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A orillas del río Kollon-Kura habitaba un terrible gigante, devorador de hombres, a quienes cebaba previamente para que engordaran bien.
Sus piernas eran gruesas como troncos de árbol y tan largas que le permitían pasar de un cerro a otro manejando un bastón, que era el tronco de un enebro, gracias al cual podía atravesar los valles.
Naturalmente, un monstruo semejante era un peligro para los habitantes de la región, a quienes aterrorizaba el Trauko que así se llamaba el gigante, de barba desmesurada y cuyos cabellos parecían tallos de totora y eran de un rojo fuego, lo cual contribuía a darle un aire más feroz.
En cierta ocasión, raptó a una muchacha que caminaba en compañía de su hermanito y se la llevó a la cueva. Pero el hermanito no se apartaba de las cercanías, escuchando siempre el llanto de la cautiva. Esto disgustó al gigante, quien le dijo cierto día a la muchacha:
-Debes matar a tu hermano. Si no lo haces tú, lo haré yo mismo, pero en forma cruel, ya que estoy harto de su presencia.
La muchacha prorrumpió en sollozos, ya que para ella su hermano era todo lo que le quedaba en el mundo fuera de sus padres. Pero, reaccionando, le dijo a su hermano:
-Quédate lejos de la caverna, no te dejes ver. Frota tu cuerpo con grasa de león y adiestra mientras tanto nuestros dos trewuas, nuestros tan fieles perros Norte y Sur. Y cuando te llame con el chillido del pájaro Fürüfühue, apresúrate a venir con los perros, que me buscarán por todas partes.
Un día, el pérfido gigante Trauko le dijo a la muchacha:
-Ya que has amaestrado a los perros Norte y Sur, lánzalos contra tu hermano. Llámalo, pues saber donde está: porque si no lo haces, yo aplastaré a ese taimado, lo mismo que a los perros:
Entonces, la muchacha imitó el chillido del pájaro Fürüfühue y cuando su hermano llegó con los perros Norte y Sur, el terrible Trauko, devorador de hombres, ordenó:
-Ve con tu hermano. Debes ir a la montaña. ¡Llévate a los trewas y lánzalos sobre él para que lo despedacen!
El cruel gigante quiso gozar del espectáculo; pero como los perros obedecían al muchacho más que a su hermana, cuando ésta les gritó: “¡Norte! ¡Sur! ¡Sus, al gigante!”, ambos se lanzaron con furor salvaje sobre el gigante, mordiéndolo todo en las partes más sensibles de su cuerpo, sin tregua, hasta ultimarlo.
En su desesperación y dolor, el gigante se retorcía de tal modo que todavía hoy se ven las huellas de su cuerpo que forman un valle, y su cabeza se convirtió en piedra.
Muerto el Trauko, ambos hermanos se fueron a la cueva del gigante malo y allí encontraron tanto oro y piedras preciosas, que se hicieron ricos. Los perros Norte y Sur se quedaron siempre con ellos y los reconocieron como sus salvadores no sólo ambos hermanos, sino también todos los habitantes de los alrededores, que tanto había hecho sufrir la vecindad del gigante y la constante amenaza de devorarlos. Según otros narradores, en el valle del cerro feo puede reconocerse no sólo el rastro del cuerpo del gigante, sino también el de su pétrea cabeza: con su sangre se formó un arroyuelo, y con los pelos de la barba se hicieron juncos.
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