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Edades

Desde los diecisiete años supe que tendría que cambiar eso. O sea, fuera de circunloquios imprecisos y desesperantes, que tendría que ver la edad de las personas como lo que eran, sin los risibles y nublosos aspectos subjetivos de joven, viejo, etc. Recordé en una tarde gris, así de la nada, viendo las nubes distintas pero igual a siempre, una fiesta de sexto de primaria cuando yo cursaba cuarto. Vaya, realmente eran grandes esas personas. ¿Qué estupidez, no? Las chicas me parecían casi señoras, unas ya empezaban a crecer en lugares inusitados. Deduje que no podía confiar en mí para clasificar a alguien como joven, grande, etc. porque estaba al parecer irremediablemente condicionado a verlos desde mi maldito punto de vista en el tiempo. A mis diecisiete añotes (¿ven?), las personas de sexto grado eran niños sin fin.

Pero salirme de esta maraña de pensamientos resultó ser más que meramente difícil como esperaba. Para llegar a tal objetivo era necesario conocer a las personas observándolas intensamente. Apreciar los cambios y notar que era lo que las hacía diferente en diferentes etapas de su vida. Haciendo las cosas más complicadas aún era el hecho de que yo estaría cambiando también en el proceso.

Una tarde cuando tenía dieciocho años, descansaba sentado en la playa y vi a una atractiva hembra humana. De golpe la vi como de veinte años (aproximadamente) y no se me hizo ni grande (como debería) ni joven. Me extrañé y me pregunté como debería de acercarme a ella. Era evidente que ella me vería como un mocoso, a los dieciocho parecía de quince o dieciséis. Ella no compartía mi profundidad (¿o mi delirio?). Me contente con observarla como una jugosa hembra con una capacidad optima para la reproducción.

Poco tiempo después, en una día que la melancolía se me había pegado a mí como una pasta pegajosa, me sentía con más años que los dados por mi edad. En un café vi a una señora de unos cuarenta y cinco años. Fue algo natural acercarme a platicar con ella. Mis comentarios la extrañaron completamente. No sabía que pensar de mí. La comprendo, actué insólitamente. Me pareció una persona interesante. Su posición de asombro hacia mí provocaba que ella no estuviera confortable como yo lo estaba con ella. La conversación caducó pronto y resolví dejar el lugar. Me despedí antes sin énfasis y la noté satisfecha de mi partida. Soy extraño; como si tuviera que decirles dirán.

Hubo un periodo de unas cuantas semanas en las cuales cuestioné toda mi (maldita) filosofía. Tenía sentido en sí, tomada como una idea abstracta y admirada desde lejos. Pero era un caos incomprensible una vez que lo aplicaba a mi vida de todos los días, la de salir y estudiar, beber para bailar, leer y salir de nuevo. Sentí que era como la metáfora de los relojes. Aunque yo tuviera la hora correcta, no me servía de nada si todos los demás se regían por una equivocada. Tendría que de alguna forma ajustarme a su tiempo aunque supiera que no era el correcto. En el camión a la universidad pensé gran parte de esto. ¿Sería fácil regresar a quien había sido, no?

Pues así de fácil lo digo: No. Intenté platicar con una chica cualquier cosa menor que yo. Me pareció irremediable la situación. Tuve unos días grises sintiéndome alejado para siempre de todos. Mis trastornos actuales llamaban sin más a que me pusiera una borrachera. ¿Y si convencía a personas de mi filosofía y las cambiaba? No crean, de imbécil sólo tengo la suerte.

Quedó arreglado como quedan arregladas esas cosas. Tenía una cita con una chica que yo no había buscado, y al parecer ella tampoco me había buscado. Cabe dentro de las cosas que pasan; la guerra de Kosovo, la lluvia, el indiferente accidente de un avión en las Filipinas. Nos encontramos en la disco entre amigos. Me pareció un ángel. Había dejado todos mis sentimientos amargos que me habían acompañado en la oscuridad. Me enamoré y demás. Era perfecta para mí y de nuevo era un tipo de diecinueve años. Ella estaba hecha para mí porque tenía unos cuantos menos que yo.

Todo aquello había quedado en una aventura de ideas. El auto no desaceleró y salté en la mera calle, raspándome, pero alegre de estar fuera de la nave que sentía no llevaba control alguno. Pero no crean que he quedado escamado. Sé que todo se resolvió porque la pasión le ganó al intelecto en el momento preciso. Ella no es nada para mí ahora. Por el momento me encuentro buscando un nuevo vehículo donde visitar nuevas zonas de la realidad. Un mal viaje no equivale a malos viajes siempre.
Datos del Cuento
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