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La niña que se creía un pajarillo-

Marta trastea en la cocina procurando hacer el menor ruido posible para que Nuria no despierte. Un quejido se escapa entre dientes cuando la leche hirviendo cae sobre el dedo que sostiene el colador. Agudiza el oído mientras se mete el dedo herido en la boca pero la casa sigue en silencio. “Aún queda mucho por hacer y con Nuria despierta no hay manera”, piensa y en voz baja va recitando la letanía mañanera, “ pan recién hecho para la tostada bien untado en aceite y tomate para que le dé mucha energía. Una manzana y un yogurt para el desayuno, que no se me olvide el zumo.”, y mientras recita, coloca las viandas en una bolsa de papel encerado, bien envueltas en plástico por separado para que no se ensucie la muda de ropa que espera su turno sobre la mesa de la cocina.

Tras la ventana se escucha el parloteo apagado de la radio de la vecina que ahora anuncia las seis de la mañana, “las cinco en canarias”, canta Marta imitando la voz de la locutora, “ me pregunto cuanto le pagarán a esta mujer por estar dando las horas todo el día” y sonríe con el absurdo pensamiento mientras remueve el chocolate en polvo en la taza de leche caliente.“Sin grumos”, un aviso en su cerebro y alarga la mano a la pila de loza limpia que se amontona a un lado del fregadero sin dejar de remover ni un segundo. A tientas alcanza la taza de Nuria, de plástico azul brillante con un gran Piolín dibujado en ambas caras y dos asas enormes, adaptada a las indecisas manos de su dueña. Con cuidado esta vez, cuela la mezcla hasta que la taza está llena hasta el borde y todos los grumos quedan atrapados en la malla de aluminio brillante del colador. Con mimo pasa el cuchillo a lo largo de la hogaza de pan aún caliente que Mario, el panadero de la esquina, le ha subido hace apenas media hora.

“Para la nena, doña Marta, calentito y curruscante como le gusta y le he puesto unas galletitas de nueces y unos bollos de leche para usted, que se está quedando muy flaca”, Marta rebuscó las monedas en el bolsillo de la bata, “me paga lo de siempre, los bollos son de sobrante y las galletas son de la Reyes pa la nena, si se las cobro me mata”y sonriendo le alargo la perfumada bolsa, “muchas gracias Mario y salude a Reyes de nuestra parte, son ustedes muy buenos con nosotras”, había dicho Marta alargándole las monedas al hombre, “si salgo pronto del trabajo llevaré a Nuria a verles, ya sabe cuanto le gusta”. Mario había metido las monedas en el bolsillo de su pantalón sin echarles ni un vistazo y agitando la mano por encima de su cabeza a modo de saludo, se lanzó escaleras abajo.

“La verdad es que no se que habríamos hecho sin la ayuda de mucha gente”, pensó mientras untaba el tomate sobre el aceite. La radio de la vecina parloteo las seis y media y Marta se dio cuenta de que no quedaba tiempo para pensar. Con cuidado, depositó la tostada y la leche cerca del calefactor para que no se enfriaran y se frotó las manos en la bata para secarlas. Cogió la ropa de la niña que tenía colgada para que se calentase y, meneando la cabeza, se encaminó a la habitación de Nuria.

