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Caminaré

A pesar de contar sólo con dos décadas de vida creo haber descubierto, más o menos, el secreto para no enredarme otra vez con la telaraña de problemas que suele presentarme a diario la vida y así, entre situaciones, ayer la depresión decidió darme una de sus visitas y como siempre yo tan gentil le abrí la puerta y le di todas las comodidades para lo que durará su estadía pero ella tan confianzuda y desvergonzada aprovecho mi amabilidad y es que la mayor parte, o todo, el tiempo ando pensando que deprimirse puede estar muy de moda.

El motivo no era suficiente para sentirme así, pero una vez más la decisión era mía: Papa se negaba a prestarme algún dinero. No le pude decir que era para comprar pastillas que elevan mi nivel de serotonina. El no entiende de tristezas, el sólo sabe de trabajo. Con Mamá ausente sólo tenía una opción y elegí sentirme mal.

Decidí caminar, no sabía bien a donde iba tampoco a que hora volvería, sólo elegí caminar a dejar que la depresión me aplastará. Sin un centavo en los bolsillos pues el presupuesto de un escritor (o el mío en todo caso) jamás es muy alto ni bien remunerado, pude predecir que mi caminata terminaría en cuanto el hambre me acechara y más si sólo se ha desayunado un cigarrillo mentolado muy temprano en la mañana. Estaba presto y resignado a volver para sentirme triste, otra vez, por un motivo que al final de mis cuentas sólo importa a las estadísticas y a mis recuerdos que por alguna razón alguien se encargo de teñir a un pálido gris. Llegue a los parques del retiro, pero no de España sino más bien a un enorme lote de césped de mi suburbio donde eventualmente suelen a pararse más de dos decenas de seres humanos y perseguir una esfera blanquinegra a la que llaman balón. Muy cerca del travesaño puede divisar un papel con características muy similares a un billete de una cifra más o menos considerable. Cuando, presuroso, lo recogí pude ver que era un billete real y no producto de mi miopía.

Tenía dinero, tal vez, se le cayo a una humilde viejita que transitaba por aquí o a un niño que ahora azotan por perder tal suma pero que diablos! la fortuna es así. Ahora me sentía triste pero al menos tenía dinero y por un momento pensé que eternamente será cierto aquello de que el dinero no compra la felicidad. Pensaba ir a un lugar informal donde me venden los mitigantes “Prozacs” sin preinscripción médica y a un precio mucho más moderado que mi depresión. Mientras me entretenía pensando en que hacer con la diferencia que, seguramente, iba a sobrar llegue a una calle demasiada transitada. Era un nuevo y moderno centro comercia del que sólo había oído hablar de él. Sentí que estaba vestido adecuadamente: Camisa a cuadros, casaca de corduroy, jeans viejos o rasgados y mis botas, que nunca lustro, de color marrón, sólo faltaba mis anteojos que, tonto, perdí entre manos extrañas que, apuesto, fueron las de mis ex compañeros de clases. No estaba vestido con ropa de catálogo pero pienso que un escritor de verdad siempre debe vestir con ropa comprada en algún mercado de pulgas. Me dispuse a entrar para ganar tiempo. Lo primero que se me ocurrió fue comer, un Mc donald´s y sus felices cajitas llamaron mi atención y aunque las hamburguesas jamás son como las que aparecen en los afiches, salí muy satisfecho. El juguete que vino agregado a la cajita feliz sólo duro un momento en mis manos y es que al ver a una niña demasiado pequeña para andar en la calle y rogándome alguna moneda no puede más que entregarle a la flexible Pantera Rosa que encendía sus ojos cada vez que presionabas su plano estomago. Seguí caminando y encontré un enorme cine, no era como aquellas viejas butacas a las que me solía llevar mi padre. Trate de encontrar una buena película, una comedia chilena de difícil interpretación llamo mi atención, pague mi entrada a una maquina que tardo una eternidad en devolverme el ticket. Luego de buscar entre veinte salas la número seis, pude entrar y con dificultad aprecie la película. No pensé que los chilenos fueran tan creativos, la cinta estaba llena de escenas jocosas que me arranco hasta lagrimas, producto de la risa. Salí muy convencido de que la próxima cinta chilena la tendría que ver, pensando que tal vez era tan buena como la que aprecie. Fue raro sentir los rayos del sol que me producían cierto bochorno pues antes de ingresar al cine estaba convencido de que el frío era muy perturbable. Aunque llamó mucho mi atención el raudo cambio de clima, proseguí mi camino, dirigiéndome al paradero de autobuses pensé que seria buena idea visitar a unos viejos amigos de escuela y así tal vez mejorar mi estado de ánimo. Espere demasiados minutos parado y muerto de calor. Al diablo, será mejor que vaya a comprar mis sedantes fármacos, me dije. Subí
a un bus que llevaba al centro de la ciudad total, para ese lugar siempre existen coches. Busque un sitio entre las filas intermedia del bus pues pienso que es la mejor para no morir en caso de choques y además es muy probable pasar desapercibido y así no pagar pasajes.

