Ante una página en blanco escribo las nuevas aventuras de El Ultimo Pirata. El último de verbo y de conducta, solo hubo uno, como todos los superheroes, de pensamiento, palabra obra u omisión, fué culpable. Por su culpa, por su gran culpa, por eso quedó absuelto ante la libertad del que nunca tuvo más que ofrecer que su propio yo. Su esencia resurge día tras día cual savia en aquella planta que pretende florezca sola, sin cuida, sin amo, sin mimo. Deja asilvestrado el camino hacia su felicidad, la suya propia y de sus congéneres.
Un naúfrago a la deriva, sin timón que lo gobierne por lo mórbido de su sayo. Quiso la tramontana plegar su vela, pero el aparejo no ejercitaba más que un pliego en la cubierta de la mínima importancia. Bien sabe Dios que no hay que dar mínimos a los tiempos de las corrientes que te avasayan y se llevan, tu vida, tu família y tu alma.
Y a la deriva conduces tu fragata, ya que tu barco perdiste en majestuosas batallas, alíate con el viento que susurrará a tu alma, no te pierdas capitán, ni abandones la túa casa, si en esa incondicional tú vislumbras tu morada. Donde el viento, vela y pan, se alían en la remada y por sustento pescarás algo de buena hornada. El podrido ni alimenta ni empuja vela ni nada, solo lleva al timonel a una mortuoria errata. Que no sabrás gobernar, por que como al pájaro el alpiste, no importará cuanto diste frente a lo que pudiste quitar.