Inopinadamente, una marea de luz colisiona contra las formaciones nubosas que parecen navegar lentamente en el cielo. La luz siluetea las nubes, y el firmamento se ha tornado rojo, tras haber sido violeta y engalanado con brillantes estrellas, ahora imposibles de contemplar. Mi estado anímico es deplorable, y empiezo a ser incapaz de continuar la marcha por la superficie arenosa de este planeta en el que nos hallamos. Comienzo a decelerar.
Ni siquiera la visión de las nubes, portadoras de una inusual coloración azulada, ni aún la permanencia inevitable en este mundo, un hecho maravilloso, posiblemente un satélite del gran planeta visible en la zona septentrional, puede proporcionarme más vitalidad para continuar avanzando. La infinidad de pensamientos que me embargaron, y por supuesto no solamente a mi, se repiten constantemente, no han cesado de presenciarse en mi mente, incapaz esta de combatir la somnolencia que de mi se adueña.
Natalia y Verónica se hallan en plena juventud, y se encuentran en un marco de incalculables experiencias intelectuales, transitando por un mundo desconocido, con intrepidez y sin recelar de su capacidad de supervivencia, sorprendiéndose a cada instante de lo que experimentan, deleitándose de un dulce caramelo, de una gollería cuyo sabor produce éxtasis diferentes a los sentidos, aunque comienzo a dudar de que yo pueda conservar mi integridad, tanto física como moral, de la misma manera que lo hacen ellas. Tengo hambre, así que abro el macuto que porto y extraigo una barrita de chocolate envuelta en un papel brillante. También decido coger la cantimplora y saciar mi sed. Y lo hago con avidez.
Las chicas caminan rápidamente a la par que conversan. Una débil corriente de aire eleva un poco de arena. Giro hacia atrás mi cabeza, sin dejar de morder la insignificante chocolatina. La contemplación del coloso planeta situado detrás de nuestra posición es una de las visiones más extraordinarias que ningún ser humano halla podido realizar o idear en toda la historia de nuestra especie. Su imagen abarca desde el horizonte hasta alcanzar el cenit, proporcionándonos la imagen del anillo de materia que le circunda, atravesando sus polos. Posee una superficie constituida por varios colores, colores con significado, fácilmente identificables para una persona con mis conocimientos, tales como el amarillo pálido, correspondiente a las zonas áridas, un color azul levemente brillante que ocupa la mayor extensión, indudablemente la hidrosfera del planeta y otros color más, el verde.
Un color que no es un indicio de la existencia de vida, sino una manifestación real de las infinitas posibilidades de la vida, poco importa que sea prebiótica o intelectiva. Un mundo que, a imagen y semejanza del útero de una mujer, favorecerá el desarrollo de la vida, antesala de la consciencia. Continuamos caminando con firmeza a pesar de nuestra fatiga en este erial, alfombrado por una infinidad de minúsculas partículas rocosas de color naranja, otro elemento más que sumar al cuaderno de bitácora de las maravillas que he comenzado a memorizar, a escribir en mis pensamientos y en el espacio para los recuerdos del futuro. Futuro que confío se alargue muchos decenios más.
Soy ingenuamente optimista, y la somnolencia ha comenzado a vencerme en nuestro duelo, el cuál no se extenderá mucho tiempo más. La región hacia la que nos dirigimos dista de nuestra posición un número indeterminado de kilómetros, quizás cinco o un poco más, pero en este insólito e inexplorado paraje, increíblemente bello pero tan silencioso como una estatua, cualquier elemento pequeño adquiere unas dimensiones gigantes. Me considero la persona menos infeliz de nuestro planeta. Desearía que fuese una felicidad completa, pero el temor lo impide. Mi lentitud me ha distanciado de las muchachas muchos metros.
El promontorio que al comienzo de nuestra odisea mostraba un aspecto sin forma, en estos instantes se presenta como un montaña de pequeña altura pero de enorme base, lugar en el que se divisa, sin lugar a dudas, un lago. No es correcto denominarlo de esta forma, porque posiblemente no sea una masa de agua, pero mis pensamientos me señalan que debe serlo. No nos habíamos percatado de la elevación sobre la que caminamos. Estamos muy confusos debido a los colores del paisaje. Insto a mis compañeras que se detengan. Apresuradamente, me encamino hacia el borde que está situado hacia mi lado izquierdo. Sonrío. Existe vegetación. Respiro profundamente. Empuño los binoculares que tengo en mi macuto.
Deseo ver esa zona ampliada. Cuatro aumentos son suficientes para encandilarme con las primeras formas de vida que visiono en este planeta. Un grupo nutrido de pequeñas criaturas de piel amarilla y bípedas, con tres ojos que reflejan la luz de la estrella principal, del mismo tamaño aparente que nuestro sol. Un aumento más, y contemplo lo que sin duda son crías de esta especie. Tienen el cráneo esférico y su piel posee una tonalidad rosácea, y al igual que los adultos, se caracterizan por una mandíbula inferior sobresaliente. Afortunadamente, no nos han observado. No deseo conocer sus costumbres en este momento.
Mis jóvenes acompañantes se sitúan a mi espalda, en un estado de exaltación que aumentaba paulatinamente. Desconozco la causa de que esos seres den pequeños brincos y corran velozmente durante un pequeño tramo, para volver a su lugar original. Un bello cúmulo nimbo azul se ha creado durante nuestra corta travesía. Prolongo la observación de las criaturas. Definitivamente, pienso, nuestra presencia en este mundo ha formado parte siempre de nuestro destino, y por ende, es ineluctable.