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El borrico sabio

– Dime, amigo asno, ¿cómo es que has logrado dominar el intríngulis del lenguaje?

– Ya sabes que hay muchos que me llaman burro; pero yo eso no lo profeso. Soy inteligente y a la par domino las sutilezas del lenguaje: he debido nacer predestinado. O quizás sólo sea porque el habla es como un hermoso herbazal para mí, lo mastico bien y ya está.

– Debes sentirte orgulloso ente todos los animales. Eso, que duda cabe, es un síntoma de distinción, acaso también de trato.

– No. ¡De trato ni hablar! Mis favores son los de cualquier animal. Quizás un día alguien se sorprendió de mi peculiaridad (“¡anda, un burro que habla! Oye, tú, hemos comprado un burro parlante”. Y a los dos días: “No te hagas el listo, burro: trabajarás como los demás, ¿entendido?”). Sin embargo, me siento dichoso.

– Claro, y es para estarlo a pesar de la incomprensión. No te fíes de habladurías: tú borrón y cuenta nueva. Lo importante es que eres diferente, y hablas, claro, eso nadie podrá arrebatártelo. Cuánto me recuerdas mi juventud, con tu entereza para arrostrar problemas y el largo tedio del maldito tiempo, que a todos nos tiene embebidos.

– Te entiendo bien: sé que es así la vida. He estudiado filosofía, ¿sabes? También puedes decir que soy un asno filósofo y todo eso. Si te apetece te contaré un cuento filosófico… Mira, un gusano le dijo a una estrella: Dime cuál es el perjuicio del hombre que sus entrañas roeré. Y la estrella le contestó: El alma no tiene perjuicios. Acaso no confundas su brillo con un bocado que sacie tu ignorancia, ya que jamás podrás morder.

– ¡Fabuloso! Da mucho que pensar. Es como un delicioso postre que nunca se acaba.

– Eso creo yo. Lo más probable es que ese gusano desdichado nunca supiera que sus bocados eran saciados con tierra, la misma tierra con la que están hechos los cuerpos, pues el hombre ya no estaba allí.

– En fin, sólo es un mero gusano, algo tosco, viscoso y sin cerebro: una piedra no hubiera dicho semejante majadería, si, claro está, tuviera el don de la palabra como nosotros o como aquel gusano que no se lo merecía.

– En parte comprendo al inmundo gusano, ¿sabes?: ¡Cuesta tanto salir de la bestialidad…! Uno es bestia desde que nace hasta que muere y si no tiene la suerte de encontrar ese otro camino que diverge hacia inteligencia, en la bestialidad seguirá viviendo. La bestialidad y la inteligencia van parejas y quizás su distanciamiento sea tan sutil que apenas se vislumbre. Soy muy afortunado por haber encontrado ese pequeño matiz que me hizo discernir la verdad y apartarme de la embriagadora bestia que todos llevamos dentro.

– No hace falta que me expongas la lucha de tu fuero interno, me hago cargo que debió ser corrosiva y a la vez apasionada por el pretexto de un anhelo perseguido.

– Sí. Mereció la pena. Ahora miro las estrellas y pienso. Antes no lo hacía; me acerco a los hombres y noto un deseo ceremonioso de refutarles algo. Y tanto con lo primero como lo segundo intento recalcar en una especie de síntesis que abrace todo lo que siento. Y con esto que te he dicho quizás haya vuelto a hacer filosofía y eso me convierta en más pedante de lo que ha sido mi intención inicial.

– No. En absoluto. Con la madurez que veo en ti es lógico que ahondes en las cuestiones del pensamiento más cifrado. También es razonable que pugnes por redimir los entresijos de más valía y darles la notoriedad merecida, cosa que es completamente normal pues posees el don del lenguaje. Y eso, que duda cabe, es algo que denota congratulación.

– También tengo mis problemas. Al ser un asno no puedo entablar tertulias, que me agradan, ni verme en cenáculos de filósofos, literatos o de cualquiera otra área del pensamiento. Todo trato con los humanos no es otro que el codeo con algún ignorante que pretende aleccionarme. Ya sabes…eso es innato en las personas. Tienen una ética que estrujan y exprimen, pero que nunca se aplican a sí mismos.

– Ojalá fueran más sensatos, no tan engreídos, que, simplemente, se apartaran de tanta autosuficiencia (o autarquía), lejos de la preponderancia, ausentes de tanta malicia. En fin…creo que es demasiado pedir.

– Demasiado, sí, porque son muy poco dadivosos, aunque eso es una cuestión que se aparta del tema y que ataña más al corazón que a la inteligencia; aunque supongo que, en ambos casos, el tinte humano sigue rezumando por igual, y ya rebosa.

– ¡Es patético!

– Del todo. Aunque poco importa: así se nos dieron los papeles y a cada cual nos toca representar el nuestro. Es una larga, larguísima tragicomedia en la que a nosotros se nos impele a llorar y a los humanos se les dio la chanza.

– Pero tú, aun con este lazo de espinas que ciñe el mundo, te portas de un modo muy cabal y juicioso. Eres inteligente y, sobre todo, tienes el don de la palabra, que eso siempre congratula.

– Pues a ti tampoco te ha pintado mal, teniendo en cuenta que no eres más que un miserable y viejo gato corralero.



Moraleja: Yo creo que está muy claro, ¿no?


© J. Francisco Mielgo/05/03/2005
Datos del Cuento
  • Categoría: Fábulas
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