Era joven y viajaba de país en país, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de casa en casa, de puerta en puerta y, a todas ellas las tocaba, y les hacia una sola pregunta: "Perdónenme, soy Jesús... ¿Me recuerdan?"... Y en cada puerta, casa, pueblo, ciudad y país, le respondían lo mismo: "No, no lo recordamos".
Aún así, el bello joven de rostro angelical continuaba su camino pues deseaba encontrar un lugar en donde alguien lo recordase... Cuando entre pueblo y pueblo paraba a descansar sobre una pradera llena de árboles, se ponía a mirar el río, las aves, las gentes paseando con sus familias y sentía un gran desconsuelo. Deseaba ser como ellos pero no podía...
Pasaron muchos años, y Jesús, que ya era un anciano, continuaba su camino. Hasta que un día, encontró una casita escondida entre un oscuro y frondoso bosque. Paró un momento, y creyó reconocer el ambiente. Aceleró la marcha y, en la puerta, dudo en tocarla; sin embargo, esta se abrió como invitándolo a pasar... Entró y vio a una mujer sentada en un sillón, que sin mirarlo le dijo: "Jesús, acércate y descansa a mi lado".
Vio otro sillón al lado de la mujer. Camino alegremente y se sentó. Jesús comenzó a mirar la sala, la mujer, los cuadros colgados en las paredes y una fogata que les alumbraba y calentaba. Y sintió que había llegado al final de su camino, y sin decir una sola palabra se quedó mirando la fogata para siempre...
Joe 10/07/04