Chino, que extraños hemos de parecerte nosotros, tus hermanos, siempre con el ceño tan fruncido, tan rutinarios, tan ejemplares, tan dentro de este mundo prosaico que no le da mucho espacio a esas cosas simples que engolosinan tu espíritu. Te contemplo Chino, a tus cincuenta años, jugueteando con un pequeño camioncito de metal y viajando en él por imaginarios caminos a los que nosotros nunca tendremos acceso simplemente porque somos muy corpulentos y muy racionales para poder acompañarte en tus aventuras. También porque estamos encarcelados por los convencionalismos que nos prohíben reírnos como tú y hacerles morisquetas a esos personajes imaginarios que inundan tu cuarto de fantasías y actúan para ti, discuten contigo y a veces te descomponen porque se comportan como seres tan normales.
Esa cabecita redonda tuya, de facciones pequeñas, multiplicada en las de cientos de seres que también padecen como tú del síndrome de Down, se niega a reconocer que existan seres que puedan actuar con tanta seriedad. Entonces tu ceño se frunce, tus ojos lagrimean y se provoca en ti una conmoción que se revuelve sobre si misma y apunta a cualquier lado. Es tu lógica y ante eso no hay discusión. Por eso mismo quizás, tampoco se te ocurriría encararle al Creador que haya puesto un cromosoma demás en tu código genético y que tuvo la virtud de hacerte más noble, más alegre y más cristalino, un ángel que se escapó del cielo para caer en los amorosos brazos de mi madre que te acunó con el mismo cariño que a todos nosotros, sabiendo además que al cobijarte en su regazo se emparentaba con las más excelsas deidades.
Eres en verdad un fino retazo de nube que se desprendió de las alturas celestes para deslumbrarnos y maravillarnos, tu bondad inastillada, y esos ojos perplejos que tratan de comprender este mundo tan agreste, me recuerdan al Principito de Saint Exuperí, por su transparencia y por tus balbuceos que seguramente también mencionarán a un microcosmos cuyos horizontes son besados a cada segundo por un sol rubicundo y juguetón. –Lo esencial es invisible a nuestros ojos- dirás en tu media lengua y ello sólo basta para sustentar un universo.
Cuando yo era un niño pensaba que algún científico inventaría cierto día un producto farmacológico que te haría parecido a nosotros. Entonces, casi por arte de magia, comenzarías a hablar como nosotros, gritarías, pelearías y jugarías como nosotros, harías trampa como nosotros y ahora serías un personaje atormentado por las circunstancias y por lo existencial…como nosotros. Ahora, pienso que debemos agradecerle a la ciencia que no haya descubierto la panacea para curarte y ponerte en nuestra vereda porque ha sido nuestro desafío quererte y cuidarte y aguardar que tus alas de ángel no se mancillen en este largo y árido tránsito por lo terrenal…
Creo que esta carta refleja una realidad que muchos quieren negar: el derecho a ser diferente. Tus palabras demuestran que cuando existe el amor todo lo demás queda en segundo lugar. Me ha encantado que tú mismo veas que no era necesario encontrar la fórmula para curarlo. Muchas gracias por tu testimonio. Saludos.