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La amistad

~En un camino, cerca de un pueblo, encontré a un muchacho al que lo seguía un pequeño corderillo, lo estuve observando y después de un rato, me acerque a él y le dije: —Véndeme tu corderillo.
—No señor no lo vendo —respondió de inmediato. —Te doy trescientos pesos—. (Tres veces más de lo que podía valer)
—No señor ya le dije que no lo vendo. —Me contestó con cierto enfado.
— ¿Por qué no me lo quieres vender? —todavía le Insistí.
— ¡Porque él es mi amigo! —Me respondió tajantemente. —Alzó al corderillo lo cargó en sus hombros y se marchó.
Al ver alejarse al muchacho con su corderito, me quedé con recuerdos de hace mucho tiempo, que me hicieron sentir mucha tristeza y melancolía.
Quizás inconscientemente mi deseo de comprarle al muchacho el corderillo fuera porque aun tengo una deuda en mi conciencia; el hecho de que no me lo vendiera, en lugar de contrariarme, la actitud que me mostró me dio gusto, pues comprendí que yo nunca llegaría a ser para el corderillo el sustituto de aquel muchacho.
Ese recuerdo triste que mencioné, me sucedió hace mucho tiempo: Empezó con el encuentro de un borreguito, era una pequeña borlita de lana de color blanco como las nubes, su madre murió dos días después de que él nació.
Sus balidos llamando desesperadamente a su madre para que lo alimentara, eran vanos… Yo lo recogí, lo llevé a mi casa; con una botella y un dedo de guante de hule improvisé una mamila de la que bebió un poco de leche. Después me miro fijamente y cerrando sus ojos, se quedó tranquilamente dormido confiando en mí. Con unos trapos lo arropé y en una caja de cartón pasó su primera noche en mi casa. Al verlo tranquilamente dormido y acurrucado en la caja, sonreí estaba satisfecho y me sentí un hombre bueno.
Pasó el tiempo, su presencia ya era parte del entorno de la casa; él me seguía a todos lados sintiéndose seguro con mi compañía; me hacia participar en sus juegos juveniles dándome pequeños topes que lejos de lastimarme, me hacían sonreír y con sus balidos él me decía cuánto me quería.
Recuerdo una vez que, estando el tiempo bastante caluroso, lo trasquilé pues su lana ya la tenía muy larga, cuando terminé, no me pude aguantar la risa al verlo rapado, y él me miraba fingiendo enojo como diciéndome, ¡SÍ, sí, ríete, ríete!
Todas las mañanas me acompañaba al campo, estando siempre muy cerca de mí; muchas veces cuando regresaba a la casa platicaba con él, como si fuera una persona; como si fuera un amigo confidente; muchas veces descargué en él, mis penas y mis alegrías; él me observaba fijamente y muy atento escuchaba mis palabras, estoy completamente seguro que me entendía y me comprendía.
Pasaron muchos meses y me olvidé de los momentos felices que tuve desde su llegada, involuntariamente lo empecé a ignorar y a verlo sin importancia, el tiempo y la buena alimentación lo habían hecho crecer, y un día...olvidando todo el pasado, me dispuse a llevarlo al baratillo del pueblo, (así le llaman al mercado de animales) le puse un lazo en el cuello, aunque no era necesario pues de seguro me seguiría gustoso y sin oponer ninguna resistencia.
En el baratillo muchos ojos vieron a mi borrego con mucho interés, pues su aspecto era muy atractivo para los que hacen negocio con ganado. Rápidamente me empezaron a preguntar cuánto quería por el borrego, entre dos o tres compradores opté por el mejor precio.
Los billetes que me dieron por él, de momento los sentí atractivos y me fui alejando,... todavía a distancia escuché sus balidos que resonaron en mis oídos, más que un BEEE, BEEE, me pareció escuchar un
“¡POR QUEEE!.... ¡POR QUEEE!”
Esto me hizo sentir un estremecimiento por todo el cuerpo, pero sobre todo en mi conciencia de pronto, llegaron a mi mente todos los momentos que vivimos juntos, desde que era un borreguito pequeño e indefenso, de cómo fue creciendo, recordé sus juegos y sus balidos juveniles como diciéndome... ¡búscame, búscame, aquí estoy amigo!
Cuando creció, tenía ya la seriedad de un hombre adulto, él me ponía toda su atención cuando yo le hablaba y con su mirada fija en mí, me escuchaba pacientemente, muchas veces cuando yo le platicaba alguna de mis penas; después de oírme me daba unos topes muy suaves como para consolarme; como diciéndome ¡ANIMO! ¡ANIMO! Demostrándome así de esa forma su comprensión y todo su cariño.
Estos recuerdos que me llegaron en ese momento, me hicieron sentir ¡UN HOMBRE MALO! Había vendido a mi amigo, ese mudo amigo que no necesitaba hablarme, solo con su presencia aliviaba mi soledad; él me acompañaba, me escuchaba sin reprocharme nada; solo me observaba y estaba siempre pendiente de mí.
Me di cuenta en ese momento que estaba llorando. Regresé de inmediato al baratillo con el ánimo de deshacer la operación y si fuera necesario, darle al comprador una cantidad mayor que la que me había dado, pero... ya no lo encontré.
El comprador había subido a mi borrego a una camioneta y no pude saber hacia dónde había partido. Me quedé con un remordimiento amargo, sintiéndome como aquel Judas que por treinta monedas entregó a su amigo. Regresé a la casa lleno de tristeza. El silencio era aterrador. Los balidos de mi borrego aún me parecen escucharlos por toda la casa, son recuerdos de los mismos que aún resuenan en mis oídos desde aquel día en el baratillo y los vuelvo a sentir cada vez que lo recuerdo, son como un reclamo de la amistad que tuvimos.
***
— ¿POR QUEEE? ¿POR QUEEE? —Balaba mi borrego en la camioneta que lo alejaba y los lanzaba lleno de tristeza sin comprender el Porqué esa separación; no encontraba ningún motivo.
— “POR QUEEE..... POR QUEEE”, si desde pequeño solo te tuve a ti, (decía mi borrego con sus balidos) —tú me cuidaste; tú me alimentaste; yo te acompañaba; te escuchaba cuando estabas triste y cuando me contabas tus penas, yo jugaba contigo para darte un poco de alegría o para consolarte, POR QUEE.... POR QUEE.
Qué tristeza tan grande sentí cuando arrancó la camioneta en la que me llevaban pero… ¡vi que regresabas apresurado!, en ese momento, mi corazón latía muy fuerte de emoción… por un momento pensé en que lograrías encontrarme y que regresaríamos juntos a la casa, como si no hubiera pasado nada; todavía alcance a ver cuando preguntabas por el hombre al que me entregaste, tu no veías el carro donde me llevaban y.... cada vez la distancia nos separaba mas y mas.
—Lo último que alcancé a ver —dijo— fue que tu rostro estaba angustiado, desesperado y que asomaba en tus ojos el brillo de unas lágrimas, que también a mi me hicieron llorar.
—No sé si nos encontraremos otra vez… pero si no fuera así, tendré siempre el recuerdo de tu amistad; el cariño que me diste y que me hiciste sentir desde mis primeros días de mi vida. ADIÓS AMIGO.
— “BEEEEE..........BEEE.........POR QUEE......... POR QUEE……….. POR QUEE"

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