Salió del humo con los ojos enrojecidos y escocidos. Miró a su espalda y al no detectar a sus compañeros decidió aminorar el paso, aun estando a tiro del enemigo. Una carga solitaria no era recomendable.
Por suerte pronto sonaron los cascos golpeando las escasas piedras sobre la húmeda hierba de la llanura. Y cuando sus siluetas se hicieron visibles volvió a rehacer el galope de su corcel.
Sonó la corneta de la caballería polaca y lanza en ristre cargaron contra las líneas alemanas.
No sería más que una carga más, igual que el resto que durante todo el día habían hecho en la zona que rodeaba el río. Estaban consiguiendo frenar al enemigo y ello ensalzó el ánimo de los casi trescientos caballeros que allí se encontraban.
Habían salido del humo por completo y ahora eran visibles para los alemanes. Un escuadrón de la infantería motorizada se reagrupaba frente a ellos, preparándose para abrir fuego. Pero nada podían hacer ya para evitarlo. Sus corceles galopaban a la máxima velocidad y en poco menos de un minuto los habrían arrasado por completo.
Alzó su lanza en alto para que el banderín del hasta hondeara al viento y soñó por un momento con la gloria. La gloria que había soñado desde que se alistó. Batirían al enemigo y serían héroes. Pero pronto tuvo que dejar sus pensamientos y volver a la realidad. Los disparos comenzaban a sonar, desde sus filas y las enemigas. Varios jinetes disparaban como podían sus cortos rifles desde las grupas de los caballos, mientras que a pocos metros, una centena de cañones estallaban segundo a segundo.
Un compañero cayó a su lado. No fue una muerte heroica como había soñado. No. La bala atravesó el cuello del animal, para ir a parar a su pecho. Golpeándolo de tal forma que cayó del caballo, de espaldas sobre el suelo. Sus propios compañeros no pudieron evitar aplastarlo bajo sus cascos. Y lo que podría haber sido una cicatriz más en la curtida piel del caballero se convirtió en una herida de muerte.
Habrían preferido combatir desmontados, pero el ímpetu de la carga era la acción más rápida de batir a la infantería enemiga.
Las balas rasgaban el cielo a su alrededor, silbándole en el oído. Pero no sintió miedo al ver la muerte cerniéndose sobre él. Tenía claro lo que debía hacer y lo hizo. Con la punta de lanza hacia delante ensartó al primer alemán que se puso frente a él, blandiendo un fusil que de poco le sirvió.
Varios compañeros más caían a su alrededor pero la carga estaba siendo devastadora, aplastando a todo el que se ponía por delante. La segunda vez que su lanza destrozó el pecho de un contrincante, la madera cedió, y tras dejarla caer hecha astillas desenvainó el sable.
A diestro y siniestro asestaba tajos certeros a su alrededor y pudo ver con alegría como empezaban a retirarse hacia el bosque más cercano, buscando la cobertura de los árboles.
Sin embargo, al poco de entrar en combate un fuerte estruendo sonó en la llanura. Buscó con la mirada, olvidándose por un momento de la lucha que tenía lugar, y vio apesadumbrado varios carros de combate. A su alrededor el enemigo se reagrupaba.
Sintió el impulso de proseguir hasta ellos y con una granada tratar de destruir los tanques. Sin embargo la corneta volvió a bramar al viento tocando retirada. Espoleó su caballo y dio media vuelta al tiempo que remataba a los alemanes que habían sobrevivido.
Solo pudo destrozar una garganta. Pues una potente ráfaga voló a su alrededor y sintió la sangre salpicando su rostro y su montura caer al suelo de frente con el cuello sesgado.
Cayó a la húmeda hierba junto a su animal, rodando varios metros hacia adelante. Y cuando se hubo detenido comprobó que no podría volver a levantarse. Un débil chorro de sangre manaba de su pecho mientras que otras heridas en el costado y la pierna lo vaciaban aún más por dentro.
Las armas seguían rugiendo, y su regimiento retrocedía a toda velocidad, abandonando a sus caídos. El honor de la caballería en ese momento no valía de nada contra un enemigo que no lo respetaba.