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CULHÚA CEMPOALLI

La caída de Constantinopla, a manos de Turcos titilantes como estrellas de fuego, provocó que se cerrara toda puerta, todo paso a rutas mediterráneas, impidiendo hacer llegar las embarcaciones con estelas sedosas y el humo embriagante de las hojas, las exóticas perlas de Ceilán, el misterioso marfil de Borneo, las especias de malaca, y los lejanos perfumes de Arabia.

Los reyes de España tenían que apagar aquella sed, aquella hambre de ausencia y alzaron los brazos al Dios Tolomeo, soñando en alcanzar desconocidas tierras. En sus más fuertes deseos, anhelaban lugares preciosos, extraños y maravillosos, como mujeres indígenas descalzas. Había que aventurarse y llegar por mar sin cruzar el ecuador; ya antes un hombre había dejado la barrera puesta para evitar corsarios del mediterráneo, navegó del mar rojo y otros mares, para pasar por aguas diferentes, nuevas, y repletas de horizontes, aventura y abundancia plena.

Los monstruos españoles podían abrazar las Filipinas con solo deslizar sus anclas; podían flotar por numerosas aguas, bajando de cuando en cuando a saborear la tierra.

Un día como ese, Chalchihuecan; la diosa con las faldas color de esmeralda, sorprendentemente amaneció distinta; sus ojos enjugaban una lágrima incierta, que no terminaba de brotar de su lagrimales, sus tres corazones permanecían en su pecho, totalmente silenciosos en espera de un fulgor distinto, en espera de observar grandes sombras que llegarían por mar, sombras que irremediablemente llegarían a mutilar la tierra y a cuanto ser hubiera en ella.

Tecpantlayacac observaba con ojos inmensamente abiertos, como centinela fiel de la bella ciudad de Cempoalli. La ceremonia se celebraba al despuntar el alba. Tezcatlipoca; deidad sedienta, aguardaba a oscuras saciarse en el sacrificio esperado para aquel día. La más hermosa doncella elegida para entonces; fue Nuc, la orgullosa y fiel joven, que había de entregarse a su dios, ya que por mandato de los Culhuas, pequeños espíritus del secreto, había que seguir la sabia tradición.

Aún faltaban algunas horas; el sol estaba por anunciar el día, Tezclatlipoca, el espejo humeante y resplandeciente, gritó con voz de marea alta, estrellando las olas en el arrecife del Toto Nacuc. Este misterioso Dios de la noche, creador del cielo y de la tierra Cempoalli; el Dios de la providencia, el que castigaba con enfermedad a la gente mala y con salud a la gente buena, era tan bello y joven como el sol mismo, erguido dentro de su piedra negra y resplandeciente, vestido con estelas de galanura, adornado entre oro y plata.

Curiosamente a través de sus plumas de espejo itlachiaya, observaba el mundo. Era a partir del quinto mes, sei cipactli, tres tiburón, que se iniciaba en el imperio de Anahuac, la gran fiesta para honrar a Tezcatlipoca.

La larga fila de jóvenes casaderas, comenzaba a salir junto con el alba. La brisa fresca humedecía las mejillas doradas de las doncellas que no podían siquiera hablar en secreto. El templo lucía tan bello como el mar mismo, el islote esperaba ansioso la llegada de Nuc, con su joven y torneado cuerpo previamente purificado desde hacía un año. Vestía un traje similar al de su Dios, mientras jóvenes mancebos atendían el templo y a los magnates de la corte junto con otras doncellas no tan bellas, que eran confundidas con sus guirnaldas en la cabeza. La flauta de barro entonaba un sonido cardinal y los hombres malos se hincaron pidiendo perdón a su Dios.

Nadie sabía si serían escuchados; los militares pedían valor, pero nadie sabía si los oídos ancestrales estarían abiertos y condescendientes. El pueblo entero imploraba la clemencia de los Dioses; pero ese día no serían escuchados. Los oídos de los Dioses estaban cerrados.

Al joven elegido le acompañaron cuatro doncellas mudas y después de saciar su corta vida con tan bellos regalos se anunció el término del plazo y era conducido en la procesión. Después de tomar polvo del suelo y llevarlo a su boca, caminó con flores en las manos hasta llegar al templo despidiéndose de su madre tristemente, antes de entrar al sacrificio.

