Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Infantiles

OTILIA, LA MENSA O EL DÍA EN QUE VOLVIERON TODOS LOS PÁJAROS DEL MUNDO

Por
Gerardo Oviedo

Para
Xilonen


“...adentro de los espejos no hay aire que nos desplume. No hay viento que desbarate las hojas de los árboles y tire nuestros nidos. No hay águilas que nos persigan, ni serpientes que devoren a nuestros hijos. Ahí estaremos más cómodos, no habrá odios ni rencores, seguros de que viviremos para siempre en paz.
Todos los pájaros de mundo, reunidos en torno a ese espejo, fueron entrando. Al principio temerosos, azorados ante su nuevo horizonte, pero una vez dentro, se dejaron ir volando hacia todos los rincones del cristal plateado. Entonces, el que había hablado primero, tomó una gran roca y la arrojó sobre el espejo, rompiéndolo en mil pedazos, luego se fue volando solitario, muy alto, hacia el sur...”
Libro sagrado de los pájaros. Ave Chucho. 3:4


Hace millones de años cuando aún había dinosaurios en la Tierra, sobre el árbol que hay en el sendero corría una lagartija hacia la copa. No era cualquier lagartija, debemos aclararlo, era una lagartija que quería aprender a volar. Pero si las lagartijas no vuelan, le dijeron en la escuela de lagartijas, las lagartijas se arrastran por el suelo, entre el polvo y comen bichos le dijeron sus papás con cierta preocupación. La lagartija no hacía caso, y cada vez que tenía oportunidad, subía a la parte más alta de lo que fuera, ya sea del árbol o de la gran roca que circundaba el entorno y de ahí se lanzaba con todas sus fuerzas hacia el cielo intentando en vano alcanzar las nubes. Inútil es decir que la pobre lagartija terminaba con todo el cuerpo adolorido por la tremenda caída. Alguna vez hasta estuvo una semana entera sin poder mover la pata derecha y andaba cojeando por toda la hierba. Ahí veía como las nubes se hacían y rehacían en lo alto. Entonces quedaba triste, tragaba su cacho de bicho que necesitaba para alimentarse y luego se ponía a imaginar que ella era un pedazo de viento que tocaba la punta de la luna. ¿A dónde irán las nubes cuando se alejan volando?, se quedaba pensando nuestra lagartija, que para esos tiempos ya tenía un sobre nombre que le habían puesto sus demás compañeras lagartijas: Otilia, la mensa.
Para entender como fue el trato que recibió Otila, la mensa, tiempo después, es necesario hablar un poco sobre lo que constituía el universo de las lagartijas. El mundo de las lagartijas era una comunidad donde dominaba el lagartijo que era más grande y fuerte. Este gran lagartijo, dictaba las órdenes y desórdenes que debían seguir todas las lagartijas. Así por ejemplo, un día se le ocurrió al lagartijo imponer una dieta estricta a todas la lagartijas pues ya las veía demasiado gordas. A puro pasto, dijo el gran lagartijo, y así pasaron tres semanas hasta que las pobres lagartijas empezaron a quedar en los huesos. El lagartijo, como es bien sabido, no hizo lo que ordenó, sino que él se dedicó a comer todo lo que las otras no comían, pues no era de los que practicaban con el ejemplo. Otra ocasión al lagartijo se le ocurrió que a las lagartijas que tuvieran suficiente fuerza, debían de alquilarse como transporte público para toda clase de bichos que estuvieran dispuestos a pagar. Así vimos que las lagartijas empezaron a llevar sobre su espalda a toda la aristocracia de gusanos y arañas. También acarreaban caracoles y una vez una rufiana cucaracha se hizo pasar por la duquesa de las rosas. Extendió la capa café de sus alas y dijo que venía porque quería comprar algo para su exclusivo guardarropa. Pero cuando le pidieron que pagara lo que había consumido, la infeliz se escabulló bajó una piedra y desapareció. Entonces las lagartijas, incómodas y