Ella tenía 18 años. Los dos chavales 16 y 14. La esperaban junto al descampado de las afueras, con una lata de gasolina. En cuanto la vieron fueron a por ella. Le dieron una paliza, la violaron y la quemaron viva. Ya habían cumplido.
La justicia no sería muy dura con ellos, les protegía su minoría de edad.
Pero se equivocaron. Esto es lo que sucedió:
Apenas habían dejado la lata sobre la hierba cuando aparecieron de pronto en un gran salón. No había ventanas ni puertas, y el suelo estaba dividido por baldosas blancas y negras. Al fondo, una criatura les miraba fijamente: el Sentido Común.
- La sangre de esa chica mancha vuestras manos, asesinos, y no hay segundo que no la oiga gritar pidiendo justicia. ¿Qué teneis que decir en vuestra defensa?.
El mayor de los dos le respondió:
- Da igual lo que hayamos hecho. Somos menores, iremos a un correccional y listo. Incluso mejor, antes de cinco meses estaremos en la calle bajo vigilancia por buen comportamiento.
- Me temo que no. Habéis privado de vida a un ser humano, y la sentencia para eso es cadena perpetua.
- Pero, somos unos críos-dijo el mismo con los labios temblorosos- ¿Qué va a ser de nuestra vida?.
- Vosotros ya no teneis vida.
En ese momento, el suelo se abrió bajo sus pies y cayeron al vacío. Instantes después dieron con algo duro. Estaban en una celda de 4,5 x 2 metros.
El lugar era digno de ellos; no había absolutamente nada, salvo ratas que se colaban por un agujero de la pared.
- Justicia-dijo el Sentido Común desde el salón.
Luego se cerró la abertura por donde habían caído.
Si todos somos iguales ante Dios, también hemos de serlo ante la justicia.