Caso sin resolver.
Por Gungrave.

- De verdad, no sé que debo hacer- dijo Frank, sentado en el sillón.

El doctor Sheldon lo observaba desde su escritorio. Sus ojos destellaban de alegría. Nunca había tenido un paciente tan interesante. Normalmente recibía pacientes con problemas existenciales o demencia total, pero nunca un miembro del cuerpo de policía tan capacitado como el chico Frank. A su corta edad de 23 años ya había resuelto varios casos de homicidios y asesinos en serie. Pero había un caso que no había podido resolver. Y ese era el famoso caso del “Coleccionista”, como lo había denominado la prensa. El “Coleccionista” había asesinado a más de 57 personas y nunca había sido atrapado. Frank había seguido el caso desde los inicios de este y había durado en la investigación dos años, sin obtener alguna pista sobre el asesino. Por eso había recorrido al doctor Sheldon.

El doctor Sheldon era psicólogo criminalista. Su trabajo era pensar como lo hacían las grandes mentes criminales. Y lo hacía muy bien. Cuando hace unos años, vio entrar a Frank por la puerta de su oficina, supo al instante que era un muchacho listo. Frank era posiblemente, el mejor detective que había dado el departamento de policía en su historia. Y ganarse el puesto no era fácil. Sheldon tenía el talento y Frank la fuerza. Juntos hacían un grupo increíble. Pero a pesar de la capacidad de ambos, nada pudo hacerse para atrapar al “Coleccionista”. Frank se sintió inútil, inservible para el cuerpo de policía. Había comenzado a consumir drogas y a violar jovencitas. Cinco años en prisión convirtieron al mejor policía del mundo en un maldito drogadicto y desequilibrado social. Y Fran lo sabía muy bien.

Frank pensaba que volviendo al cuerpo de policía, recuperaría la buena imagen que hace unos años se había creado. Pero entrar no era fácil; sobre todo con el expediente que Frank traía. Pero su reputación de cómo había atrapado hace unos años a varios asesinos le permitieron la entrada, pero debía asistir permanentemente a citas psicológicas con el doctor Sheldon. Y allí se encontraba.

Sheldon seguía mirando a Frank, a través de sus gafas. El reloj de mesa daba más de las tres de la mañana. Como se había alargado tanto la conversación, aun Sheldon no lo sabía. Pero el instinto le había hecho mantener a Frank hablando, mantenerlo cerca.

- He perdido el talento, doctor- dijo Frank, sacando de sus pensamientos a Sheldon- Ya no puedo concéntrame. Si tan solo pudiera darme alguna de esas drogas estimulantes…

- Ni lo pienses, Frank- dijo duramente Sheldon- Estoy aquí para ayudarte, no para arruinarte más de lo que estas.

Por unos momentos, Frank lo miro con odio, pero pasó rápidamente. Frank estaba atormentado. Y Sheldon lo sabía.

- Se de algo que puede ayudarte, Frank- dijo Sheldon, levantándose de la silla detrás de su escritorio- Te daré un libro para que te entretengas. Un buen libro puede salvarte la vida.

Sheldon soltó una carcajada estruendosa, posiblemente de un chiste que solo él entendía. Se acercó a la puerta de la oficina, cuando la voz de Frank lo hizo detenerse en seco.

- He pensado en el caso del “Coleccionista”, doctor. Creo que los medios estaban equivocados al darle ese nombre.

- ¿Por qué piensas eso, Frank?- dijo Sheldon, entrecortadamente.
- Las partes extraídas de las victimas no tienen ninguna relación. El no arrancaba orejas o lenguas solamente, doctor. Arranca cualquier parte del cuerpo.
- ¿Y que piensas entonces que hacía el “Coleccionista” con las partes extraídas, Frank?- dijo Sheldon.

Frank lo miró, sorprendido. Era demasiado obvio para que el famoso doctor Sheldon no se hubiera dado cuenta de ello.

- Se las comía, doctor-dijo Frank- Las partes extraídas coinciden en los ingredientes principales necesarios para cocinar, doctor. El muy bastardo se las comía.

Sheldon lo miro, con intriga. Sin duda alguna, Frank era el detective más hábil que había estado bajo sus cuidados.

- Vuelvo al instante- dijo Sheldon, cerrando la puerta detrás de él.

Frank se levantó del sillón. Miro el reloj de la mesa. Era tarde, demasiado tarde. Pensaba que ya había estado allí demasiado tiempo. Intentó abrir la puerta, pero está estaba cerrada con llave. “Mierda”, pensó Frank. En espera del doctor Sheldon, Frank se puso a observar los libros que conformaban la biblioteca de la oficina. Un libro en especial le llamó la atención. Estaba viejo y raído, pero su portada le leía perfectamente. Decía “Cien maneras de cocinar”. Un destelló de pánico asaltó la mente de Frank. Abrió el libro y observo su contenido. Al instante soltó el libro al suelo. Se le habían puesto los pelos de punta y los ojos se salían de sus orbitas. Una receta titulaba “Cerdo a la gallega”, pero la palabra “Cerdo” había sido tachada y, al lado una mano había escrito “Tripas”. Y así seguía el libro. Donde antes decía “Carne de Res”, había sido sustituido por “Pulmones humanos”.

Frank no vivió mucho después de eso. El doctor Sheldon entro en la habitación, cargando un hacha.

- Siento mucho que hallas tenido que saber esto, Frank- dijo Sheldon, con una sonrisa- Pero si te sientes conforme, yo también me disguste con el nombre que me dio la prensa.

Frank se quedó paralizado por el horror. A pasos lentos, se le acercaba el “Coleccionista”, cargando el arma que lo mataría.

- Valla, valla. No huyes. Bien, así me resultara más fácil. Eres noble, así que me comeré tu corazón.

Con brutal furia, cargo con el hacha contra Frank. La cabeza de Frank rodó por el piso de la oficina. El reloj había dado las seis de la mañana.

- Hora de desayunar- dijo Sheldon en voz alta, comenzando a abrir el pecho de Frank.