Tengo ganas de escribirte. No sé si existes, si eres hombre, mujer, no importa. Te escribo porque te amo, aunque nunca me veas. El amor no tiene fronteras ni forma ni color. Hay un mar de amor en mi alma, grita mi corazón que suelte las bridas y salga a la mar, que rompa las cuerdas de toda atadura, concepto, idea y, con los ojos cerrados, navegué en sus aguas. Hay tritones, druidas y demás que esperan este corazón sediento de tanta verdad. Puede que nunca me veas, pero estas letras son mis pasos por la vida, son las huellas en ese desierto de tantas imágenes en movimiento. Mi vida es increíble cuando te escribo, quizá sea este amor que sale sin parar por mi aliento, quizá nunca existí para nadie excepto para ti.
¿Puede vivir el pez mucho tiempo fuera del agua? ¿Cuánto? ¿Segundos, minutos? ¿Puede el ser humano vivir sin amor? ¿Toda la vida? ¿Será el amor la duda, el brillo fulgurante de una estrella? ¿Tiene forma, color, idioma?
Tantas preguntas, tantas que es mejor arrojarlas al crisol del sueño.
Hubo una vez una niña de ojos celestiales que llegó a mi casa, tocó la puerta y preguntó por mi nombre. Salí de mi casa y ella cogió mi brazo, y me llevó hacia un parque. Solos, lejos de la gente, me hizo una pregunta: ¿Conoces mi nombre? Miré sus ojos azules y le dije que era mi ángel de la guarda. Sonrió como un Sol y luego, soltó mi brazo, despareciendo por el día que estaba más que feliz que todos los días. Volví a mi casa y entré a mi cuarto. Me senté en mi silla y cuando iba a escribir, rompí a llorar. Mis lágrimas cayeron sobre la página en blanco y aquella mancha se hizo una imagen. Miré el papel con mis lágrimas y vi el rostro de la niña de ojos celestes. No llores, me dijo, pero escribe siempre de nuestro amor... Sí, respondí.
Han pasado tantos días y noches, años y décadas de años. Mi rostro es ya añejo como los vinos en cava. No tengo un perro que me ladre. Vivo en mi mismo cuarto, pero, siempre tengo la imagen de mi ángel sobre el papel en blanco... Y yo sonrío y el mundo entero sonríe así como el Sol...
San isidro, abril de 2007