Era flor de un jardín, muchas de ellas tuve para mí. Creo que los colores nunca importaron, así como no importa el color de piel de una mujer cuando sus ojos brillan sobre nuestro dibujo, haciéndose dueña de nuestros corazones. Lo que tengo que recalcar es, el día en que se bautizaron esas escenas, en una mirada que fríamente clavé sobre sus pechos pequeños. Fue un día que tuve un beso de aquella flor, que por cierto fue de ángel evolucionando en una reina. Hoy tengo un beso de otro viernes de adulterio en mi recuerdo. No sé, pero era el segundo día con la cruz haciéndose trizas, por las costumbres conservadoras de un cerebro que incoaba a cada paso, cuando mantenía la idea de dirigir el amor a otro corazón. Sobre el pensamiento despejado y fuera de la sospecha en un cuadro de pensar meditabundo, de los hijos y la madre, que inocentes y absolutos de fidelidad recogían el amor de padre. Con toda la luz azul de un edén terrenal, muy terrenalmente construido, con la esperanza coronando las noches de insomnio, los amaneceres tibios, los horizontes lucidos de los ojos a medio día. Peor cuando sentía a plena flor del tiempo el resplandor de un juego extra marital de una muchacha de dieciséis. Era una fotografía realmente cleopatrica, claro que hablo de las magistrales curvas dibujadas con el más fino punto de líneas sagradas reconocidas por la historia; con un aura divina revestida por una virginidad saliendo a despertar. Todo un rito escapándose en las góticas de sudor, salidas de un solo cuerpo, dando en los vidrios de aquellos ventanales oscuros que coartaban nuestra presencia en la esquina.
Los cojines de los asientos se convertían en los cómplices del espacio reducido, que el centro del carro nos prestaba para el saliente enrollamiento de nuestros cuerpos. Mí silueta, aveces casi dormida por los extasiados ademanes, cubría el cuerpo esculpido de sus curvas perfectas, que en las mismas consecuencias abordaba otros ademanes desorbitantes, explicando el allanamiento a las tentaciones del sueño, del sabor mismo y la sed de copula que nacía cada vez con la ambición de llegar al vientre y traspasar hasta llegar a calmar los latidos del corazón.
Los chillidos desesperados inauguraban los oídos ansiosos. El viernes se convirtió en el espacio dulce de momentos intranquilos rebotando en las miradas. Las misiones se desplegaban en la orilla del camino, como manto fantasmal en la orilla del mar. Todo empezaba cada vez que sus senos descubiertos entraban a mi boca, con las vagas pasiones que dibujaban los éxtasis hambrientos, intentando de una u otra forma plasmar el placer y la mueca de criatura masturbándose. Pues solo atrapaba las virulentas y cruentas ideas, sobrepasando el pudor de la idea trasnochada, circulando para nosotros en la sinceridad, la misma coincidencia, interrogándonos sobre que dirán, de una aventura criticada por todos los tiempos. Peor cuando la jovencita apenas gastaba su virginidad en cinco salidas en la ruta de las palabras poéticas de un gran sobrepasado escritor de poesías. No sé quién podría absolverme si el pecado no estaba tachado por ninguno de los sentimientos más antiguos, peor era recriminable el placer que no podía irrumpir como eco entrecortado en el viento de nuestra desnudez. Los rumbos escogidos estaban decididos bajo una sola perspectiva, alejándola del pecado. No había mentira, porque todo estaba dicho, el pecho de nuestras mentes sabía todo, aún así, los que rodeaban nuestros silencios, nadie lo sabia y nadie lo preguntaba. No se ventilaba para ninguna de las partes la idea de víctima o victimario. El columpio del parque que lloraba en cada vaivén, traducía los pecados absorbidos por cuanto sea posible interpretar en el silencio arrugado que dejaban. Sin embargo, las ideas de juegos infantiles se trasladaban: de una forma,a la casa escondida; y llorosa, a la del par de hijos. No se pensaba en aquellos trópicos prisioneros que podrían encerrar la locura del placer en otras rejas. No, todo era un crudo camino con barreras entrelazadas poniéndole susesividad al placer con el nexo exótico de una mirada virilmente despiadada, fuera del formalismo, o vorazmente abrazadora por el acto suave y locuaz del destino sexual del hombre, con la caricia enternecedora de la locura de los dieciséis. Los zapatos de correas no desgastaban el piso que quedaba mirando al techo, pues hacían un conjunto con la minifalda enredada en la plataforma y la hebilla de aquellas correas.
