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La carne gorda pertenecía al dueño de un almacén del barrio.
Esa carne poseía una cara también gorda y repugnante, especialmente cuando hablaba con palabras sin sentido del chisme cotidiano de las vecinas que compraban en su local.
Su automóvil había volcado y se encontraba atrapado entre este y el piso, gesticulaba con dolor por su situación.
Fue un accidente desafortunado en una calle solitaria que lindaba a la ruta principal. Venía solo. El destino; "Almacenes Carmona al por mayor" que aprovisionaba a pequeños comercios de la zona.
Una jauría cercana al hombre le ladraba cuando este se retorcía tratando de escapar de su situación.
Algunos de los perros envalentonados se acercaban y mordían partes de su magullado cuerpo.
En su desesperación y acostado como estaba, tomaba pequeños puñados de tierra y los arrojaba a los caninos acompañados de insultos y gritos.
Sin embargo, estos no se amilanaban y mordisqueaban al gordo. Uno de ellos alcanzó un dedo de su mano destrozándolo y deglutiendo como buen manjar,
El hombre aullaba de dolor.
En el costado del cuerpo, un hierro retorcido había penetrado su humanidad y por allí borbotones de sangre y vísceras colgaban de su estómago.
Algunos perros otearon con desesperación el almuerzo y se lanzaron con aullidos a su presa peleándose por las mejores partes, tironeando las tripas y los riñones sueltos que ya no pertenecían a su antiguo dueño. Pero este en su egoísmo recalcitrante y mercantilista no lo permitiría, y tomando el otro extremo de los intestinos tironeaba con los perros en lucha por su posesión, una viscosidad rojiza empapaba a los contrincantes.
Agotado por la pérdida de sangre y el dolor se entregó mansamente a su terrible destino. Observaba con su ojo izquierdo como uno de los canes mordisqueaba al derecho tironeando y degustando su humor acuoso que había estallado producto del tarascón.
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