enojadas, fueron con el gran lagartijo para decirles que sospechaban que la comunidad se empezaba a reír de ellas. Decían que les gritaban por ejemplo: Ahí vienen las mamarrachas y sus colas buenas para nada. El gran lagartijo, obstinado como era, no hizo caso y durante otra semana más, las lagartijas fueron la burla de todos, hasta que el lagartijo decretó que ahora las lagartijas deberían caminar en dos patas. Pobres lagartijas, llegaban todas molidas de la espalda por tener que ir de un lado a otro erguidas. El lagartijo, como es de suponerse, se la pasó todo ese tiempo echado sobre una rama acolchonada de algodón, cavilando a ver que más se le ocurría para sus súbditas. En ese mundo vivía Otilia, la mensa. Subyugada por el cielo pero aterrizada en la tierra. “Pero quien busca encuentra”. Esa era una máxima que repetían todos sus maestros lagartijas como loros, pero que una vez pronunciada, era olvidada, y regresaban a su habitual trajín diario de papar moscas. A quién no se le olvidaba era a Otilia, la mensa. Dicen que con la mente se puede hacer todo, uno nuca sabe, pero una noche, Otilia, la mensa, despertó abruptamente porque sentía cosquillas bajo las axilas. Se rascó con una pata pero la comezón no se le iba. Fue a la cocina donde sus papás tenía un poco de pimienta que recolectaban y se la echó. La pobre lagartija empezó a dar de vueltas y brincos como una loca pues le ardía mucho. Ay, Ay, gritaba Otilia, la mensa, me pica, me pica. Hasta que llegó el día siguiente. Fue al río a bañarse para quitarse esa comezón tan punzante que no le permitió dormir. Al mirarse en el agua se sorprendió cuando vio que le habían brotado dos grandes granos debajo de las axilas. Sus papás creyeron que se trataba de la adolescencia y que Otilia había llegado por fin. Échate un poco de limón, le dijeron para curar su comezón. Pero ni cuando le echaron sal, Otilia pudo encontrar la paz para dormir tranquila. Así pasaron los días y semanas. Los granos situados debajo de sus axilas crecían cada vez más y esa comezón la hacía pegar de gritos por toda la casa. Pobre Otilia, la mensa, comentaban en la comunidad, ya se puso loca por fin. Esta locura no impedía que Otilia de tarde en tarde fuera hacia donde estaba la gran roca, un lugar elevado que dominaba todo el horizonte. Se rascaba las axilas y veía como atardecía. Distinguía como las nubes se movían y comenzaban a aparecer las primeras estrellas de la noche. Daba pequeños brinquitos cuando alguna ráfaga de viento soplaba a ver si se podía elevar por los aires siquiera un poco. Pero nada sucedía. Hasta que el dolor en sus patas fue insoportable y dejo de ir. Un día Otilia, la mensa, amaneció quieta y se dio cuenta de que ya no se podía mover. Las patas le colgaban como trapos viejos a un lado del cuerpo. Sus papás, sumamente tristes, comenzaron a darle de comer en la boca, ora una pata de araña, ora un gusano regordete. Al final de aquella semana, fue cuando llegó a oídos del gran lagartijo su situación. ¿Cómo? Preguntó el lagartijo. ¿Una lagartija enferma entre nosotros? ¡Eso no puede suceder aquí, nos va a contagiar a todos y nos vamos a morir!, exclamó el lagartijo asustado. ¡Debemos hacer algo! Entonces mandó a dos lagartijas para que tomaran presa a Otilia, la mensa. El gran lagartijo convocó a una reunión urgente de todo su gabinete y comenzó a hablar: “El mundo está cambiando, lagartijas, ya no es como antes. Ahora hay toda clase de enfermedades que nos pueden acabar. Por eso, a nombre de la asamblea decreto que se condene a muerte a la portadora de dicha enfermedad. Sólo así podremos vivir tranquilos”. ¿Y cómo? Preguntaron los ahí reunidos. Será quemada en leña verde mañana antes del amanecer, finalizó el gran lagartijo. Todos los