Cuando nació Mirtha, ya anunciaba su futuro. Peso 5 kilos, a los pocos meses aquella bolita peluda, fue descubriendo su cuerpo. Una cara hermosa, simpática llena de amigos, los que cariñosamente la apodaron “Pachi”.
Por su gran tamaño siempre parecía más grande de la edad que tenía, en navidad, pidiendo moneditas para el judas, una señora le dijo:
¿Tremenda grandota pidiendo plata para el judas? ¿ No te da vergüenza?
Mirtha corrió llorando hasta su casa. Apenas tenia siete años y por su tamaño se veía de once.
Así fue su vida, pero ella era feliz, muy feliz. De una brillantez inigualable en el colegio, premiada en el secundario el mayor orgullo de sus padres.
Mirtha siempre fue la gordita del barrio, la amiga de todos sus compañeros, no había quien dijera una palabra burlona sobre su figura porque todos le querían mucho.
Con su crecimiento, Mirtha fue estilizando su figura, y de ser muy gordita llego casi a una modelo, pero le duró poco. Todo el trabajo y el sacrificio de comer zanahorias en vez de un alfajor de chocolate le duró a penas unos años, porque a los veinticinco, comenzó su descontrol.
Día a día aparecía un rollo nuevo, su busto casi explosivo ya era muy difícil de ocultar entre blusas gigantescas, la panza ahora dividida en tres partes estaba en plena carrera de crecimiento, las piernas fueron explotando por los costados y sus caderas imposibles de medir con la cinta. Mirtha, a pesar de su cambio drástico de cuerpo, jamás perdió su buen humor y simpatía. Jugaba con sus rollos, se reía y divertía mirando aquellos jeans que ahora no entraban ni en una pierna. Sus kilos de más se hacían notar de forma brusca.
Un día ya no aguantó más y mirando las fotos de unos años atrás, pensó:
-Si una vez pude estar así tengo que volver a esta figura.
Colocó la foto en la puerta del refrigerador, para recordar que no debía comer tanto. Ese día hablando con su amiga Olivia, ésta le recomendó una dieta mágica, que en otra amiga había logrado bajar 20 kilos en un mes.
Mirtha no lo dudó y se dispuso a realizar la dieta, el primer día el desayuno era solo café sin azúcar, y la mañana la llevó bastante bien, tomó mucho agua lo que ayudaba en controlar sus ansias.
Cuando llego el medio día, el tomate y el huevo que correspondían de almuerzo, ni se notaban en el plato, Mirtha acaricio su panza y dijo:
-Si es para despedirme de estos rollos estaré satisfecha con esta comida.
Tres horas más tarde se comió un alfajor, total uno no le haría nada, pero cumplió bastante con la dieta.
El miércoles era el cumpleaños de su hermana. Mirtha, llevó su viandita con lo que correspondía de cena para esa noche. Estaba dispuesta a no romper su dieta.
Pero a la hora de cortar la torta fue difícil de aguantar. Estaba claro que esta dieta tan sacrificada no daría resultado, tenia buena voluntad y por sobre todo soñaba con perder esos kilos de más que engrosaban de forma violenta su figura. Fue entonces que inició su carrera por las dietas. Las probó todas absolutamente todas, perdió algunos kilos, unos cuantos, pero así como los bajaba al poco tiempo los subía con mucha más facilidad de la que lo había bajado. Nunca llego a completar una dieta, siempre o un vaso de coca-cola, o un chocolatito, o un pancito, total era uno solo.
Pasaron los años y no cambió nada, subía y bajaba kilos, la panza crecía y se desaparecía con cada dieta que iniciaba. En invierno ayudo mucho la dieta de la sopa, llego a bajar 7 kilos en menos de un mes y estaba muy contenta. Eso la animó a seguir probando otras dietas. Como era invierno y su debilidad era el chocolate, lo mejor para controlar lo dulce era la dieta del chocolate. Claro, no controlo cantidades, total estaba permitido. Engordo otra vez, sin duda, después de eso lo mejor era volver a la dieta de la sopa tan efectiva. Y así fue que Mirtha mes a mes cambiaba de dieta, volvía, empezaba una y no la terminaba.
Un día ya cansada de tanta dieta, de usar fajas, de probar todo tipo de gimnasia, ahogada por los baños turcos, con el estomago pegado por las horas sin comer, la panza llena de agua y la sangre amarilla de tomar té con limón, el sabor perdido por todo el vinagre de manzana que bebió con la esperanza de bajar esos rollos que incomodaban al vestir.
Ese día ya cansada, se sirvió una porción de postre, comiendo sin ninguna culpa pensó:
-Nunca pude imaginarme que después de enamorarme llegaría a ponerme así.
A los treinta y ocho años Mirtha sigue haciendo dietas, claro esta gordita como antes, esperando el estirón. Su esposo le reclama, no comprende que ella no tiene culpa de no poder adelgazar.
Juanita, esta buenisimo tu cuento, ademas como muy real, jajaja pobre Mirtha le gustaba comer jaja