Bien, una lucha de golondrinas ejecutando los coitos al vuelo celestial de un universo solo nuestro, libre desde el instante mismo del locuaz espectáculo genesiano embarcado en el rompimiento de los esquemas dibujados por las buenas costumbres, solo enlazado por la energía jovial y el desdén inducido por el hambre tentativa al considerar la idea desnuda para siempre.
Así empezó la caída libre de las semillas desconocidas, de una conducta seminal frondosa , hasta la fosa eterna de la productora de hálitos vivientes, fortalecida más por el sentimiento que brotó en la noche de un viernes negro. Una subliminal figura impresa en su vientre delgado y sus pecheras jovencitas arropadas con las palmas de sus manos, que al cobijarse con mi pecho, la sombra de su naturaleza esculpía la pompa escultural entre los muslos y la garganta.
Los besos en algún tiempo no sentían el tráfico desprendido de sus manos, no encontraban un rumbo cierto por la trayectoria irregular de mi cuerpo. El mismo destino jugaba con la presencia de un correcto y deslumbrante edén. Otras veces el mismo edén matizado para el pensamiento de muchos con una sombra brumosa del perfecto infierno, seduciendo las tentaciones barbaras y estrepitosas de las más malignas intenciones. Pués, mientras ella gozaba a cada instante de la luz de la luna y varias estrellas, yo a cada segundo trasnochaba las horas haciéndolas imperecederas.
Las numerosas creencias que circundaban en las mentes de los niños espantados en los atardeceres, hacían presa de nuestras cabezas conforme pasaba el placer. El destello de los promiscuos movimientos de la debilidad sexual de aquel cuadro apareado, no dejaba ingresar ningún inconveniente del montón de circundantes vacilaciones criticonas, que el vulgo amamantaba. Creo que toda la batalla librada con los cuerpos tempestuosos, escurriéndose a una fuente gigantesca, habían puesto un punto al verdadero acto que los coitos sucesivos confirmaban para ir diseminándose entre las entrañas primerizas.
Lo crucial fue un gigantesco relámpago, un cerrar de ojos con la boca abierta, un Hay… saboreando un desesperante desliz entre la suavidad sublime y la falta de respiración incontenible, marcando otro silencio, otro cargo de conciencia u otra etapa controlada de mi vida. El inicio de estos pasos tenía marcado el ingenio, la humildad y el mismo miedo, pero ya se había abierto un túnel al nacimiento del martirio. Mi casa fue el primer pensamiento antes de proseguir con las lagrimas desleídas en los pomulos circulares y bien formados de ella. Aquella fotografía de revista de mujer, dormía en mis brazos, posando únicamente para mi en la escasa media luz circundante de aquel espacio reducido, por la forma artificial del cuadro grabado para la eternidad. Aquel espació evitó que navegue tras su espalda, tras la misma escenografía que siempre fue la misma esperanza.
Con el suave trinar de la música importada que hacía entusiasmar la mirada de los suspiros despejando una ventisca. Se podía notar el mismo capricho de sexo y la mueca en el trance de aquella faena deshecha, con el furor de los cuerpos excitados, marcando un inicio a un nuevo espectáculo de noche sólida en la universidad. Los libros y el auto, con las condiciones de pasaportar, el hálito de otras flores sofocando la virilidad de un poeta interpretando un verso crudo. Aparentemente marcando el génesis de una nueva poesía con los titulares de una historia de amor, surgiendo al eclipse extraterreno de sus recuerdos.
Pero que palabras dulces. Que sentimientos escogidos. Que paradigmas rotos en la tertulia, como las copas triscadas en la misma bohemia enrredadisa. Los Ojos bonitos, la cara de muñeca, cualquiera de las cosas dignas de exaltar se rompían con la mueca inevitable del llanto, del luto instantáneo y la noticia de un adiós irreversible. Aquel dibujo de arco iris imaginariamente traído para florecer en sus ojos, escapaba del control mental para transformar toda aquella bendición en un prismático mural de rayos y truenos, enlazados en una tormenta. El cielo sin piedad encorvaba su cuerpo para arropar con su tristeza, el pesar de la noche de aquel viernes negro. Hasta hoy tengo la esperanza de volver a ver los ojos que aquel conjunto de minutos formo un largo paisaje en mi vida. Los libros en mi mano aún cargan esa esperanza, las frases de esa noche están aquí.