No suelo disfrutar del paisaje pues ya estoy muy acostumbrado a la contaminación urbana de nuestra superpoblada ciudad y a punto estaba de dormir cuando a mi lado y desplazándome del sitio ideal una señora de muy malos modales tuvo la osadía de sentarse. Mantuve la calma como me enseñaron tantas veces en algunas de las muchas terapias a las que asistí y mire a la doña hasta con un gesto amable. No imagine que además de la mirada la susodicha señora me devolvería también una improvisa proposición: ¿Puedo rezar con usted, joven? En un primer momento me dieron unas inmensas ganas de reírme pero recordé las palabras de Papá que solía decir acerca de la fe de las personas. Tuve paciencia y escuche a la extraña señora una oración que jamás había escuchado, ni siquiera en la privada y religiosa escuela a donde asistí años atrás. Con vano esfuerzo repetía una y otra vez las palabras. Tardo más de cinco minutos la plegaria. Nunca había rezado tanto, sentí que había orado un rosario. Lo que paso luego, más que extraño fue maravilloso. La señora me cogió las manos, pude verle la cara al fin, debía bordear los cincuenta años. Miro fijo a mis ojos, nunca me había sentido tan vencido por una mirada, su fuerza era demasiado, sentí mis ojos hervir y las pupilas como todo el resto de mi cuerpo rojo de vergüenza, era como si le debiera explicaciones a esa rara persona que ahora sentía conocer de toda la vida: Era mi madre.

Ella nunca lo dijo, no era necesario tampoco, estaba de demás. Luego me pregunto si me sentía bien últimamente. No le pude mentir, Mamá lo sabe todo, pensé pícaramente. Le conté mis problemas depresivos, el descontrol de ira del que era víctima constantemente, de la incomprensión hacía Papá y le conté que ahora tenía un nuevo gato al que puse de nombre “Mediodía” (esa fue la hora en que llego a mi casa). Con pena le dije que me sentía un poco resentido con Dios porque sentía mis sueños frustrados. Mientras le contaba tantas frustraciones podía sentir la comprensión que me regalaba. Era hora de bajar del ómnibus. Todavía guardaba algo de dinero. Sólo utilice lo necesario para volver a casa. Papá descansaba, le di un enorme beso en su frente, deje el resto del dinero en su mesa de noche. El nunca nota la diferencia.

Salí otra vez y caminé, no tenía dinero alguno, pero una llena luna me acompañaba, era menos pesado caminar sin pena, por ratos extrañaba la carga pero disfrutaba más de lo ligero del momento que acababa de descubrir para combatir todo mal: Caminar. Caminaré muy lejos y recordaré caminar entre pasos, caminaré para olvidar y si recuerdo sólo será cosas agradables, caminaré a tu lado o sin tí si lo prefieres. Caminaré para no llorar y cuando deba reir me detendré y miraré al idiota que fuí. Caminaré a ningún lado, tal vez avance. Caminaré sin pensar encontrar la felicidad, pues quizás en ese mismo instante la este paseando conmigo. Caminaré y miraré al cielo de rato en rato, pueda ser que ver una hermosa estrella o a lo mejor evitar que me parta un rayo. Caminaré y no me importa donde, pues sé que a mi lado alguién cuenta mis pasos. Caminaré cada vez más lejos y, sólo, si el destino me obliga a cruzarme con alguién o nadie caminaré también con él.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.13
  • Votos: 89
  • Envios: 4
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