(Los mismos que usaremos en reyes)
En una epoca en que la comunidad era muy joven, y aun no estaba organizada como tal, cada cual hacía lo que le venía en gana, asi es que había tareas que nadie realizaba por creerlas innecesarias, y fue como pronto muchos oficios pasaron a ser obsoletos.
Tal fue el caso de los zapatos, ese había sido el primer milagro del Padre Trinidad cuando en su juventud se hizo cargo de la parroquia.
Cuando vinieron los Gonzales de ultramar, Gonzales Vaquero, Gonzales Ovejero y Gonzales Porcino, la única dote que traían para ser aceptados por los Guzmanes era lo puesto, excepto los animales propios de cada tribu, que en tanto negociaban mantuvieron a salvo de miradas curiosas y a varias brazas de tierra. Lo más pintoresco y a la vez util eran sus zapatos de cuero que en confrontación con el calzado rústico de los lugareños pronto se convirtieron en objeto de deseo.
Y asi fue como a cambio de su calzado ellos adquirieron derecho a una proporcional cantidad de acres por persona. pero al tiempo comenzaron a deteriorarse y los Guzmanes no querían volver a sus viejos zuecos de madera por lo que ellos creían sería un atraso en la evolución. y los zapatos se arruinaban irremediablemente.
No pasaba día en que el Padre Trinidad escuchara en el confesionario los pecadillos de cada habitante a los que ahora se agregaban quejas y enojos por los zapatos. Pronto la situación se transformó en una cuestión social, los más intrépidos pretendieron intentar algún tipo de reparación, pero a más de lastimar varios pies, nada definitivo lograron.
Una mañana cualquiera, un grupo reunido en la plaza mayor, esa que reunía como en un abrazo al municipio, a la iglesia y al mercado mayor, quería prender fuego a todos los zapatos existentes como una forma de repudio a los Gonzales con su tecnología de discordia, otros se les unieron con la condición de quemar con ellos a los Gonzales, mientras los restantes con los pies doloridos clamaban por una solución pacífica.
El Padre Trinidad viendo la confusión reinante afirmó sus rodillas en tierra como nunca creyó tener que hacerlo y clamó a los cielos con la intención de sacudirlos para que cayera algo, y cayó,
cayó de bruces, según sus mismas palabras, cuando un relámpago divino salió del madero, lo rodeó como en suave caricia y algo cambió para siempre, se levantó con la firme convicción de tener la respuesta y, abriendo la ventana del balcón que daba a la plaza, clamó con grande voz, esa aguda y potente voz que tantos aplausos había arrancado en el coro; de a poco hasta los más renuentes, ayudados por algunos coscorrones, prestaron oídos a sus palabras.
Sería un abuso transcribir aquí todo lo que dijo ante el pueblo, transportado por el misticismo, ese sermón habría que buscarlo en lo más recóndito de los anales de la parroquia de Gelandia, ya que el Padre trinidad no tenía el ego tan grande como para dejarlo a la vista de todos.
Su palabra era una inspiración bíblica del pasaje en que el dios de los hebreos les dice " no se arruinó tu calzado durante todos estos años"(1), y porqué, decía el padre, el mismo dios hoy iba a desamparar a su pueblo en estos parajes alejados de toda civilización.
Y se convino en que cada cual se llevara sus zapatos y colocándolos en el alfeizar de la ventana rezara antes de acostarse para que el Señor de todos los señores afirmara la palabra brindada por el padre espiritual de la comunidad.
Y no tuvo explicación posible el que los zapatos amanecieran impecables, como recién fabricados, menos el que duraran tanto sin desgastarse, una delicia que los perezosos de hoy quisieran disfrutar.
(1) Ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie. Deut. 29.5