Nunca pensé verte cruzar mi puerta, te veía como un mal que podía afectar a otros pero no a mi. Pensaba que quienes aman, no reciben a cambio el dolor de la traición. Te veía pasar por mi lado y me sentía feliz y segura de no haberte conocido. Pero tu sientes envidia de los hogares donde vive el amor y haces lo posible, porque este sea desalojado y muera ante una noche fría. Y así fue al fin tocastes mi puerta y entrastes y no sé como al verte el amor saltó por la ventana y se rompió una costilla, y se partió una pierna, y quedó tan hecho pedazos que no pudo volver atrás.
Tu te quedastes y el hogar del amor ahora es tuyo. Pero contigo trajistes la desconfianza, y ya no podíamos vivir todos bajo el mismo techo.
El valor, compañero que ya había olvidado, me dió la llave para abrir la puerta, que tu me cerrastes. Y salí a la calle, el dolor y la tristeza, me dieron la mano para subir al bus.
Después de vivir mucho tiempo con la nostalgia, caminando un día encontré al amor, se veía distinto ya no estaba hecho pedazos, aunque tenía una cicatriz fea y profunda.
Tenía ideas nuevas, ya sabía como hacerte frente. El camino le había tropezado con la madurez, la confianza y la seguridad, y le enseñaron a amarse a si mismo, a valorarse. Esas eran las armas para ser más fuerte que tu y las que nunca tendrías valor para utilizar en su contra.
Hoy vivimos juntos, otra vez, el amor se hace fuerte y ambos no dudamos que vuelvas a tocar nuestra puerta, de lo que estamos seguros es de que esta vez no será el amor quien salte.
Esta carta es tan solo para que sepas que ya no vivimos en el primer piso, ahora estamos en el quinto.

A pesar de todo, te queremos.

El amor y yo.