Tendido en el ara, le abrieron el pecho para arrancarle el corazón, y lentamente depositarlo en el lebrillo. Ya el sacerdote le cortaría la cabeza para clavarla en el izompantli, y de sus brazos y piernas, harían el banquete de los nobles. La multitud oraba en silencio y las aves cruzaban sigilosamente el cielo.

De pronto, se hizo llegar el crujir de unas naves con el reventar de unas olas y el fuego intenso de unas voces a gritos. La gente vino corriendo de entre la ceremonia a ver de donde provenía tal estallido. Algo se respiraba distinto; ni los jaguares, ni los ocelotzin, ni las ceibas se atrevían a decir nada. Los guerreros habían preparado ya sus escudos y sus lanzas...

¿Sería acaso Tezcatlipoca con sus andares de Dios? ¿Sería que escuchó más fuerte que nunca la petición de los hombres? ¿Por qué razón vendría envuelto en maderas y telas guiadas por vientos del cielo? ¿Por dónde vendría Tezcatlipoca? ¿Por mar? ¿Había bastado la joven elegida?

Aún esperaba Nuc, entrar al mismo lugar para el sacrificio pero esta vez, Tezcatlipoca venía por oro y por plata, ésta vez llegaba con fuego y con armas, ésta vez Tezcatlipoca, venía a nombrar la tierra con nombres de España.

Desembarcaron frente a la isla de Culùa, golpeando a los nativos en son de castigo por los cuerpos sacrificados encontrados en almacén. No podían comprender el culto de los Totonacas tributando a los Culhùas de las siete tribus Nahuatlacas de Aztlàn.

Fue el ome quiahuitl matlacati-sei tochtli; lluvia - 13 conejo, día en que llegaron aquellos extraños festejando a San Juan, intercambiaron pepitas de oro, cabezas de perro de macedonia, un ídolo de oro con piedra negra, medallas de oro guarnecidas de oro, cercos de turquesa, collares, trenzas, canutos de oro, penachos de plumas pavo real, máscaras de oro y mosaicos de turquesas preciosas; por dos espejos y dos cintos Españoles, para regresar a Cuba repletos de riqueza. Fue tiempo después cuando llegaron con mas fuerza, los monstruos de fuego, siguiendo las huellas de Juan de Grijalva y Bajaron a paso firme 630 hombres con cañones de bronce, ballestas, espadas, diez caballos y perros de presa; esta vez, llegaban para clavar con estandartes la tierra Totonaca.

Cortés se bajó despacio de entre sus estelas y encajes, para lidiar cara a cara con el Cacique Gordo de Cempoalli. En papel amate se escribiría con sangre la historia. La viruela, como un polizón callado desde su partida en San Antón, se escabulló hasta las entrañas de los Totonacas. Dentro de un esclavo, se vino viajando la cruel viruela hasta nueva tierra, para dejarse deslizar dentro de bocas que hablaban lenguas distintas y extrañas.

Mientras esto pasaba en cuerpos Totonacas, la presa era devorada entre dos feroces conquistadores; Narváez y Cortés en terrible enfrentamiento y batalla, estirando la carne fresca entre los hocicos hambrientos en direcciones diversas. Cempoalli aguardaba callada con el templo de Moctezuma sangrando por la espalda.

Narváez perdió un ojo en la batalla, defendiendo el primer lugar en pisar aquella tierra, tratando de luchar contra el ataque sorpresivo de Cortés. La gran plaza rodeada por casas de techos de palma se hundía cautelosamente para no ser escuchada, el templo de las chimeneas dejó sin humos su alfarda; desde el templo mayor, los hombres de Narváez derramaban saetas, escopetas y espadas, hasta poner fuego en las pajas del alto Cu, rodando las gradas abajo.

Los Dioses al ver todo esto, lloraban lágrimas de sangre y acariciaban a la enfermedad descalza. El silencio sembrado en matas tan grandes como el maíz, daba pauta al viento a tumbos en las enormes ramas de las ceibas de troncos enraizados. Las aves dispersas en los cinco sentidos de una temporada muerta, se daban cuenta de que ni uno solo podría resistir. Solo los brazos vacíos de cuerpos fríos y quietos entre la espesura de las ruinas, asomaban de entre el humo y la neblina.