presentes aprobaron la propuesta, sólo los padres de Otilia quedaron deshechos. Iban a perder a su hija en el fuego. Esa tarde fueron con Otilia, la mensa, quien se encontraba ya recluida en la prisión para lagartijas: un tronco hueco que no tenía ventanas. Hola, dijeron sus papás con tristeza desde afuera, pues los guardias no dejaban que nadie se acercara ya que se podían contagiar de esa enfermedad. ¿Cómo está mi pequeña?, preguntó su papá. Otilia no contestó, el dolor que sentía cerca de las costillas era muy fuerte. Los granos ya estaba casi del tamaño de su cuerpo. Otilia, la mensa, vio a su mamá que se asomaba por una rendijita y que traía lágrimas en sus ojos grises. No llores, mamá, le dijo Otilia, la mensa, no llores por mí. Cuida mucho a papá. Dijo la pequeña lagartijita. Luego los guardias cerraron la rendija con un poco de hierba y Otilia, la mensa, quedó completamente a oscuras.
En la noche, los guaridas del gran lagartijo comenzaron a acarrear la leña para la ejecución. Traían hojas y ramas. Otros hierba seca que serviría para que la lumbre prendiera más rápido. Al sonar el primer croar de la rana en el río antes del amanecer, se dio la orden. Abrieron la prisión y dos lagartijas, vestidas con un traje especial hecho de la piel transparente que había mudado una serpiente, la tomaron con unas varitas y la sacaron hacia donde la leña esperaba. Arriba de una roca, el gran lagartijo, miraba todo. Los guardias acomodaron a Otilia, la mensa, en medio de la leña y luego se alejaron. El gran lagartijo comenzó a hablar: “El pueblo de las lagartijas ha dado su resolución para que la sentenciada cumpla su condena y así nos libremos para siempre de cualquier efecto que pudiera transmitirnos en el futuro. Hágase la voluntad del pueblo... que se prenda la lumbre”. La mamá de Otilia comenzó a llorar inconsolable sobre el hombro de su esposo. Otilia, la mensa, estaba como desmayada. No lograba entender que era todo aquello. El fuego empezó a crepitar por todas partes. Tronaba y sacaba chispas. Las miradas de todas las lagartijas estaban puestas sobre ella, olía a quemado. Entonces sucedió. Ante los ojos asombrados de todos, los dos grandes chipotes que tenía Otilia a un lado del cuerpo se abrieron como un cascarón roto y dejaron ver un par de hermosas alas. El fuego estaba acercándose y Otilia comenzó a batirlas, primero lentamente, con torpeza, como si estuviera naciendo, luego un poco más rápido y más, hasta que sin detenerse, su cuerpo se fue elevando lentamente hacia el cielo, lejos de las llamas. El gran lagartijo comenzó a dar órdenes como un loco: “Tírenle piedras, que no escape, nos va a matar a todos”. Pero a todas las lagartijas se les caía la baba y no atinaba a decir ni hacer nada, sólo a mirar por vez primera en la historia del mundo, un reptil volador, el primer ancestro de las aves. Otilia, la mensa, dio una vuelta y comenzó a surcar el cielo, llegó a la primera nube y luego se echó en picada, hasta casi rozar el suelo. Todas las lagartijas exclamaron ¡OH! ¡OH! ¡OH! Otilia, la mensa, estaba radiante cuando descendió a la tierra. Todas las lagartijas se le acercaron y comenzaron a tocarla, querían contagiarse de ella, querían hacer lo que hacía ella. Ese fue el principio de la evolución hacia los pájaros. Sólo el gran lagartijo, quien era el más grande, gordo y pesado de todos, jamás pudo levantar el vuelo. Pasó el resto de su vida mirando como las lagartijas tocaban la punta de la luna, allá arriba, en la transparencia azul del cielo.
Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 4.89
  • Votos: 79
  • Envios: 1
  • Lecturas: 7837
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.129.195.45

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033