No aguantaba màs aquella travesìa; hacía dìas que viajaban y ella estaba permanentemente descompuesta; anhelaba llegar a destino; pràcticamente había estado casi siempre encerrada en su camarote.
Recordaba en su nostalgia, cuando al zarpar vió alejarse gradualmente las costas de su pueblo natal, aquel maravilloso pueblo costero, en el cual acostumbraba a caminar descalza por la arena, riendo y girando feliz, cantando con las amigas de su adolescencia; aquella ciudad cercana que la atrapaba ñcon sus exultantes vidrieras, donde se desbordaban las "dotes" de las muchachas casaderas.
Al mismo tiempo recordaba su trabajo en la "casa grande" de los condes, donde almidonaba 7 u 8 enaguas de la condesa y sus hijas; donde les realizaba elaborados peinados a las mujeres de la familia; donde muchas veces lavó cortinas, pulió cubiertos, ... y se le arrasaban los ojos en lágrimas.
No, no quería otra cosa sino que aquel viaje terminara de una vez y llegar finalmente a Amèrica, donde la esperarìan sus primos, a los que solo conocìa por fotos.
Al llegar al puerto, buscó con la mirada entre la gente; estaba asustada, ya que si no los encontraba estaría en un país desconocido, entre gente desconocida; respiró aliviada al ver que se acercaban.
Se alejaron del puerto, y al llegar a la casa, se asombró de ver el lugar donde vivían; ese patio grande rodeado de piezas, que llamaban el "conventillo"; fue inevitable para ella establecer de inmediato la caomparación con el lugar donde había servido, donde había sido "colocada", puesto que no había nada que pudiera hacer en su pequeña aldea natal; una enorme casona con inmensos jardines, donde se respiraba el perfume de las flores y se escuchaba el canto de los pàjaros.
¿Esto era Buenos Aires?¿esto?
Se sentía asfixiada, ahogada, pero reflexionó que era ella misma quien lo había querido así; desaparecida casi toda su familia directa, en la posguerra no había para ella porvenir alguno en su aldea natal.
Pasó el tiempo y Lucía trabajando en la fábrica conoció un obrero del cual se enamoró y que estaba tan abrumado como ella por vivir entre las paredes de un conventillo.
Poco a poco reunieron el dinero para comprar la tierra y cosntruir su casita en el campo.
Y Lucía aunque no recuperó su amada playa, sì recuperò la maravillosa sensación de escuchar en nuestras ampas el canto de los pàjaros al amanecer, y descubrió la alegría de escuchar el balido de un corderito recién nacido, o de ver los campos de lino florecidos mecièndose al viento.
Estela Passaglia