Había aprendido que todo se consigue poco a poco, pero no necesariamente lento, no, firme como soldado y suave como el vuelo de la paloma. Sabía como encontrar la verdad, sin embargo la vida postergaba aquel importante suceso, y yo, al igual a ella, la guardaba para el último o el más importante momento.
Nunca olvidaré cuando aprendí a escucharla. Creo que allí empecé a entender que cada ser tiene algo que decir, como una mañana en que leía una novela interesante y me detuve un instante a mirar a la persona que estaba a mi lado; era un taxista que me llevaba hacia un centro comercial, pensé que no sabría el por qué de su existencia, o sea alguien que sólo espera como un enfermo el destino de la muerte. Sin embargo, el día estaba tan frío y gris que decidí preguntar:
- Qué le parece, si hoy día fuera el último de su vida, ¿qué es lo que haría?
Me miró preguntándose si yo estaba loco o lo embromaba, pero luego cambió su expresión por otra y dijo:
- No lo sé... Quizás viajaría hacia mi tierra, o visitaría a todas las mujeres que he deseado... Sí. Algo así haría, en verdad nunca me he puesto a pensar en lo que haría. Compraría un seguro millonario y con mi muerte, aseguraría a mi familia por el resto de sus vidas... ¿Y usted?
- Creo que nada, - le dije - sólo seguiría haciendo lo mismo, sabiendo que todos vamos al mismo abismo, todos amigo. Escuché que uno en la vida puede conocer la eternidad. La filosofía, la religión y la ciencia han fracasado... Hay una manera, pero no sé por qué, lo dejo al último momento... – Esperé que reaccionara, pero no lo hizo; llegué a mi destino y me despedí del taxista.
Entré al centro comercial más popular de la ciudad, y vi a tanta gente comprando y vendiendo, que entendí que trabajaban para vivir. Pero, trabajar para vivir es una locura, es ir detrás de un fantasma esperando todo; yo vivo, y trabajo porque no sé que otra cosa hacer; y bueno, después de comprar mis insumos para el taller, vi a un grupo de dos personas que cantaban y bailaban alegremente una música popular, era tan hermosa que la emoción me sobrecogió y unas lágrimas se filtraron desde mi corazón, les di una propina y mientras se alejaban, sus miradas derramaron sobre mí el perfume de la belleza...
Regresando en otro taxi, le comenté al chofer aquel suceso, y me dijo que así es en la Sierra, que son gente muy musical, y se entregan con el alma a su arte, cosa de nuestros ancestros.
- Yo fui un gran jinete de caporales – siguió contándome – y en las fiestas de nuestra Señora del Carmen, cada año había una batalla de jinetes, que durante día y noche nos pegábamos con garrotes en todo el cuerpo tratando de botarnos, y así seguir hasta que no quede más que uno solo, y ese era el campeón; yo para jinete soy muy alto pero, era mañoso, cogía a mi caballo y con las piernas me amarraba a su lomo como alicate, cogía sus mechas y le meneaba como a mujer, y con mi garrote aplastaba a todos, así era en la Sierra... Acá es diferente, todo es bulla, y todo es gris... la gente se pelea, pero no sabe contra quién, no hay premio, es como si pelearas contra fantasmas, nadie es como es, todo es confuso y gris... Las mañanas en la Sierra son celestiales, y las noches brillan como cristales o diamantes...
Que hermoso era escucharlo, verlo con su panza como la de una batea, y su rostro como un zapato viejo, pero su voz como la de un dios...
Llegué al taller, cerré los ojos, y vi mi destino, cuando los abrí... El abismo, y el universo, esperaban mi atención...
Joe 11/08/03
Excelente escrito y de gran profundidad. Tan cotidiano y a la vez tan poco usual.