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Categoría: Misterios

CUENTOS DE FOGÓN

    Entre mateadas y guitarras, cada paisano de tanto en vez, cuenta una historia y de ese relato nacen las leyendas o se avivaban las penurias de algunos gauchos.
- ¡Cuéntese algo Don Graciano! ¿Porque algo debe de haber pasau por sus pagos no?
- ¡Cómo no!  Ésta capaz les guste. . ., pasó muy cerca e mi ranchada:
    El  Jacinto era un gaucho un tanto matrero, “de pocas pulgas” decían en el pueblo, de vez en cuando alguna changa de arreos y alambrau, pa lo que era gueno, le alimentaba la panza y el bolsillo. Su rancho se acomodaba a sus asuntos, pocas cosas y mucha mugre que cobijaba la sarna e sus perros. Piso e tierra y puerta e tablas mal emprolijadas, techo e paja (nido e pulgas y vinchucas), cojinillos empiojaus, que le servían de frazada.
    No tenía descendencia, nunca le gustaron los gurices. Su última prenda fue Merceditas, una linda guaina diez años más joven que él, que de un día pa otro desapareció, se la tragó la tierra, pero naide se animaba a preguntarle al Jacinto que se hizo de ella. . ., él tampoco nunca lo contó.
    El calor se sentía de temprano y encima había poco pa hacer, así que  ensilló sin apuros el caballo y partió pal pueblo a hacer la provista y tomar algunos tragos. A esa hora había poca gente en el almacén del Gregorio, su pulpero amigo. Se  acodó  en el mostrador y levantó el ala e su sombrero como pa ver mejor.
- ¡Guenas y santas!
- ¡Ave María purísima Jacinto!
- Sin pecao concebida Gregorio, ¿Cómo anda usted?
- Trabajando como siempre amigo, y a usted ¿Cómo dice que le va?
- Aburrido, no sale changa che, y tenemos que seguir comiendo vio, así que me va a tener que seguir fiando nomás hasta que le aguante el saco.
- No hay problema, pero recuerde que yo también tengo mis deudas ¡eh!
- Lo sé amigazo. . . ya van a cambiar las cosas. Sírvame una giniebra como pa estimular el garguero, que ya veré lo que llevo pa comer.
- Lo voy a acompañar pa que no tome solo, de paso me dice que le anda pasando que se lo ve medio preocupau.
- A usted le via contar Gregorio, pa eso es mi amigo. . . es que estoy viendo cosas raras en el rancho vio, parece que mandinga anduviera a las vueltas por ahí.
- ¿Cosas raras paisano? ¿Cómo es eso? ¡Cuente!
- La Merceditas, que se me aparece por las noches, no me deja tranquilo, me quiere enloquecer, hasta los perros la torean y no es que le tenga miedo amigo, usted sabe que no le temo a naides, pero me quita el sueño y ya no sé que hacer.
- ¡La Merceditas!. . . usted nunca dijo que pasó con ella. . .
- Eso es algo e lo que no quiero hablar cumpa, perdóneme. . .
- Ta bien Jacinto, respeto su silencio pué, cuente lo que quiera nomás que lo escucho, aunque no sé si lo pueda ayudar.
- Es que no hay mucho que contar, sólo que no sé cómo sacarme este embrollo de encima, llevo unos cuantos meses así y no sé cuánto pueda aguantar. He pensau hasta en irme del rancho, pero el rancho es mi vida, ¿entiende?
- Sí que lo entiendo, yo no me iría nunca de aquí. Y escúcheme. . . ¿Por qué no se pasa por lo de Ña Juana, ella sabe de esto, por ahí lo ayuda vio?
- ¿De esa vieja bruja?. . . jua, nunca me llevé bien con mi suegra, es una yarará, además desde que no está la Merceditas, no la vi más.
- Yo que usted voy, por ahí le da algún gualicho pa que se le pasen las visiones.
- Capaz por ahí paso, me queda de cruce a la vuelta. Gueno Gregorio, prepáreme la lista y sírvame otra giniebra que se me hace tarde, quiero ver si le echo algo a la olla, ya me anda picando el bagre.
    Puso la mercadería en las alforjas y las colgó de cruce al lomo del caballo. Saludo a un par de parroquianos que entraban al bolicho y taqueó el vientre del animal pa emprender la vuelta. El rancho de la vieja Juana estaba siempre igual, cuando se acercó le dio vueltas en la cabeza el consejo de su amigo. Sin darse cuenta estaba abajo del caballo golpeando las manos.
