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La mariquita Pepita era pequeña, de un llamativo y brillante color rojo y con unos puntitos negros como las demás mariquitas que habitaban en el jardín de rosales blancos. Era dulce y divertida.
Pero Pepita no sabía volar. Desde muy niña tuvo pánico a las alturas. Sus antenitas se erizaban y sus patitas temblaban cada vez que se subía a un lugar muy alto. Su estómago entraba en shock y su cabecita no podía más, todo le daba vueltas y caía desplomada al suelo cada vez que pensaba que tenía que aprender a volar.
Pero la mariquita Pepita tenía unos grandes amigos. De esos que de verdad te ayudan cuando los necesitas, de esos que son como auténticos hermanos, de esos que están muy unidos entre ellos, cuidando unos de otros y ayudándose mutuamente para superar los obstáculos.
Fueron ellos los que siempre estuvieron al lado de Pepita para que perdiera el miedo a volar.
- ¿Qué es lo que te asusta de volar Pepita? - preguntaban con dulzura a la mariquita.
- Me da miedo marearme y hacerme daño. No pienses en ello Pepita, piensa mejor en las vistas desde allí arriba. En los paisajes, en el viento soplando en tu cara – contestaban tratando de ilusionarla los amigos.
- No puedo. Volar es muy difícil – respondía de forma cabezota Pepita.
- Al principio todo es difícil. Pero poco a poco irás aprendiendo y esto es como montar en bici ¡Ya nunca se olvida! - decían de tratando de animarla.
- Bueno, puedo usar mis patitas para caminar– insistía de manera tozuda ella.
- Pepita, tus patitas son muy cortitas. No puedes ir andando a todos los sitios. Necesitas aprender a volar de una vez. No ves que si no aprendes a volar no podrás ir más lejos de este jardín de ciudad ¡Tienes que poner en marcha tus alitas de una vez! - respondían tratando de picar su curiosidad.
Sus amigos siempre buscaban lo mejor para ella y sus consejos siempre eran los acertados. Así que dada la confianza que Pepita tenía en ellos, comenzó a poner en práctica sus consejos.
Primero practicó subiéndose a una escalera y tirándose desde allí. Moviendo poco a poco las alitas y con sus amigos esperándola con las alas desplegadas para evitar que se diese algún golpetazo contra el suelo. Después trepó hasta los árboles y mientras unos amigos colocaban un mullido colchón de hojas frescas en el suelo, otros hacían el recorrido con ella para animarla y felicitarla por su esfuerzo. Y al final, consiguió meterse en un avión y lanzarse junto a sus amigos desde allí.
Viendo el el miedo que aún tenía la pequeña Pepita, el cielo le pidió al viento que soplara fuerte para mantener a la mariquita en el aire y que las nubes se volvieran aún más esponjosas para reconfortar a la mariquita si se caía. Pero no hizo falta, y Pepita pudo contemplar indescriptibles paisajes junto a sus amigos del alma.
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