió le asustó un poco. Fue fuerte y autoritario por lo cual ella calló su voz y por unos instantes sólo miró el oscuro cielo. Por unos instantes sólo miró y pensó en qué haría ahora.
No podía volver al manicomio o a ningún lugar de su pasado porque entonces sí pensarían que estaba loca. Escapar de un sanatorio sólo para volver... Eso era más loco que todo lo demás que había hecho. No podía vagar el resto de su vida en un desierto, a la orilla de una carretera desolada.
Entonces la solución floreció en su mente. La sacudía igual que el viento que aullaba en la oscuridad de aquella noche.
- Comenzar...- pensó en voz alta, - Comenzar de nuevo.
- Huir muy lejos como siempre he querido. Huir a donde nadie me conozca y comenzar mi vida de verdad.- pensaba.
De repente, una luz resplandeciente la cegó. El sonido de un motor se hacía cada vez más cercano. Abrió los ojos y vió su salvación: una camioneta que se acercaba; el único vehículo que había visto pasar. Se atravesó en su camino y cuando el conductor, un jóven apuesto de ojos negro azabache, la vió, puso su pie sobre el freno y el carro hizo un alto. Le hizo señas con las manos de que entrara y ella abrió la puerta del auto.
-Entra rápido. No te quedes mojándote.
Su voz le inspiraba seguridad y entró sin pensarlo dos veces.
- Mil gracias. Pensé que nunca pasaría un carro por aquí. ¡Me has salvado!
-No hay por qué dar gracias. Es lo que cualquier persona decente haría.
El joven la recorrió con la mirada desde los pies hasta la cabeza. Parecía una buena muchacha a pesar de sus ropajes rotos y sucios, su cabello enredado y alborotado, su manos maltratadas y tan sucias como su cara.
- Soy Pablo y tú, ¿quién eres?
-¿ Yo? Me llamo Helena.- contestó con algo de recelo. Este jovén la había salvado pero seguía siendo un extraño.
-¿Qué haces por estas partes sola? No hay nadie cerca por muchas millas.
El rostro de Helena se volvió serio, triste... muy triste.
-Huyendo.- murmuró lentamente, con voz casi inaudible.
Pablo la miró algo preocupado pero no dijo nada. Él había hecho lo mismo hacía tres años. Para él fué lo mejor. Pero, ¿para ella? ¿Sería eso lo mejor para ella? No todos tenían la misma suerte que tuvo él; las mismas oportunidades de superarse.
En cualquier caso, ¿qué hacía preocupándose por una desconocida? La miró con detenimiento. Esos ojos... Esos ojos púrpuras. Le recordaban a las flores silvestres que crecían en los campos donde se había críado. Esos ojos tan hermosos y pensativos...
- ¿Y... A dónde vas?- preguntó por saber cuanto tiempo podía pasar con ella, con esa joven misteriosa, que arriesgó la vida en ese desierto, en ese clima asesino. Había algo en ella...Algo que él no entendía pero que quería entender...Algo que deseaba conocer, necesitaba conocer.
- ¿A dónde voy? La verdad es que no sé ni dónde estoy... ni me interesa. Iré a donde sea, a donde me puedas llevar. Voy a cualquier lugar lejos de aquí.
FIN
Todos en algún momento de nuestras vidas hemos deseado escapar de todo cuanto nos rodeaba. Unos,inventandose un mundo deacuerdo para ellos,un pequeño universo donde no oír más que lo que se quiere oír. Una pequeña burbuja donde crear sus propios sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible. Otros más valientes, corren lejos sin volver la vista atrás; dejando todo su pasado y presente, para emprender un futuro diferente al que estaban sentenciados. Me ha gustado mucho tu historia, es cautivadora y fiel reflejo de la vida de muchos; por lo que el sentirse identificado con el mismo es más que probable.