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Camino a la Dicha

Llegó a su oficina y prendió la máquina fotocopiadora. Puso papel para empezar a trabajar pero la máquina no funcionó correctamente. Miraba las copias y veía que todo salía mal, oscuro, borroso, chueco... mal, terrible en una palabra. Respiró profundo acordándose del método de relajación casero pero nada, nada... Una erupción como infinitos gritos internos clamaron, pidiéndole que la vida no tenía sentido, que la noche era un mar de sueños pegajosos y pesados, por lo tanto, la vida no tenía sentido... ¿Llamar al técnico para reparar su ya magullada fotocopiadora? ¿Ver que su negocio estaba cada día mas y más obsoleto, más olvidado a partir de las nuevas cadenas de ciber cafés?...

Se paró y ante la sorpresa de todos sus compañeros de trabajo cogió su vieja máquina y la tiró al suelo, causando que todos los chicos se le acercaran para socorrerlo, pero ¿cómo?... ¡Déjenme!, gritó. Fue a buscar una silla, un lápiz, un papel, una mesa y se puso a escribir... ¿Qué escribía?, pues nos sumergimos en su cabecita y vimos que trataba de recordar todos los momentos en que había sido feliz, sí, quería ser feliz, sentirse dichoso el resto de su vida... ya no quería vivir, mejor dicho: sobrevivir.

Anotó cuando recibió los primeros aplausos de sus familiares cuando se puso a cantar frente a ellos, algo de su inspiración; puso el momento en que tuvo su primera relación sexual cuando contaba quince años, los brazos de su madre cuando cometía un error mientras ella con besos y abrazos le perdonaba todo, todo... Luego de escribir por cerca de veinte minutos paró. Miró la hoja y contó el tiempo en que fue muy feliz, y con estupor vio que había sido feliz no mas de cinco horas con veinte minutos a los largo de sus mas de cincuenta años... Dejó el papel y salió a la calle ante los rostros consternados, sorprendidos de toda la gente que trabaja a su lado en el taller de fotocopiadora a lo largo de quine años, escuchando susurros como: "Está loco, ha perdido todo, qué le pasará, seguro que volverá..."

Caminó y caminó sin rumbo ni meta, tan solo sentía en su interior una voz que clamaba: quiero felicidad ahora, ahora, ahora, ahora.... ahora... El sol empezaba a ocultarse, la luna empezaba a observarle, las aves callaban, la noche se volvía en su teatro, el único lugar en donde sus pies podían caminar en busca de sus felicidad... cuando se detuvo frente al mar que, ya de noche, se sentó en su orilla escuchando las olas que se rompían una y otra vez, calmándole de alguna manera. Miró la noche, el cielo, las estrellas y sintió que todos le miraban, observaba... Se paró y gritó: ¡Soy un hombre y quiero ser feliz!

Bajó la cabeza ante el total silencio del universo y cerró los ojos como buscando dentro de si la respuesta, el camino, un espacio que le diera aquel sentimiento de sosiego, pero nada, nada, nada... Cuando abrió los ojos vio a un niño de no más de ocho años que con los ojos más dulces le miraba... El hombre le preguntó si conocía la felicidad. El niño le miró y empezó a retroceder, luego, alzó los hombros como diciendo que no sabía... Se volvió y se fue caminando, volteando la cabecita una y otra vez como si tratara de decirle al hombre que le siguiera. Le siguió.

Caminaron durante toda la noche, pasaron por ríos, bosques, llanos hasta llegar a una pequeña y humilde casita. El hombre se detuvo y vio al niño entrar, dejando la puerta entreabierta... No lo pensó y caminó hacia el lugar. Entró y cuando a puerta se cerró, todo se volvió negro, más negro que todas las noches juntas del universo.

De pronto, en aquella negrura le pareció escuchar millones de susurros, millones... y sintió que en aquel lugar moraban millones de personas. Dio un paso, con el temor de chocarse con uno de ellos pero nada, parecía que todo estaba vacío... Son almas, se dijo, y quizás estoy muerto, o loco. En eso pensaba cuando escuchó claramente una sonrisa de un niño.

- ¿Quieres conocer la dicha? – escuchó otra voz que provenía de otro lugar.

El hombre dijo que si. De pronto, en medio de aquella negrura se abrió, a lo lejos, una estrecha y luminosa puerta, y vio a través de ella un valle de colores vivos, sonidos llenos de calor, bondad...Sí, pensó, allí está la dicha. Guiado por aquel impulso empezó a caminar hacia ella, y cada paso que daba percibió que aquellas imágenes en donde fue muy feliz en su pasado, se materializaban, acercándosele, llamándole, pidiéndole que les recordase nuevamente... Vio a su madre con los brazos abiertos, iba a ir pero continuó su camino hacia la luminosa puerta. Vio a una hermosa y sensual mujer totalmente desnuda, que en algún momento anheló ser suya, llamándole. Vio a su perro moviendo la cola, a su hermano pidiéndole ayuda, a toda la gente que quiso, amó en los momentos en que fue muy feliz… pero, sin embargo, continuó su marcha... Y cuando estaba por llegar al umbral de la puerta, vio al niño que conoció en la playa que con una sonrisa le preguntaba si deseaba revivir nuevamente la dicha, su pasado regalo... El hombre dijo que sí, extendió su mano y se fue junto al niño tras de la dicha… Y mientras caminaba al lado del niño volteó un instante la cabeza y vio que la pequeña puerta luminosa se cerraba. Bajó la mirada, y caminó de la mano de la dicha, de aquello que había vivido, mientras algo dentro de él le decía que élla, era algo más que todo lo antes vivido...



San isidro, octubre del 2005
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 15696
  • Fecha: 23-10-2005
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.59
  • Votos: 75
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2298
  • Valoración:
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