Creo que existió una vez un lejano país con aroma de café, sus habitantes eran diminutas gotas de color naranja, debía de ser el único país del mundo en que todos se habían puesto de acuerdo incluso para vestir el mismo color.
Lejos de aquel lugar una muchacha enferma contemplaba el mundo real a través de una pequeña ventana situada junto a su cama, veía el ir y venir incesante de la gente, en cuyas caras no se reflejaba la más leve sonrisa, cada día las mismas personas pasaban por el mismo sitio sin tan siquiera deternerse a mirar un poquito a su alrededor y, sin quererlo empezó a soñar en como sería aquel maravilloso país con aroma de café y si quedaría demasiado lejos...
Estando en esto una mañana, escuchó una lejana voz que provenía de una vieja radio olvidada en un rinconcito de su oscura habitación, parecía que su sueño cobraba un poquito de forma, cogió la radio y la puso en su mesilla de noche, así, durante varios meses, la muchacha fue encariñandose con todas las gotas que hacían posible que cada mañana viera el mundo de color naranja.
En sus sueños figuraban Tauman, Pairdecenix, Martita, Quijote, Scaramouche, Pinocho, Dra. Amor, Estitxu, Txabolas... a veces, le parecía que, con la luz de la ventana, todas esas personas se filtraban en su habitación para darle ánimo y cariño...
Me gustaría que todos estuvieran aquí, pensó en voz alta, apenas lo hubo dicho, la habitación se llenó de todos aquellos personajes irreales... ¿irreales? Oh, no!! uno a uno paaban junto a su cama y le daban un beso en la pálida mejilla.
Volvieron a la mañana siguiente, a la otra y a la otra...
Las rosas florecieron en las mejillas de la muchacha que, feliz, empezó a mejorar. Cuando recobró por fin la salud, empezó a salir de nuevo con sus amigos de toda la vida y a formar parte del mundo real, pero, entonces dejó de ver a sus queridos amigos, los que le dieron las ganas de vivir y gracias a los cuales recobró la salud. Todos ellos estaban ahora en su corazón.