“Nuria, cariño, despierta que se hace tarde”, la niña movió la cabeza sin abrir los ojos, Marta la meneó suavemente mientras le acariciaba el cabello con la otra mano. Nuria abrió los ojos lentamente y Marta pensó en las alas de una mariposa. Nuria aleteó bajo las sabanas y bostezó abriendo una boca enorme, profunda y muda. Marta retiró las sabanas y, mecánicamente, palpó el pañal, “Esta seco, cariño, eres una niña muy buena, ahora al baño corriendo mientras mamá te prepara la ropa”. Nuria salto de la cama y, obediente, se encaminó al baño mientras Marta encendía la luz y extendía la ropa limpia sobre la cama aún caliente. Con cuidado abrió las prendas colocándolas en su lugar, tal como le había indicado la cuidadora, las braguitas y los calcetines en primer lugar seguidos por los pantalones y la camiseta, el sueter y los zapatos después y el abrigo para lo último, justo el orden en el que la niña se vestiría. Había muchas reglas a recordar, demasiadas, Marta temía no recordarlas todas y eso le provocaba pesadillas constantemente. El orden era esencial para que la vida de Nuria y, en consecuencia la suya, fuera lo más normal que podía ser y Marta se esforzaba todo lo que podía pero nunca era suficiente, siempre había cosas nuevas para las que no habían reglas y, hasta que las encontraba, Nuria lloraba y Marta no sabía que es lo que le pasaba y lloraba también abrazada a la niña en un vano intento de protegerla sabiendo de sobra que eso era imposible.

El sonido del agua en el baño la sacudió de sus recuerdos, se asomó al pasillo helado y llamó a la niña, “¡ Nuria, cierra el grifo y ven aquí que se hace tarde!”, por unos segundos pensó que la niña no la oiría pero el sonido cesó y unos pasos suaves en el pasillo le indicaron que esta vez no le tocaría irla a buscar. “Menos mal”, suspiró. A Nuria le encantaba el agua, separarla del grifo hubiera costado una pataleta y Marta estaba muy cansada para pelear con la niña. Últimamente siempre estaba cansada, quizás tuviera que de ello con la doctora en la próxima visita de la niña, le pediría que le mandara unas vitaminas o algo parecido para evitar el cansancio porque ella no podía hundirse pero tampoco podía dormir más ni podía dejar de pensar.

La niña entró en la habitación dando saltitos, agitaba los brazos delgados y fruncía la boquita torcida imitando un pájaro que había visto en el parque, “¡Pio, pio pajarito!” rió divertida Marta dándole sonido a la torpe imitación de la niña. “¡Pio, pio piooooooo!” siguió incansable mientras empezaba a vestir a la niña. “¿Eres una paloma o un canario, chiquitina?” y la niña la escuchaba piar mientras, tumbada en la cama, levantaba las piernas para que Marta le pusiera los pantalones, “Así me gusta, pajarito, una pernera, ahora otra y ahora ¡arriba!”. Nuria la miraba con esos ojos inmensos que llenaban el espacio entre las dos y alzaba los brazos para facilitar la entrada a la camiseta primero, al jersey después, como debía ser. Ahora agitaba los brazos fuertemente intentando alzar el vuelo, “Pobre pajarito sin alas”, pensó Marta mientras le ataba los cordones de las deportivas y remetía el sobrante dentro del empeine para que la niña no tropezara. “Ahora volando a la cocina, que está el desayuno listo!” y Nuria saltó al suelo sin dejar de agitar los brazos y saltando salió al pasillo seguida de cerca por una Marta que no cesaba de piar.

Nuria continuó saltando hasta su silla y se encaramo a ella con esfuerzo, Marta le ató un babero al cuello y le acercó la tostada calentita. La niña la olisqueó despacio, luego la cogió con ambas manos y abrió la boca mirando a la madre con gesto pícaro, Marta la recrimino dulcemente, “¡ Poquito a poco, cariño, que te vas a ahogar!”, era un código entre las dos. Nuria mordisqueó la tostada y mientras, Marta, colocó el tazón de leche ante la niña y esperó. Nuria comía sin dejar de mirar el piolín que le sonreía desde el tazón, de vez en cuando sorbía ruidosamente un buche de leche chocolateada y volvía a la tostada. Mientras, Marta, terminaba de preparar la mochila de la cría, añadió unas galletas de nueces en la bolsa, “mira cariño, las galletas que te gustan, te las manda la señora Reyes, si no estoy muy cansada esta tarde vamos a darles las gracias, ¿quieres?”, Nuria golpeó la mesa en señal de alegría y saltó de la silla, “¿has terminado ya?”, dijo Marta revisando las prendas de repuesto mientras las colocaba en la mochila, “ Ya está”, pensó mientras aseguraba los cordones que cerraban la mochila y echaba un vistazo distraído al plato de la niña. “No se porque me empeño en mirar si esta niña es un saco sin fondo”, pensó colocando los platos en la pila.