Un aroma a sal, que viene de un mar muy cercano, humedecía la fiebre que aún se respiraba flotando por encima del trueno. Entonces, de entre los arbustos correteaba un ciervo, una mariposa, y una esperanza; sin ser vistos siguieron de frente, dirigiéndose a otras regiones de la aun no llamada la Villa Rica de la Vera Cruz.

Cuando se marcharon los hombres barbados, el aroma a fiebre amargaba por completo el viajaban como si nada hubiera pasado, como si nada se hubiera roto, como si nadie hubiera enfermado... Como si un Tochtli estaba llorando en un rincón a su madre muerta. Tenía la sensación de que no la vería más, su cuerpo flotaba entre la yerba... Nuc dormía como esperando el turno de ser sacrificada. No le daría tiempo de nada. Su sacrificio no fue de arrancarle el corazón, sino de una brutal viruela.

Cempoalli dormía como después de un día de fiesta, pero este día no fue un festejo, fue un enorme funeral.

Con la brisa aun oliente a humo de cenizas al hombro, Tochtli se fue internando en la maleza. De lejos veía reunirse a los Frailes orando con cruces cada cuerpo sin tierra, batiendo esferas doradas que derramaban gotas inquietas.

No hubo tiempo de sepultar los cuerpos bajo los templos, no hubo tiempo de levantar a su madre en brazos y depositarla en la tierra; fue incinerada en los mil brazos de fuego que ardiera en su pueblo. Los pies le pidieron descanso antes de que obscureciera.

La música de los insectos le arrullaba su cama de palmas, mientras el viaje más bello le viajaba con la mirada, y se tomaba de un trago las estrellas de Cempoala.

En menos de seis meses la mujer vestida de negro llamada viruela, se apoderó de una ciudad, de una cultura, de una tierra tan bella y próspera como las flores de todo Totonacapan. Un solo hombre la trajo a cuestas en su mirada, y traerla fue el motivo de la muerte de todo el territorio de Moctezuma Ilhuicamina.

¿Dónde iría a parar un joven frágil del pecho y fuerte de esperanza? ¿A dónde…? si su pueblo mutilado no tenía mas que matanza y ruinas de templos y fragmentos de Dioses esparcidos por todos los rincones. No había dolor, ni añoranza, solo frailes encaramados en piedras labradas, empeñados en la conversión de una etapa de la tierra de mil almas. Tezcatlipoca le había premiado a Tachtli apartándolo de la viruela, le premió como premiaba a la gente buena.

Era tan difícil de creer que toda su gente fuese mala. Su propia madre, también Nuc, y ¡toda su raza! ¿De qué modo medió balanza? No podía ser cierta esa ley del castigo divino entre buenos y malos, porque toda la gente de su raza había sido siempre buena.

Tachtli, comenzó su camino cuando la mañana le gritó abiertamente que buscara algún rumbo distinto, alguna tierra, un horizonte diferente al que sus ojos siempre despertaran. Y siguiendo un pie al otro, se echó a andar hasta llegar al mar, ese mar que tanto le invitaba a navegar. Ya estando en altamar se preguntaba: ¿De dónde llegó tanta gente? ¿De dónde llegaron vestidos de piel tan blanca? Algún lugar estaría del otro lado del mar...¡Alguna tierra!... Alguna raza...

Y sin pensarlo más, Tachtli buscó un nuevo lugar en donde formar una nueva raza mezclada.

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Datos del Cuento
  • Categoría: Históricos
  • Media: 5.61
  • Votos: 75
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Julia del Prado
invitado-Julia del Prado 11-05-2005 00:00:00

Hay cuentos que publican ustedes que me parecen cursis, de baja calidad incluso; pero éste es realmente preciso, bello, bien hecho y basado en una leyenda azteca, creo o maya. Muy bueno, ya le escribí a la autora, ojalá me responda.

Viodelda
invitado-Viodelda 23-11-2004 00:00:00

Muy bueno este cuento, llama a la reflexion, sobre la verdad de nuestra conquista.... felicitaciones a la escritora y que escribiendo....

Amahad
invitado-Amahad 02-06-2004 00:00:00

Estupendo!!! Que manera de escribir! Nada como la fábula histórica prehispánica. Mis felicitaciones! Tiene algunos libros donde yo pueda conseguir algunos cuentos de usted?

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