- ¡No hay naide! ¡No hay naide dije!
- ¡Sí, pero no grite pue!. . .  ¿Y qué andás haciendo vos por acá?, aunque te digo que no me sorprende nada. –Con cara fiera y voz ronca exclamó Ña Juana-
- No quisiera molestarla Ña Juana, pero me están sucediendo cosas raras con la Merceditas.
- ¡Ta bien. . .! no me cuente, yo sé todo.
- ¿¡Y cómo es eso que usted sabe todo!?
- No importa, yo lo sé y nada más, no pregunte si no quiere que le pregunten. La verdad es que lo esperaba antes por aquí. ¡Siéntese! y deme su facón.
- ¡Mi facón! ¿Y pa qué?, bien sabe que no se lo presto a naide.
- ¡Démelo le digo!. . .y ya le dije que no pregunte.
    Con pocas ganas el Jacinto se sacó el facón de la cintura y se lo dio. Ña Juana lo puso sobre la mesa y estirándose hasta una repisa trajo un frasco con un líquido adentro. Parecía rezar la vieja entre murmullos, mientras untaba el hierro del facón con el gualicho. Todo duró  un momento, y el Jacinto sólo la miró en silencio.
- ¡Tomá! ¡Andá nomás!, que con esto se te van a terminar todos tus males y espero no verte nunca más por acá.
- ¡Gueno!. . . No se enoje, a mí tampoco me gustaría volver.
    Lo acompañó hasta el portillo, lo vio irse levantando el polvo y su cara dibujó una sonrisa extraña. . . ¡Era bruja nomás la vieja!
- ¡La vas a pagar maula! –Exclamó y se metió pa dentro-
    Ya en el rancho (el Jacinto), se preparó un estofau que acompañó con una botella e vino bastante tibia por el calor, juntó las ollas sucias y las amontonó en un rincón,  lejos del catre, pa que las moscas no le molesten la siesta.
    Pasaban los días y se adentraba el verano que se hacía cada vez más pesau, era un infierno insoportable pa la paisanada. El comisario del pueblo se presentó en el almacén del Gregorio:
- ¡Guenas! ¿Cómo anda usted Don Gregorio?, ¿Pa qué me ha mandau a llamar?
- No es por nada comisario, pero estoy medio preocupau por mi amigo el Jacinto, es que hace como dos semanas que no aparece y él no es persona de desaparecer así nomás.
- ¡Vos decís che! ¿No se habrá mandau a mudar por ahí?
- No comisario, mi cumpa no es de esos, le pediría que si puede, se dé una vuelta por su rancho y le devolveré el favor con alguna giniebrita.
- Lo haré por usted amigo, ya me voy pa la comisaria y con dos o tres milicos más me mando pa lo del Jacinto.
    El comisario y sus milicos, se apersonaron en el rancho, curiosearon desde lejos sin bajarse e los caballos.
- No se ve movimiento e nada comisario, pa mí no hay naide. –Dijo un milico-
- Pero ese olor a perro muerto viene de adentro, bajáte y fijáte que pasa.
    El milico se acercó al rancho y pegó unas arcadas, pateó la puerta y se metió pa dentro. Como entro salió, vomitando todo lo que había comido al mediodía.
- ¡Está colgau jefe!
    Cuando entraron el espectáculo era fiero, el Jacinto colgau de un tiento atau a la horqueta del rancho, los gusanos se hacían un festín con lo que quedaba de él. Con mucho  asco revisaron todo el lugar, hasta la mugre, en eso, uno de los milicos que andaba por el patio entró corriendo:
- ¡Jefe! Venga pal patio y vea. . .el facón del Jacinto está clavau en el suelo, debajo de aquél ombú y no hay cristo e desclavarlo.
- ¡Agarrá esa pala pue!  ¡Cavá un poco!
    El milico se puso a cavar alrededor del facón hasta que la punta e la pala dio con algo blando. Tuito fue silencio, hasta que desenterraron el cuerpo e una guaina. . ., una herida de facón  le atravesaba el pecho e lau a lau.
- ¿Por qué la habrá matau el muy ladino? – Se preguntó el comisario-
- Y a él lo mató su conciencia comisario. –Dijo un milico-
- Sí, seguramente así fue nomá pue.
    Volvieron pal pueblo con la novedad. Fue un alboroto entre la paisanada. La última en enterarse fue  Ña Juana. Cuando supo la noticia, se largó una carcajada.
- Jua. . .Jua. . . Jua. . . ¡La pagaste nomás maula!

 

 

 

Datos del Cuento
  • Categoría: Misterios
  • Media: 9
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