Nuria aleteo hasta el baño y volvió con un peine de puas y el bote de colonia barata que dejó sobre la mesa, Marta se sentó en la silla y colocó a la niña entre sus piernas, “Ahora no saltes, pajarito, que te voy a peinar para que estés muy guapa”, dijo, pero casi al mismo tiempo sonrió tristemente, Nuria estaba muy lejos de ser guapa con aquel pelo de ratón que difícilmente ocultaba las cicatrices de su cráneo, aquellos dientes de conejo que no encajaban en la pequeña mandíbula y que, si un milagro no lo remediaba, nunca encajarían ya que, según los médicos, la operación costaba mucho dinero para perderlo en una niña que nunca dejaría de serlo. Marta alisó cuidadosamente el pelo de la niña y lo ató con una cinta para que no se le fuera a la cara, luego lo untó generosamente con la colonia y frotó unas gotas en sus manos y en su cuello, “¡Ya está, pajarito!”. Nuria saltó alborozada y se fue aleteando hacia el salón mientras Marta la seguía con la mochila a cuestas. “Vamos pajarito, que llegamos tarde”.
Cogió el abrigo de la percha y se lo ajustó a la niña que paró su aleteo, luego se puso el suyo sobre la bata vieja y abrió la puerta. “Aprieta el botón, cariño”, le dijo a la niña señalándole el ascensor mientras cerraba la puerta y guardaba las llaves en el bolsillo. Nuria apretó el botón con firmeza y se agarró al abrigo de la madre hasta que se tuvo que soltar cuando Marta abrió la puerta y la empujó dentro para cerrar tras de ella.

Bajaron hasta la calle sin que ningún vecino les llamara, era demasiado temprano aún, Marta suspiró y un pellizco de la niña la hizo volverse en la puerta de la calle, “¿Qué ocurre cariño?”, Nuria la miraba fijamente haciendo pucheros sordos, llorando sin ruido y a Marta se le encogió el corazón y la alzó en brazos subiéndola al muro del jardincillo de arena de la entrada como cada mañana desde hacía cinco años, desde que Luis se fue después de leer en el informe médico el nombre del síndrome que condenaba a su preciosa hijita a ser una niña toda la vida, desde que escapó dejando a Marta y a Nuria solas. Desde que huyó dejándole a Marta la responsabilidad de una niña que nunca reconoció como suya.

La abrazó y Nuria recostó la cabeza sobre el hombro de la madre como cuando era un bebé y no podía mantener la cabeza derecha y Marta se quedaba en vela para que la niña no se ahogara mientras dormía, viendo como se agitaba en sueños y deseando que todo esto no fuera sino eso, un mal sueño del que despertaría el día menos pensado y la niña estaría bien y Luis no se habría ido y su vida no sería un listado infinito de reglas a cumplir.

Y abrazadas las sorprendió el autobús del colegio pero el conductor ya estaba acostumbrado y, abriendo la puerta, las chisto suavemente para no asustarlas porque en el fondo le gustaba ver esa imagen todas las mañanas y porque, a pesar del aspecto cansado de la mujer y de su bata sucia asomando bajo el abrigo viejo le gustaba mirarla unos segundos antes de romper el abrazo y le gustaba mucho esa niña que se creía un pajarillo a pesar de tener que ponerse serio con ella para que no aleteara por el pasillo del autobús. Y antes de avisarlas pensó, “un día de estos voy a invitarla a salir”...
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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