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Camino de perdición (Primera parte)

Aquella fría noche del 13 de enero de 1945 los sonidos del bosque que rodeaba el río Oder se mezclaban con las temblorosas oraciones de los tiradores que sucumbían al frío y al miedo en sus trincheras a la espera de que apareciesen las primeras columnas blindadas del Ejército Rojo.
El teniente Gunter Paschen, jefe de una pequeña brigada de 27 hombres destinados al flanco derecho, aguardaba con paciencia las hordas asiáticas. De vez en cuando charlaba con sus hombres para detectar si la infernal situación había hecho mella en su estado de ánimo, o comprobaba que la gélida brisa del este no hubiera congelado los cañones de 88 milímetros situados en la retaguardia.
A las 1.00 horas alguien del estado mayor bajó a la trinchera para comunicar a Paschen que, según una orden del OKW, debía desplazar su unidad dos kilómetros al sureste para ayudar a proteger un puente vital para el paso de las divisiones panzer.
La noticia disgustó al teniente; durante una semana sus hombres habían soportado la soledad y el frío de la campiña para que ahora de pronto los trasladaran a otra posición. Sin embargo no se quejó; en su código de honor, adquirido a lo largo de una impecable carrera, no existía la palabra desobediencia.
A las 2.45, mientras Paschen y sus hombres guardaban sus últimas pertenencias antes de partir, una explosión terrible levantó un géiser de nieve sólo a veinte metros de la primera zanja.
Después el horizonte se llenó de parpadeantes luces anaranjadas; en la trinchera un oficial vociferó órdenes a los soldados que manejaban dos cañones pesados. También Paschen dio órdenes de disparar. En segundos el bosque se iluminó con miles de disparos en una y otra dirección. En el flanco derecho alemán una columna de Mark IV se puso en marcha con el objetivo de flanquear a los rusos que acudían desde la retaguardia para apoyar la punta de lanza. Paschen observó un rato después cómo uno de los tanques saltaba por los aires envuelto en llamas, y más adelante otro caía en un socavón abierto por una bomba.
El capitán Rudiger Von Schultz llamó por teletipo a la retaguardia para que enviasen más artillería y blindados; temía que su flanco izquierdo, formado por los restos de dos divisiones de infantería que habían sobrevivido días antes al avance de los T-34, cayese ahora precisamente ante el embate de los blindados soviéticos. Al otro lado del hilo se negaron rotundamente a conceder aquellos refuerzos, argumentando que las cuatro divisiones panzer y siete compañías de infantería estacionadas a sólo veintidós kilómetros al oeste entraban dentro de otros planes.
Furioso, Von Schultz masculló un par de maldiciones y volvió con sus hombres. Un momento después una bomba cayó junto a la puerta de su bunker, provocando una densa nube de humo y vapor de agua.
A trescientos metros de allí, Gunter Paschen corría de un lado a otro mientras daba frenéticas órdenes a su brigada.
A las 3.30, lo reclamaron repentinamente en su bunker; al parecer, Hitler quería a su batallón, el III de la 10ª División de Artillería de vuelta en Berlín. El joven teniente de treinta y dos años pidió que le permitieran quedarse en su puesto al menos hasta que hubiera cesado el ataque ruso, pero la solicitud cayó en saco roto. La orden del Führer era irrevocable: en un plazo de cinco horas él y sus hombres debían salir para Berlín.
Datos del Cuento
  • Autor: Ruben
  • Código: 18921
  • Fecha: 12-08-2007
  • Categoría: Bélicos
  • Media: 4.93
  • Votos: 214
  • Envios: 0
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