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Candy y las bellotas

La ardilla Candy rebuscaba en su cesto de mimbre contando el número de bellotas que había logrado reunir esa mañana. Estaba contenta porque la mañana había sido fructífera. Cuando terminó se dirigió a su árbol del bosque donde tenía construida su humilde casa con una pequeña ventanita de cristal donde se asomaba todas las tardes tras la recogida de su alimentos. 

En ese día soleado el conejo de orejas rosas le aporreó el árbol para decirle a Candy si iba a la merienda que hacía en su casa. Nuestra ardilla se asomó por la ventana y le dijo:
- Buenas Tardes Conejito Rosa. No voy a ir a la merienda. Esta tarde he recogido muchas bellotas y si me voy de la casa me las robarán.
- ¿Quién te las va a robar en el bosque? Aquí todos somos amigos. Nadie te las cogería sin permiso.
- No me fío de nadie conejito.
- Esta bien Candy, como quieras. Hasta otro día.

Al día siguiente la ardilla estaba sentada en su cocina cuando sonó la puerta. Era la oveja Pikolina que esperaba a la entrada de su casa.

- Hola Candy vamos a coser un jersey de lana esta tarde. ¿Vienes conmigo y mis amigas?
- Buenas tardes Pikolina. No voy a ir a coser. Ayer recogí muchas bellotas para el invierno y si me voy de casa me las robarán.
- ¿Pero quién te las va a robar en el bosque Candy? – le dijo asustada la oveja-.
- Uy, ¡pues cualquiera! No deberías ser tan confiada ovejita Pikolina...

La ovejita la miró con cara de no entender nada y acabó por marcharse.

Al día siguiente Candy se despertó con un estrepitoso ruido. Cuando se asomó a la ventana vio que la rama donde tenía colocada su casa se estaba partiendo. ¡Oh dios mío, si la rama se caía su linda casita se caería al suelo con todas sus cosas y con ella misma. Candy intentó sacar sus cosas, pero ni siquiera tuvo tiempo de salir de su casa antes de que ésta cayera al suelo. 

¡¡Cataplof!! Candy dio volteretas en el aire, salió disparada por la puerta y se cayó tumbada en la pradera. Cuando miró alrededor asustada vio todas sus cosas, incluídas sus preciadas bellotas, tiradas por la hierba. 
En ese momento empezó a llover, caían gotas de tormenta fresca de verano. Candy se levantó e intentó coger las bellotas lo más rápido que pudo pero sus brazos no podían con todas. La intensa lluvia empezó a estropear la corteza haciéndolas más blandas. Candy se echó a llorar cuando vio que se había quedado sin nada.

Al minuto aparecieron el Conejo Rosa y la oveja Pikolina:
- Candy ¿Por qué lloras? - dijeron al unísono
- Me he quedado sin mi casa y sin mis bellotas.
- Claro. El bosque te ha devuelto tu desconfianza. Ya ves que debiste confiar en los demás. Nadie iba a robarte tus bellotas. 
- Lo sé… - contestó Candy entre sollozos.
- Mira, puedes venir conmigo a mi madriguera hasta que encuentres otra rama en la que construir tu nueva casa. 
- O si lo prefieres, conmigo al establo - añadió la oveja Pikolina.
- ¿De verdad? 
- ¡Claro que sí! ¿Para qué si no están los amigos ?

Datos del Cuento
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